EL MERCURIO – La temporada de verano suele fijar la atención de la opinión pública en las ciudades que reciben turistas y visitantes. Es el caso de Valparaíso y Viña del Mar, tradicionales destinos en esta época del año. Pero ambas ciudades no solo tienen en común su atractivo turístico y cercanía geográfica, sino también el enfrentar situaciones de deterioro y pérdida de relevancia.
Valparaíso, por ejemplo, lleva décadas sin lograr, más allá de esfuerzos aislados, articular un proyecto de ciudad que ofrezca nuevas oportunidades a sus habitantes, y donde resolver el destino portuario aparece como cuestión pendiente y central. La elección de su actual alcalde representó un intento por superar el estancamiento, proyectando a una figura ajena a los bloques tradicionales y que, más allá de militar en el Frente Amplio, concitó el respaldo de intelectuales y vecinos preocupados por el destino de la ciudad. Hasta ahora, sin embargo, su gestión aparece trabada por los problemas que supone un déficit calculado en $100 mil millones, fruto de sucesivas admninistraciones cuestionadas. Durante su mandato, además, se ha percibido un clima antiempresarial, desmentido por el edil, pero que -sostienen sus críticos- ha obstaculizado importantes inversiones.
Preocupa de modo especial el continuado deterioro del casco histórico, declarado patrimonio cultural de la humanidad por la Unesco. Es elocuente, en este sentido, el que la Corte de Valparaíso haya acogido un recurso de protección contra la municipalidad, la seremi de salud y la gobernación provincial, pidiendo se restablezcan el orden y la seguridad en la plaza Aníbal Pinto, donde hoy se observa comercio informal, ingesta de alcohol y drogas, y ruidos molestos.
Viña del Mar, por su parte, también enfrenta dificultades. Un informe de la Contraloría permitió constatar un déficit de $17 mil millones en la ejecución presupuestaria 2017, y el pago de más de $12 mil millones en horas extras y honorarios. A raíz de ello, concejales de oposición evalúan una presentación ante el Tribunal Electoral Regional. A diferencia de Valparaíso, la ciudad no tiene un problema de ingresos que plantee un déficit estructural en sus finanzas. Las dificultades parecen más bien vinculadas a problemas de gestión y definición de prioridades. Hasta ahora, el gobierno local, más allá de los vistosos eventos veraniegos, no ha logrado proyectar un plan equilibrado que atienda tanto a la vocación turística y a un desarrollo urbano armónico como a las necesidades de los sectores más populares. Se trata de un doble desafío que hace particularmente compleja la conducción municipal.
Resulta paradójico que dos ciudades tan cercanas enfrenten similares problemas de deterioro, a pesar de estar dirigidas por líderes de sectores políticos contrapuestos. Esto lleva a pensar que las vías de solución también se encuentran profundamente ligadas. Ello parece confirmarlo el reciente Indicador de Actividad Económica Regional, que mostró un decrecimiento de -0,4 % en la Región de Valparaíso.
Las elecciones municipales de 2020 debieran ser una oportunidad para, más allá de la medición de liderazgos locales o de su utilización para eventuales plataformas políticas de alcance nacional, debatir sobre los reales problemas de ambas ciudades y sus caminos de solución.
Ambas ciudades presentan situaciones de deterioro y pérdida de relevancia.
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Fuente: El Mercurio, viernes 22 de febrero de 2019
Problemas de Valparaíso y Viña del Mar
EL MERCURIO – La temporada de verano suele fijar la atención de la opinión pública en las ciudades que reciben turistas y visitantes. Es el caso de Valparaíso y Viña del Mar, tradicionales destinos en esta época del año. Pero ambas ciudades no solo tienen en común su atractivo turístico y cercanía geográfica, sino también el enfrentar situaciones de deterioro y pérdida de relevancia.
Valparaíso, por ejemplo, lleva décadas sin lograr, más allá de esfuerzos aislados, articular un proyecto de ciudad que ofrezca nuevas oportunidades a sus habitantes, y donde resolver el destino portuario aparece como cuestión pendiente y central. La elección de su actual alcalde representó un intento por superar el estancamiento, proyectando a una figura ajena a los bloques tradicionales y que, más allá de militar en el Frente Amplio, concitó el respaldo de intelectuales y vecinos preocupados por el destino de la ciudad. Hasta ahora, sin embargo, su gestión aparece trabada por los problemas que supone un déficit calculado en $100 mil millones, fruto de sucesivas admninistraciones cuestionadas. Durante su mandato, además, se ha percibido un clima antiempresarial, desmentido por el edil, pero que -sostienen sus críticos- ha obstaculizado importantes inversiones.
Preocupa de modo especial el continuado deterioro del casco histórico, declarado patrimonio cultural de la humanidad por la Unesco. Es elocuente, en este sentido, el que la Corte de Valparaíso haya acogido un recurso de protección contra la municipalidad, la seremi de salud y la gobernación provincial, pidiendo se restablezcan el orden y la seguridad en la plaza Aníbal Pinto, donde hoy se observa comercio informal, ingesta de alcohol y drogas, y ruidos molestos.
Viña del Mar, por su parte, también enfrenta dificultades. Un informe de la Contraloría permitió constatar un déficit de $17 mil millones en la ejecución presupuestaria 2017, y el pago de más de $12 mil millones en horas extras y honorarios. A raíz de ello, concejales de oposición evalúan una presentación ante el Tribunal Electoral Regional. A diferencia de Valparaíso, la ciudad no tiene un problema de ingresos que plantee un déficit estructural en sus finanzas. Las dificultades parecen más bien vinculadas a problemas de gestión y definición de prioridades. Hasta ahora, el gobierno local, más allá de los vistosos eventos veraniegos, no ha logrado proyectar un plan equilibrado que atienda tanto a la vocación turística y a un desarrollo urbano armónico como a las necesidades de los sectores más populares. Se trata de un doble desafío que hace particularmente compleja la conducción municipal.
Resulta paradójico que dos ciudades tan cercanas enfrenten similares problemas de deterioro, a pesar de estar dirigidas por líderes de sectores políticos contrapuestos. Esto lleva a pensar que las vías de solución también se encuentran profundamente ligadas. Ello parece confirmarlo el reciente Indicador de Actividad Económica Regional, que mostró un decrecimiento de -0,4 % en la Región de Valparaíso.
Las elecciones municipales de 2020 debieran ser una oportunidad para, más allá de la medición de liderazgos locales o de su utilización para eventuales plataformas políticas de alcance nacional, debatir sobre los reales problemas de ambas ciudades y sus caminos de solución.
Ambas ciudades presentan situaciones de deterioro y pérdida de relevancia.
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Fuente: El Mercurio, viernes 22 de febrero de 2019