Jueves, Diciembre 26, 2024

A una década de aquella madrugada del 27F, por Hernán de Solminihac

PULSO – A 10 años de uno de los mayores terremotos y tsunamis de nuestra historia, Chile ha hecho un importante esfuerzo por mejorar el trabajo de las instituciones encargadas de dar respuesta a las emergencias. En contraste con la situación que vivimos los días posteriores de aquella madrugada, hoy afrontamos de mejor manera los eventos extremos, con los cuales, con seguridad, seguiremos conviviendo; pero debemos continuar mejorando nuestra preparación.
Es importante tener presente que Chile es el líder de la Ocde en el ranking mundial de riesgo de desastres naturales. Tan solo en la última década han ocurrido más de 30 eventos de gran magnitud en el país, los que han dejado lamentablemente más de 4 millones de damnificados y más de 800 víctimas fatales, estas últimas pérdidas irreparables.
Este liderazgo también se refleja en el nivel de gastos que se destinan para reparar los daños generados por estos eventos. Las pérdidas a nivel país ascienden a US$ 3.000 millones promedio al año por eventos como terremotos, tsunamis, incendios, aluviones, erupciones volcánicas y eventos climatológicos extremos. Solo el terremoto y tsunami del 27F produjeron pérdidas de US$ 30 mil millones, el 18% del PIB en 2010.
Estas pérdidas humanas y económicas nos recuerdan lo necesario que es avanzar primero en el concepto de mitigación preventiva para aquellos eventos que se pueden anticipar, segundo en prepararnos para la emergencia y etapas posteriores a un evento extremo y, tercero en la idea de transformar la exposición a los eventos naturales en una ventaja sostenible en el tiempo; asimismo en un polo para exportar nuestra experiencia al mundo, transformando esta característica que tenemos como país en una oportunidad de desarrollo.
La experiencia que como país hemos adquirido es significativa; que debe ir acompañada de una política de gestión de desastres, y de investigación y desarrollo. Es fundamental continuar apoyando el trabajo y las capacidades de las instituciones de dar respuesta a las emergencias. Y no debemos olvidar la trascendental función de aquellas instancias que promueven la coordinación eficiente y eficaz entre los organismos, así como la resiliencia del país ante eventos extremos.
Tras el 27F se requiere que continuemos profundizando una mirada colectiva, participativa y de largo plazo, que nos permita responder en forma adecuada y oportuna a los eventos extremos de origen natural. Nuestra propia historia y la de aquella madrugada, nos exige siempre estar preparados.
Fuente: Pulso, Martes 18 de Febrero de 2020

PULSO – A 10 años de uno de los mayores terremotos y tsunamis de nuestra historia, Chile ha hecho un importante esfuerzo por mejorar el trabajo de las instituciones encargadas de dar respuesta a las emergencias. En contraste con la situación que vivimos los días posteriores de aquella madrugada, hoy afrontamos de mejor manera los eventos extremos, con los cuales, con seguridad, seguiremos conviviendo; pero debemos continuar mejorando nuestra preparación.
Es importante tener presente que Chile es el líder de la Ocde en el ranking mundial de riesgo de desastres naturales. Tan solo en la última década han ocurrido más de 30 eventos de gran magnitud en el país, los que han dejado lamentablemente más de 4 millones de damnificados y más de 800 víctimas fatales, estas últimas pérdidas irreparables.
Este liderazgo también se refleja en el nivel de gastos que se destinan para reparar los daños generados por estos eventos. Las pérdidas a nivel país ascienden a US$ 3.000 millones promedio al año por eventos como terremotos, tsunamis, incendios, aluviones, erupciones volcánicas y eventos climatológicos extremos. Solo el terremoto y tsunami del 27F produjeron pérdidas de US$ 30 mil millones, el 18% del PIB en 2010.
Estas pérdidas humanas y económicas nos recuerdan lo necesario que es avanzar primero en el concepto de mitigación preventiva para aquellos eventos que se pueden anticipar, segundo en prepararnos para la emergencia y etapas posteriores a un evento extremo y, tercero en la idea de transformar la exposición a los eventos naturales en una ventaja sostenible en el tiempo; asimismo en un polo para exportar nuestra experiencia al mundo, transformando esta característica que tenemos como país en una oportunidad de desarrollo.
La experiencia que como país hemos adquirido es significativa; que debe ir acompañada de una política de gestión de desastres, y de investigación y desarrollo. Es fundamental continuar apoyando el trabajo y las capacidades de las instituciones de dar respuesta a las emergencias. Y no debemos olvidar la trascendental función de aquellas instancias que promueven la coordinación eficiente y eficaz entre los organismos, así como la resiliencia del país ante eventos extremos.
Tras el 27F se requiere que continuemos profundizando una mirada colectiva, participativa y de largo plazo, que nos permita responder en forma adecuada y oportuna a los eventos extremos de origen natural. Nuestra propia historia y la de aquella madrugada, nos exige siempre estar preparados.
Fuente: Pulso, Martes 18 de Febrero de 2020

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