EL MERCURIO – Escribo esta columna en tiempo de guarda, sin la posibilidad de disfrutar la vida urbana de la ciudad. Este desequilibrio, producido por un bicho esquivo y perverso, nos llama a preguntarnos en torno a nuestras ciudades y a su perfeccionamiento, con la esperanza de que nuestra humanidad logre, por un lado, controlar al parásito, y, por otro, entrar al período postvirus en una mejor ciudad.
No sabemos cuándo llegará y cuánto durará este post, pero lo vivido nos enseña otra vez que la naturaleza es sagrada y por tanto hay que tratarla como a una verdadera madre. ¿Qué estamos realizando frente a la trágica y dramática realidad de nuestras ciudades?, donde viven dos tercios de la humanidad, donde emigran millones en busca de oportunidades, lo que ha contribuido a un desarrollo desenfrenado y desequilibrado. Donde se originan las mayores causas del calentamiento global, donde se transmite mayormente el virus y donde se toman las decisiones para combatirlo.
Este crecimiento extremo ha conducido a una mayor movilización, cada día más extensa en tiempo y distancia; a una contaminación y a un crecimiento desenfrenado del automóvil, con el correspondiente aumento de emisiones de carbono. Si no nos preguntamos, y continuamos silentes frente a esta dramática realidad de hoy, es probable que la temperatura de nuestro planeta suba aún más y por tanto crezca el nivel de nuestros océanos, produciendo un aumento radical de fenómenos meteorológicos, como el continuum de la sequía que parece no acabar nunca, las olas de calor y las tormentas vistas este año en el hemisferio norte, todas manifestaciones para las cuales nuestras ciudades no están preparadas.
Hacer mejores ciudades y más preparadas es de radical urgencia, tarea que requiere imprescindible unidad y voluntad política de ambos lados, junto a los privados. Tenemos la responsabilidad y posibilidad de desarrollar mejores ciudades, más justas y con mejor arquitectura de calidad; sin dudas, el mejor ingrediente que la ciudad requiere para ser equilibrada, sostenible y bella.
Algunas soluciones desarrolladas comprobadas que han contribuido a mejores ciudades son, a saber: optar por la movilización pública por sobre la privada, continuar desarrollando más líneas de metro versus carreteras urbanas. El metro es la más magnífica obra urbana de este y del siglo pasado y, aunque mayormente subterránea, es la que más contribuye a la necesaria y demandada ciudad justa.
La falta de una visión global sobre la ciudad entera, por sobre la gran cantidad de municipios, ha llevado a varios de sus alcaldes a tomar decisiones que afectan también a otras comunas, puesto que, al no tener una mirada total, la vulnerabilidad se multiplica a través de acciones a veces voluntaristas, incluso desafiando a la ciencia médica y vulnerando el bien común de la ciudad entera. El cambio climático y la pandemia no reconocen fronteras ni menos comunas.
Otra solución es optar por la densidad frente a la expansión. Densidad con la figura urbana que requiere cada espacio público, cada calle, cada avenida, cada bulevar, que garantizan una ciudad mejor y siempre proporcionada. Nunca con la hiperdensidad de los guetos verticales; densidad de usos mixtos que permiten ciudades amables, cercanas entre trabajo, vivienda y ocio. Ciudades más quietas, próximas, más verdes. Lograrlo es fácil, pero con normativas que prioricen; por ejemplo, ¿por qué no todos los nuevos edificios, colegios, universidades, hospitales no ocupan (mediante una simple norma o incentivo) sus cubiertas con jardines que permitan el bienestar del estar al sol, a la sombra y con las mejores vistas? El suelo urbano es un bien tremendamente caro y cada vez más escaso.
Otra acción fácil y necesaria es caer en la cuenta, de una vez, que el peatón le ganó la batalla al auto. Peatonalizar las calles importantes de las zonas céntricas de todas las comunas, como en todas las ciudades cultas y bellas del mundo. Basta con permitir acceso de taxis y autos de urgencia y servicios. En términos de calidad de vida y medio ambiente, mejoraríamos todos los niveles de contaminación. Cambiar autos por árboles que nos permitan disfrutar de los lugares públicos de nuestras ciudades. Caminar ha sido siempre el transporte natural del ser humano; por lo tanto, apostemos por la “caminabilidad”.
Será este virus finalmente el responsable de permitirnos una ciudad mejor. Reconquistar nuestras ciudades y poder establecer relaciones entre habitantes, apostando definitivamente por una movilidad sostenible. Mejorarlas ahora es posible y el reto más grande del porvenir de la arquitectura y del paisajismo urbano.
Gonzalo Mardones Viviani
Arquitecto
Fuente: El Mercurio, Lunes 11 de Mayo de 2020
El virus y una ciudad mejor, por Gonzalo Mardones Viviani
EL MERCURIO – Escribo esta columna en tiempo de guarda, sin la posibilidad de disfrutar la vida urbana de la ciudad. Este desequilibrio, producido por un bicho esquivo y perverso, nos llama a preguntarnos en torno a nuestras ciudades y a su perfeccionamiento, con la esperanza de que nuestra humanidad logre, por un lado, controlar al parásito, y, por otro, entrar al período postvirus en una mejor ciudad.
No sabemos cuándo llegará y cuánto durará este post, pero lo vivido nos enseña otra vez que la naturaleza es sagrada y por tanto hay que tratarla como a una verdadera madre. ¿Qué estamos realizando frente a la trágica y dramática realidad de nuestras ciudades?, donde viven dos tercios de la humanidad, donde emigran millones en busca de oportunidades, lo que ha contribuido a un desarrollo desenfrenado y desequilibrado. Donde se originan las mayores causas del calentamiento global, donde se transmite mayormente el virus y donde se toman las decisiones para combatirlo.
Este crecimiento extremo ha conducido a una mayor movilización, cada día más extensa en tiempo y distancia; a una contaminación y a un crecimiento desenfrenado del automóvil, con el correspondiente aumento de emisiones de carbono. Si no nos preguntamos, y continuamos silentes frente a esta dramática realidad de hoy, es probable que la temperatura de nuestro planeta suba aún más y por tanto crezca el nivel de nuestros océanos, produciendo un aumento radical de fenómenos meteorológicos, como el continuum de la sequía que parece no acabar nunca, las olas de calor y las tormentas vistas este año en el hemisferio norte, todas manifestaciones para las cuales nuestras ciudades no están preparadas.
Hacer mejores ciudades y más preparadas es de radical urgencia, tarea que requiere imprescindible unidad y voluntad política de ambos lados, junto a los privados. Tenemos la responsabilidad y posibilidad de desarrollar mejores ciudades, más justas y con mejor arquitectura de calidad; sin dudas, el mejor ingrediente que la ciudad requiere para ser equilibrada, sostenible y bella.
Algunas soluciones desarrolladas comprobadas que han contribuido a mejores ciudades son, a saber: optar por la movilización pública por sobre la privada, continuar desarrollando más líneas de metro versus carreteras urbanas. El metro es la más magnífica obra urbana de este y del siglo pasado y, aunque mayormente subterránea, es la que más contribuye a la necesaria y demandada ciudad justa.
La falta de una visión global sobre la ciudad entera, por sobre la gran cantidad de municipios, ha llevado a varios de sus alcaldes a tomar decisiones que afectan también a otras comunas, puesto que, al no tener una mirada total, la vulnerabilidad se multiplica a través de acciones a veces voluntaristas, incluso desafiando a la ciencia médica y vulnerando el bien común de la ciudad entera. El cambio climático y la pandemia no reconocen fronteras ni menos comunas.
Otra solución es optar por la densidad frente a la expansión. Densidad con la figura urbana que requiere cada espacio público, cada calle, cada avenida, cada bulevar, que garantizan una ciudad mejor y siempre proporcionada. Nunca con la hiperdensidad de los guetos verticales; densidad de usos mixtos que permiten ciudades amables, cercanas entre trabajo, vivienda y ocio. Ciudades más quietas, próximas, más verdes. Lograrlo es fácil, pero con normativas que prioricen; por ejemplo, ¿por qué no todos los nuevos edificios, colegios, universidades, hospitales no ocupan (mediante una simple norma o incentivo) sus cubiertas con jardines que permitan el bienestar del estar al sol, a la sombra y con las mejores vistas? El suelo urbano es un bien tremendamente caro y cada vez más escaso.
Otra acción fácil y necesaria es caer en la cuenta, de una vez, que el peatón le ganó la batalla al auto. Peatonalizar las calles importantes de las zonas céntricas de todas las comunas, como en todas las ciudades cultas y bellas del mundo. Basta con permitir acceso de taxis y autos de urgencia y servicios. En términos de calidad de vida y medio ambiente, mejoraríamos todos los niveles de contaminación. Cambiar autos por árboles que nos permitan disfrutar de los lugares públicos de nuestras ciudades. Caminar ha sido siempre el transporte natural del ser humano; por lo tanto, apostemos por la “caminabilidad”.
Será este virus finalmente el responsable de permitirnos una ciudad mejor. Reconquistar nuestras ciudades y poder establecer relaciones entre habitantes, apostando definitivamente por una movilidad sostenible. Mejorarlas ahora es posible y el reto más grande del porvenir de la arquitectura y del paisajismo urbano.
Gonzalo Mardones Viviani
Arquitecto
Fuente: El Mercurio, Lunes 11 de Mayo de 2020