EDITORIAL – Una vez superada la crisis generada por el Covid-19, Chile será un país diferente. Nada será igual a cómo lo veníamos proyectando hasta hace menos de un año atrás. En efecto, al remezón mayor que ha significado esta crisis sanitaria hay que agregar el “estallido social”, que se manifestó desde el 18 O con gran profundidad, y el impacto que está teniendo en el país el cambio climático y la sequía más radical de la que se tenga registro. Todo esto en un ambiente de cambio tecnológico profundo, cuyas derivas son aún desconocidas, nos ofrecen un panorama de incertidumbre mayor.
En este contexto la tarea del Estado, Gobierno y Congreso, es minimizar el efecto de esta crisis sanitaria en las personas y generar las condiciones para que la economía se vea lo menos afectada posible, especialmente por el impacto que esto puede tener en los trabajadores y sus familias. En ese sentido, no cabe más que reconocer que en Chile se ha actuado a tiempo, con la intensidad suficiente para el momento y con la requerida cautela que la autoridad económica debe conservar ante la necesidad de profundizar medidas, en tanto la crisis evolucione. Siempre será posible pedir más, pero no es este el momento para esa discusión, más aún cuando quienes están a cargo de la conducción económica del gobierno han demostrado ser flexibles ante los requerimientos que surgen desde diferentes sectores de la sociedad, empáticos con lo que sucede en el país y confiables técnica y éticamente para abordar esta situación.
Habiendo superado este período de “hibernación económica”, como sostiene el Ministro de Hacienda, ya llegará el momento de replantearnos hacia dónde mirar en una perspectiva de más largo plazo para tomar decisiones que, a partir de las nuevas condiciones que emerjan de esta crisis múltiple, nos aseguren en el menor tiempo posible alcanzar los niveles de bienestar compartido a los que todos aspiramos para nuestro país. Siempre teniendo presente que seremos más pobres de lo que éramos y que heredaremos de esta crisis un país más endeudado para enfrentar los desafíos del futuro.
Desde la infraestructura hay derroteros que, querámoslos o no, habrá que recorrer a la brevedad. El primero y tal vez el más urgente, es el que se relaciona con la carencia de recursos hídricos que afectan a un porcentaje significativo de la población y a una actividad productiva de gran importancia por el impacto que tiene en el empleo, como es la agricultura, especialmente la pequeña y mediana. Una segunda área que deberá concentrar nuestra imaginación es cómo resolver la carencia de infraestructura urbana y social que nos permita avanzar hacia la superación de las brechas que surgieron tan explícitas como consecuencia del estallido social y que se han manifestado también con la crisis del Covid-19. La infraestructura de uso público urbano no puede ni debe ser la expresión de diferencias de ingresos entre los habitantes del país.
Una tercera línea de trabajo a la que deberemos abocarnos es a ponernos al día en infraestructura digital. Es cierto que Chile cuenta con una dotación de primera en este sector, sobre todo si nos comparamos con otros países de la región; no obstante, esta es insuficiente para lo que el país debe aspirar con una mirada de futuro inmediato. Las necesidades que han surgido de esta crisis pueden ser un gran estímulo para que aprovechemos este momento y lo transformemos en una oportunidad para situarnos en la punta en materia de conectividad digital.
Seguirá vigente el compromiso país por llegar a la “carbono neutralidad” al año 2040, lo cual significa continuar con los planes de inversión en generación eléctrica y modernización de los sistemas de transporte. De igual forma, y tal vez ahora con mayor radicalidad, será necesario continuar con el esfuerzo por dotarnos de la infraestructura necesaria para disminuir los costos de nuestra cadena logística, dado que es altamente probable que las exigencias para ser un actor relevante en los mercados mundiales -en los que Chile ha participado con éxito hasta ahora- se incrementen sustantivamente.
Nuestra tarea como país será muy dura y habrá que ver la forma de cómo se compatibilizan estas exigencias con la limitada disponibilidad de recursos públicos que habrá para este efecto. Al parecer, usar esos recursos para apalancar fondos privados para la inversión en infraestructura de uso público deberá ser una exigencia a la que difícilmente alguien podrá restarse. Habrá que buscar la forma para que los intereses del Estado, los inversionistas y la sociedad civil converjan y hagan de esto una realidad. La profundidad de la crisis que estamos viviendo y sus diferentes vertientes nos señalan que el tiempo no es una variable despreciable cuando se trata de inversiones que tienen que ver con el bienestar y la equidad de acceso de la población.
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Fuente: CPI, Miércoles 01 de Abril de 2020
¿Qué se nos viene después del Covid-19?, por Carlos Cruz L.
EDITORIAL – Una vez superada la crisis generada por el Covid-19, Chile será un país diferente. Nada será igual a cómo lo veníamos proyectando hasta hace menos de un año atrás. En efecto, al remezón mayor que ha significado esta crisis sanitaria hay que agregar el “estallido social”, que se manifestó desde el 18 O con gran profundidad, y el impacto que está teniendo en el país el cambio climático y la sequía más radical de la que se tenga registro. Todo esto en un ambiente de cambio tecnológico profundo, cuyas derivas son aún desconocidas, nos ofrecen un panorama de incertidumbre mayor.
En este contexto la tarea del Estado, Gobierno y Congreso, es minimizar el efecto de esta crisis sanitaria en las personas y generar las condiciones para que la economía se vea lo menos afectada posible, especialmente por el impacto que esto puede tener en los trabajadores y sus familias. En ese sentido, no cabe más que reconocer que en Chile se ha actuado a tiempo, con la intensidad suficiente para el momento y con la requerida cautela que la autoridad económica debe conservar ante la necesidad de profundizar medidas, en tanto la crisis evolucione. Siempre será posible pedir más, pero no es este el momento para esa discusión, más aún cuando quienes están a cargo de la conducción económica del gobierno han demostrado ser flexibles ante los requerimientos que surgen desde diferentes sectores de la sociedad, empáticos con lo que sucede en el país y confiables técnica y éticamente para abordar esta situación.
Habiendo superado este período de “hibernación económica”, como sostiene el Ministro de Hacienda, ya llegará el momento de replantearnos hacia dónde mirar en una perspectiva de más largo plazo para tomar decisiones que, a partir de las nuevas condiciones que emerjan de esta crisis múltiple, nos aseguren en el menor tiempo posible alcanzar los niveles de bienestar compartido a los que todos aspiramos para nuestro país. Siempre teniendo presente que seremos más pobres de lo que éramos y que heredaremos de esta crisis un país más endeudado para enfrentar los desafíos del futuro.
Desde la infraestructura hay derroteros que, querámoslos o no, habrá que recorrer a la brevedad. El primero y tal vez el más urgente, es el que se relaciona con la carencia de recursos hídricos que afectan a un porcentaje significativo de la población y a una actividad productiva de gran importancia por el impacto que tiene en el empleo, como es la agricultura, especialmente la pequeña y mediana. Una segunda área que deberá concentrar nuestra imaginación es cómo resolver la carencia de infraestructura urbana y social que nos permita avanzar hacia la superación de las brechas que surgieron tan explícitas como consecuencia del estallido social y que se han manifestado también con la crisis del Covid-19. La infraestructura de uso público urbano no puede ni debe ser la expresión de diferencias de ingresos entre los habitantes del país.
Una tercera línea de trabajo a la que deberemos abocarnos es a ponernos al día en infraestructura digital. Es cierto que Chile cuenta con una dotación de primera en este sector, sobre todo si nos comparamos con otros países de la región; no obstante, esta es insuficiente para lo que el país debe aspirar con una mirada de futuro inmediato. Las necesidades que han surgido de esta crisis pueden ser un gran estímulo para que aprovechemos este momento y lo transformemos en una oportunidad para situarnos en la punta en materia de conectividad digital.
Seguirá vigente el compromiso país por llegar a la “carbono neutralidad” al año 2040, lo cual significa continuar con los planes de inversión en generación eléctrica y modernización de los sistemas de transporte. De igual forma, y tal vez ahora con mayor radicalidad, será necesario continuar con el esfuerzo por dotarnos de la infraestructura necesaria para disminuir los costos de nuestra cadena logística, dado que es altamente probable que las exigencias para ser un actor relevante en los mercados mundiales -en los que Chile ha participado con éxito hasta ahora- se incrementen sustantivamente.
Nuestra tarea como país será muy dura y habrá que ver la forma de cómo se compatibilizan estas exigencias con la limitada disponibilidad de recursos públicos que habrá para este efecto. Al parecer, usar esos recursos para apalancar fondos privados para la inversión en infraestructura de uso público deberá ser una exigencia a la que difícilmente alguien podrá restarse. Habrá que buscar la forma para que los intereses del Estado, los inversionistas y la sociedad civil converjan y hagan de esto una realidad. La profundidad de la crisis que estamos viviendo y sus diferentes vertientes nos señalan que el tiempo no es una variable despreciable cuando se trata de inversiones que tienen que ver con el bienestar y la equidad de acceso de la población.
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Fuente: CPI, Miércoles 01 de Abril de 2020