EL MERCURIO – Son amplios y diversos los desafíos que Chile asumió al aceptar la sede de la COP25, la vigésima quinta Conferencia de las Partes para el Cambio Climático. Ellos no se circunscriben solo a la organización de un evento de carácter mundial, al que asisten sobre 25 mil personas, y representantes de más de 190 países, incluidos distintos jefes de Estado, con todas las complejidades logísticas y de seguridad involucradas en los pocos meses que quedan hasta su realización, entre el 2 y el 13 de diciembre de este año.
Adicionalmente -y tal vez aún más importante-, el país anfitrión es el que lidera la discusión. En consecuencia, debe procurar que las negociaciones entre los participantes avancen en aquellos temas sobre los que ya ha habido acuerdo -de objetivos, aunque no necesariamente respecto de instrumentos- en las conferencias anteriores, y conseguir que las metas que los propios países se hayan autoimpuesto en concordancia con esos objetivos se estén efectivamente cumpliendo, o revisarlas a la luz de lo que el Panel Internacional para el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés), constituido por científicos y que monitorea la generación de gases efecto invernadero y sus consecuencias, haya incorporado a sus informes. Por ejemplo, en la COP23, de París, se acordó que la humanidad debía tomar las acciones necesarias para que la temperatura de la Tierra no sobrepasara los 2 ºC por sobre el nivel preindustrial, lo que el panel considera ahora insuficiente, rebajando esa cifra a un 1,5 ºC, cota a la que prácticamente ya se está llegando, lo que obliga a esta COP a convenir una actuación mucho más decidida. Ello, a su vez, en avance de la COP26, cuando la discusión se volcará directamente sobre las implementaciones necesarias.
Asimismo, le corresponde al país anfitrión plantear nuevas cuestiones que hayan surgido o que complementen la actual agenda y que digan relación con el cambio climático. Al respecto, Chile ha anunciado la decisión de relevar la protección de los océanos y la importancia de la Antártica. Se trata de dos cuestiones en las que país puede ofrecer un aporte especial, considerando su inmensa plataforma marítima y su condición de puerta de entrada más cercana a la Antártica, a través de Punta Arenas. Los océanos son normalmente receptorios de CO {-2} , pero cambios en su temperatura u otras variables cruciales podrían modificar ese hecho, lo que tendría un inmenso impacto sobre el objetivo general de disminuir la presencia de esos gases en la atmósfera. De ahí la importancia de entender con mayor precisión los aspectos científicos involucrados y mejorar los modelos explicativos y predictivos, así como la relación entre la biomasa de peces, algas y corales y los fenómenos climáticos que preocupan a la humanidad. Algo similar ocurre con la Antártica, el continente helado que actúa no solo como reservorio mundial de agua, sino también como regulador del nivel del mar en el globo, y respecto del cual se requiere comprender mejor los modelos que lo describen para tener más éxito en su preservación. Ambos temas tienen un carácter científico-tecnológico, como también lo son las soluciones que se propongan para enfrentar los problemas involucrados. Por lo mismo, la relación entre ciencia y política se transformará, de manera natural, en un punto crucial en esta instancia, respecto del cual Chile debiera buscar construir consensos. Esto, considerando que la humanidad no podrá avanzar en estas materias si la política ignora o descalifica los hallazgos científicos, camino seguro al fracaso; la tarea pasará más bien por definir cursos de acción a partir de las conclusiones que aporte la ciencia.
Todo ello coloca al país en una posición de privilegio como anfitrión de la COP25, y le abre la posibilidad de ejercer un liderazgo que, bien conducido y apoyado por los países vecinos, puede constituirse en un ejemplo para el resto del mundo.
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Fuente: El Mercurio, Miércoles 17 de Abril de 2019
Significado de la COP25
EL MERCURIO – Son amplios y diversos los desafíos que Chile asumió al aceptar la sede de la COP25, la vigésima quinta Conferencia de las Partes para el Cambio Climático. Ellos no se circunscriben solo a la organización de un evento de carácter mundial, al que asisten sobre 25 mil personas, y representantes de más de 190 países, incluidos distintos jefes de Estado, con todas las complejidades logísticas y de seguridad involucradas en los pocos meses que quedan hasta su realización, entre el 2 y el 13 de diciembre de este año.
Adicionalmente -y tal vez aún más importante-, el país anfitrión es el que lidera la discusión. En consecuencia, debe procurar que las negociaciones entre los participantes avancen en aquellos temas sobre los que ya ha habido acuerdo -de objetivos, aunque no necesariamente respecto de instrumentos- en las conferencias anteriores, y conseguir que las metas que los propios países se hayan autoimpuesto en concordancia con esos objetivos se estén efectivamente cumpliendo, o revisarlas a la luz de lo que el Panel Internacional para el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés), constituido por científicos y que monitorea la generación de gases efecto invernadero y sus consecuencias, haya incorporado a sus informes. Por ejemplo, en la COP23, de París, se acordó que la humanidad debía tomar las acciones necesarias para que la temperatura de la Tierra no sobrepasara los 2 ºC por sobre el nivel preindustrial, lo que el panel considera ahora insuficiente, rebajando esa cifra a un 1,5 ºC, cota a la que prácticamente ya se está llegando, lo que obliga a esta COP a convenir una actuación mucho más decidida. Ello, a su vez, en avance de la COP26, cuando la discusión se volcará directamente sobre las implementaciones necesarias.
Asimismo, le corresponde al país anfitrión plantear nuevas cuestiones que hayan surgido o que complementen la actual agenda y que digan relación con el cambio climático. Al respecto, Chile ha anunciado la decisión de relevar la protección de los océanos y la importancia de la Antártica. Se trata de dos cuestiones en las que país puede ofrecer un aporte especial, considerando su inmensa plataforma marítima y su condición de puerta de entrada más cercana a la Antártica, a través de Punta Arenas. Los océanos son normalmente receptorios de CO {-2} , pero cambios en su temperatura u otras variables cruciales podrían modificar ese hecho, lo que tendría un inmenso impacto sobre el objetivo general de disminuir la presencia de esos gases en la atmósfera. De ahí la importancia de entender con mayor precisión los aspectos científicos involucrados y mejorar los modelos explicativos y predictivos, así como la relación entre la biomasa de peces, algas y corales y los fenómenos climáticos que preocupan a la humanidad. Algo similar ocurre con la Antártica, el continente helado que actúa no solo como reservorio mundial de agua, sino también como regulador del nivel del mar en el globo, y respecto del cual se requiere comprender mejor los modelos que lo describen para tener más éxito en su preservación. Ambos temas tienen un carácter científico-tecnológico, como también lo son las soluciones que se propongan para enfrentar los problemas involucrados. Por lo mismo, la relación entre ciencia y política se transformará, de manera natural, en un punto crucial en esta instancia, respecto del cual Chile debiera buscar construir consensos. Esto, considerando que la humanidad no podrá avanzar en estas materias si la política ignora o descalifica los hallazgos científicos, camino seguro al fracaso; la tarea pasará más bien por definir cursos de acción a partir de las conclusiones que aporte la ciencia.
Todo ello coloca al país en una posición de privilegio como anfitrión de la COP25, y le abre la posibilidad de ejercer un liderazgo que, bien conducido y apoyado por los países vecinos, puede constituirse en un ejemplo para el resto del mundo.
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Fuente: El Mercurio, Miércoles 17 de Abril de 2019