Jueves, Diciembre 26, 2024

Pandemia: ¿una maldición o una bendición disfrazada?, por Sergio Bitar

EL MOSTRADOR – Esta crisis podría desatar energía y voluntad para transformar la forma de vivir actual, enfrentar el gran desafío del cambio climático, la desigualdad y el individualismo. Será prolongada y ardua, pero creará una gran oportunidad de construir un mundo mejor. Dependerá de la resolución política, la conciencia social y lo que haga cada uno de nosotros. Entonces, esta pandemia podría devenir una bendición disfrazada.
Si se maneja bien, esta pandemia del coronavirus podría crear condiciones propicias para impulsar transformaciones cruciales. Podría devenir una “bendición disfrazada”. Esta pandemia, cuyos efectos serán mucho más sustanciales y duraderos que los que percibimos ahora, puede ser una señal anticipada, una potente advertencia y una alerta para que el ser humano se disponga a cambiar de manera radical su forma de vivir y organizarse.
Hasta días antes de la difusión exponencial de los contagios, el tema más angustiante era el cambio climático. Los datos se iban tornando alarmantes. Los últimos informes nos advertían los riesgos de escasez de alimentos, subidas del mar, amenazas a poblaciones costeras, calor y sequía, incendios, deshielos, desplazamientos de población. Esta pandemia ha pospuesto esas preocupaciones, pero no las ha hecho desaparecer. Por el contrario, ambos fenómenos globales –pandemia y cambio climático– se imbrican entre sí. Cabe reflexionar, entonces, cómo transformar la crisis sanitaria, económica y ecológica en una oportunidad para efectuar reformas que permitan a la humanidad, y a cada gobierno, abordar con audacia y responsabilidad lo que vendrá.
Así lo advierte Hans Joachim Schellnhuber, director emérito del Potsdam Institute: “El cambio climático está llegando al fin del juego, muy pronto la humanidad deberá elegir entre tomar acciones sin precedentes o aceptar que ya es muy tarde y sufrir las consecuencias… si continuamos por el camino actual hay un alto riesgo de terminar con nuestra civilización. La especie humana sobrevivirá de alguna manera, pero habríamos destruido casi todo lo construido en los últimos 2000 años” (Existential climate-related security risk: A Scenario Approach, David Spratt & Ian Dunlop, mayo 2019).
Siendo esta pandemia la primera crisis realmente global y sistémica, ella se propaga a todas las esferas de la vida. Abarca a todos los países, sectores sociales, razas, religiones, grupos etarios; amenaza la salud; se entrelaza con el cambio climático; destruye empleos y daña la actividad productiva y financiera; aumenta la pobreza, y modifica los comportamientos de cada uno de nosotros.
No tenemos claro cómo se retroalimentarán todos estos procesos, pues no hay experiencias que nos guíen. Pero sí intuimos que cambiará la organización de la vida, veremos transformaciones institucionales y de comportamiento, de gran magnitud. La vulnerabilidad personal, que no exime a nadie, nos dispondrá a prevenir y actuar de forma radical. Transformaciones urgentes, que han sido peligrosamente postergadas, serán más viables de realizar. Dependerá de la conciencia de la sociedad y del liderazgo político. Por primera vez el ser humano encara a un mismo enemigo desconocido. Sin duda, este trauma nos sensibilizará también sobre la trascendencia del cambio climático para el futuro de la especie humana.
Anticipación y diseño de nuevas estrategias
Inevitablemente, la atención de los gobiernos y de cada persona, en medio de la incertidumbre y el temor, se vuelca a lo inmediato. ¿Qué podemos atisbar si levantamos la mirada? Es imprescindible analizar escenarios futuros. La prospectiva, o foresight en inglés, es un método para pensar y situarnos en distintos horizontes, incluso los más dramáticos. Solo así podremos identificar los obstáculos y oportunidades que pueden surgir. La prospectiva complementa la atención a lo inmediato, al explorar y detectar futuros plausibles. Nos da tiempo para adelantarnos, diseñar nuevas estrategias y salir mejor parados. Al analizar distintos escenarios, desde los más moderados, de continuidad, hasta los extremos, de disrupción, se puede disminuir la incertidumbre y seleccionar los que parecen más plausibles para concentrase en ellos y deducir cursos de acción más efectivos.
Esta herramienta es aún más requerida cuando distintos pensadores vaticinan que “la actual pandemia global COVID-19 será vista en retrospectiva como un gran acelerador que nos hizo transitar desde la continuidad del pasado a una nueva era. Solo un acontecimiento como este, que desarma todas nuestras nociones preconcebidas, un quiebre epistémico, tiene el poder transformador general para alterar la condición humana”, así registra Nathan Gardels (The World Post, 21 marzo de 2020).
Hacer sistemáticamente el ejercicio de prospectiva ayuda a los gobiernos, organismos internacionales, instituciones, empresas y sociedad civil. Facilita una reflexión sobre estrategias para encarar diversos escenarios. A partir de ese ejercicio es posible identificar qué iniciativas son transversales y cuáles conviene poner en práctica lo antes posible.
Algunos países avanzados cuentan con capacidades de prospectiva, otros emergentes tienen muy escasos recursos humanos e institucionales para escrutar futuros y anticipar. Es indispensable, por tanto, crear unidades de futuro en los principales centros de gobierno, fortalecer los existentes y conectarlos con equipos de las regiones, empresas y universidades.
¿Qué amenazas se avizoran en el horizonte?
Advertido de los riesgos de errar en circunstancias tan inciertas, aventuro cinco amenazas principales.

  • La transformación climática del planeta modificará la vida, incluso la realidad sanitaria actual. Los virus podrán mutar con los cambios climáticos y surgirán riesgos nuevos. Las pandemias, no las guerras nucleares, serán el mayor peligro de la humanidad. La escasez de agua pondrá en riesgo el consumo humano, afectará la producción de alimentos y provocará migraciones. La altura del mar subirá por el derretimiento de hielos en el Ártico y la Antártica, amenazando ciudades costeras; las inundaciones afectarán a numerosas ciudades y particularmente a las poblaciones donde habitan los pobres; los incendios acrecentarán la deforestación, reduciendo la captura de CO2. Además, como lo advierte la FAO, “el cambio climático impacta la agricultura más allá de los rendimientos de los cultivos (…) afecta también la calidad de los suelos, el ecosistema de los peces y los stocks, la diversidad de los paisajes, la epidemiología y la resistencia antimicrobiana a las pestes y enfermedades” (FAO, The Future of Food and Agriculture: Alternative Pathways to 2050, 2018).
  • Aumentará la desigualdad. El coronavirus puede socavar aún más el sostén económico de las familias modestas. Mientras no se descubra un tratamiento para los enfermos y vacunas para los sanos, el combate a la pandemia se hará conteniendo la propagación y contagios a través de mascarillas, distanciamiento, cuarentenas y toques de queda. Crecerá la angustia ante el desempleo, el temor ante la recesión económica, y el desabastecimiento de bienes y servicios. La brecha digital puede crecer elevando la desigualdad. En este momento histórico, todos los países enfrentan un dilema mayor: cuánta protección a la salud y cuánta reactivación económica para recuperar empleos y proveer servicios básicos.
  • Estados débiles que carecen de capacidad de conducir, coordinar, financiar y ejecutar las acciones necesarias para proteger a la población. El Estado deberá crecer para proteger la salud de todos, y aplicar mecanismos inéditos de entrega de dinero directamente a cada persona para alimentarse y sobrevivir, y a las empresas para mantener empleos y recuperarse. El nuevo desafío será cómo generar más igualdad con menos recursos. Para crecer, deberán ocurrir modificaciones mayores en la organización de la producción y del consumo, la reducción de la contaminación, digitalización y robotización, diálogo social y consultas ciudadanas, hábitos y comportamientos.
  • La democracia está amenazada. Antes que estallara esta pandemia la democracia estaba asediada en cada país, con gobiernos, instituciones y elites deslegitimadas. Cundía el malestar de rechazo a la desigualdad y la corrupción, una economía casi estancada y protestas sociales en ascenso. La pandemia y la crisis económica agudizarán estos fenómenos. Si a ellos se agrega el temor y la vulnerabilidad, que predisponen a muchas personas a transar libertad por seguridad, aumentan las tentaciones autoritarias. La expansión de la digitalización, el seguimiento y trazabilidad de cada persona, el pago directo a desempleados y pobres para que sobrevivan, pueden abrir paso a sistemas de vigilancia y control social inéditos. Las fuerzas armadas que supervisan cuarentenas y toques de queda pueden tornarse habituales. Pueden acentuarse las actitudes individualistas, pues el temor de ser contagiado puede despertar el egoísmo en vez de la cooperación, y las nuevas tecnologías para cuidar a cada ser humano de la enfermedad pueden servir también para espiarlo y limitar su libertad. El Estado de derecho está en riesgo.
  • El mundo no está preparado para colaborar eficazmente. La disputa geopolítica entre EE.UU. y China no amainará y puede echar por tierra la colaboración global. Tal tensión retardaría la superación de las pandemias y la recuperación económica, esencial para los países que necesitan de reglas internacionales convenidas. “Las desigualdades entre los países y entre grupos sociales que aumentaron la fragilidad del sistema mundial deben ser abordadas de una vez por todas” (CEPAL, Informe Especial, COVID 19, abril 2020). Yuval Harari apunta bien que el dilema de la humanidad es “entre nacionalismo aislacionista y solidaridad”, y advierte que el uso extendido de las tecnologías y la preferencia humana por ceder privacidad y ganar seguridad coloca a la humanidad en el dilema de “gobiernos autoritarios de vigilancia o empoderamiento ciudadano” (The World after Coronavirus, Financial Times, 21 de marzo).

Las oportunidades de cambio
Paralelamente a las amenazas, se crearán circunstancias favorables para realizar transformaciones institucionales, políticas, económicas y sociales que se hallaban pendientes, bloqueadas, o que nunca se habían viabilizado. Es importante vislumbrar esos cambios para anticipar la acción. Veamos algunos.

  • Máxima prioridad será transformar los sistemas de salud, crear un sistema público potente al que accedan todos los habitantes, en condiciones básicas iguales. Después de la gran epidemia de 1918, se transformaron los sistemas de salud, con autoridad central y predominio público. Similar proceso tuvo lugar después de la Segunda Guerra Mundial, cuando creció el Estado de bienestar y la equidad. Luego de la pandemia de 2020 el ímpetu será mayor y podría abarcar múltiples iniciativas, formar más personal médico, elevar los recursos para investigación científica, remunerar la labor de cuidado a los vulnerables, mayoritariamente mujeres, coordinar esfuerzos mundiales de investigación y control de armas biológicas. “La salud pública puede transformarse en el eje de la política exterior”, señala Ed Yong en How the Pandemic Will End (The Atlantic, marzo 25, 2020).
  • La digitalización se expandirá exponencialmente a todos los ámbitos de la vida. Las familias de menores ingresos no cuentan ni con habilidades digitales ni dispositivos, ni acceso a banda ancha. El acceso digital es un servicio público y, por tanto, es un derecho que el Estado debe asegurar a todas las personas. La salud será el primer ámbito de intervención y reforma, igual tendencia se dará en educación y el comercio, que verá rápidos progresos, con nuevos sistemas de venta, bodegaje, transporte y pago. Sin embargo, en América Latina la infraestructura y la educación digital son insuficientes y desiguales. Se requerirá de una densificación de la infraestructura, fibra óptica y equipos. Igualmente debe regularse la nueva estructura empresarial, para limitar la concentración en muy pocas empresas integradas verticalmente, que oligopolizan las comunicaciones mundiales y pueden poner en jaque la libertad de expresión y la privacidad, esenciales en una democracia.
  • Los países velarán por su seguridad alimentaria y sanitaria. Tras la interrupción del transporte y cierre de fronteras se ha tomado conciencia de la fragilidad de las cadenas internacionales de producción y del abastecimiento de bienes básicos, alimentación y medicamentos. Ya antes de las actuales inquietudes por escasez, un informe de FAO (op. cit), ponía en duda la capacidad de alimentar a una población mundial que sigue creciendo y se aproximaría a 10 mil millones en 2050. Hay países exportadores de alimentos que, en medio de la pandemia, están suspendiendo envíos al exterior para asegurar su abastecimiento interno. La alta proporción de medicamentos producidos en China e India expone a una dependencia que los países preferirán evitar. Los gobiernos, probablemente, querrán asegurar el abastecimiento interno y tomar distancia de fallas que acontezcan en otras latitudes.
  • Se fortalecerán las políticas de inclusión social. Este virus será un catalizador de la lucha por la igualdad. “Solo las plagas catastróficas y las guerras han impulsado a las sociedades en el pasado a fundamentalmente enderezar la desigualdad social”, señala el historiador de Stanford Walter Scheidel (en su libro The Great Leveler). Se necesitará mayor presencia del Estado para ejecutar nuevas políticas sociales y apoyar directamente a cada familia. Luego de la crisis, se pueden avizorar fuertes presiones para avanzar hacia un nuevo sistema de protección social con garantía a derechos básicos. Un nuevo pacto social será indispensable para absorber al impacto de los cambios tecnológicos en el futuro del empleo. La robótica y la inteligencia artificial elevarán la productividad, pero también provocarán desempleo en quienes realizan labores rutinarias. Sin una acción enérgica en favor de la alfabetización digital y la protección del trabajador y su familia durante la transición a nuevos empleos, se elevará la desigualdad. Si los países consiguen avanzar en inclusión, tendrán menos conflictividad, más acuerdo social y legitimidad para progresar. Esta es una condición para gobernar en sociedades democráticas.
  • Nuevas reformas para afianzar el respeto a los Derechos Humanos, elevar la participación y distribuir el poder. La opinión pública exigirá a los gobiernos, partidos políticos y organizaciones sociales empoderar a los ciudadanos y ampliar la inclusión. Los poderes especiales que se le puedan delegar a un gobierno durante una emergencia deberán ser proporcionales, temporales y estar sujetos a la fiscalización de otros poderes del Estado, de la sociedad civil y de los medios de comunicación. Asegurar el derecho igualitario al agua y al acceso digital será una demanda de la ciudadanía. El avance de la democracia dependerá de lograr la cohesión social, la igualdad y de compartir un proyecto nacional solidario.

  • Los Estados nacionales asumirán un mayor poder de conducción estratégica, que haga imperar las prioridades de la sociedad sobre las decisiones del mercado. Una mayor gravitación del Estado en la conducción de la sociedad Estado no implica un aparato central burocrático ni propietario de innumerables empresas públicas que reemplacen a las privadas. Las nuevas instituciones públicas se extenderán en dos direcciones. Una, hacia la descentralización, donde las personas puedan ejercer su participación y decisión en forma directa, más cercanas a sus municipios y autoridades locales. La otra, avanzar hacia la colaboración y coordinación internacional, alejarse del aislacionismo, fortaleciendo las instancias multilaterales, a fin de responder a los problemas globales que afectan a todos los países.
  • Acciones multilaterales para afianzar la colaboración global. En medio de esta crisis global, salvo la OMS, ha habido escasa intervención de organismos internacionales. Incluso en la Unión Europea, el sistema más sofisticado de integración, cada nación ha reaccionado separadamente. La lógica de “sálvese quien pueda” ha evidenciado la frágil estructura mundial para encarar los enormes desafíos. La forma en que EE.UU. y China regulen su pugna estratégica es esencial para configurar un nuevo orden internacional. Naciones de Europa, América Latina, Asia y África pueden concertar su colaboración para reformar y reforzar las instancias multilaterales en salud, alimentación, energía, finanzas, cambio climático y paz. Las Naciones Unidas, el FMI y el BM deben desempeñar un rol muy superior al que ejercen hoy. “Los líderes mundiales deben acordar de inmediato el compromiso de destinar 8 mil millones de dólares y financiar las más urgentes brechas de combate al COVID-19” (Plan de Berggruen Institute, del ex Primer Ministro de Inglaterra Gordon Brown y de miembros del 21st Century Council, 12 de abril de 2020).
  • Comportamientos más colaborativos, menos competitivos. ¿Puede aflorar un mundo donde se morigere el individualismo y florezca la solidaridad, donde cada persona aprecie lo esencial y descarte lo superfluo y el despilfarro, donde se aplaque la arrogancia de creer en la supremacía sobre la naturaleza o pensar que somos inmunes? Crecerá la responsabilidad compartida en el hogar y veremos una presencia más activa de la mujer en las actividades públicas.
  • “Hoy creo que tenemos que desacelerar un determinado ritmo de consumo y de producción y aprender a comprender y a contemplar la naturaleza” (entrevista a Papa Francisco, ABC, 8 abril de 2020). La sociedad civil deberá adquirir más poder y autonomía para emprender acciones de interés público y las empresas deberán asumir responsabilidades sociales. Una democracia con poder distribuido está más capacitada para crear una sociedad cohesionada. ¿Cómo estimular y consolidar los valores y actitudes solidarias activas? El mundo que emerja y las posibilidades de cambio dependerán, como señala D. Levy-Strauss, de cuánto cambiarán las preferencias colectivas como consecuencia de la prolongación y profundidad de esta crisis (L´Etre, l´Avoir el le Pouvoir dans la Crise, Slate, abril de 2020).

Chile y América Latina
La anticipación de escenarios y tendencias ayuda a identificar cursos de acción y a preparar programas de futuro en América Latina. La situación actual podría desatar un gran impulso transformador y con ello evitar que se acentúe el rezago, social, económico y democrático de la región. Surge una gran oportunidad de realizar transformaciones como las siguientes.

  • Una gran reforma del sistema de salud. La segmentación entre lo público y lo privado ha provocado diferencias de calidad inaceptables, que están en el origen de protestas pasadas y latentes en todos los países latinoamericanos, y del estallido social de octubre 2019 en Chile. Emergerán nuevas condiciones favorables para efectuar reformas contundentes, crear un seguro universal, proveer de medicamentos a precios controlados, elevar la producción nacional de genéricos, reforzar el rol público en producción y distribución. Salud no es solo medicamentos y atención médica, también exige terminar con el hacinamiento, y proveer servicios y bienes públicos universales y de mejor calidad. Porque la salud del más modesto es requisito para la salud del más pudiente, todos dependemos de todos.
  • Afirmar la democracia y combatir las tendencias autoritarias. La democracia representativa exigirá numerosas reformas político-institucionales. En América Latina se deberá equilibrar el excesivo poder presidencial. La región carece de mecanismos efectivos de diálogo social, y deberá crearlos para consultar y alentar la participación de la comunidad en las elecciones y decisiones de política pública. Sin instaurar nuevas modalidades de democracia participativa no se logrará fortalecer la democracia representativa. También será prioritario revisar las funciones de las fuerzas armadas. Cuando la principal amenaza ya no son las guerras, ellas deberán especializarse y colaborar en emergencias nacionales y globales, especialmente las derivadas del cambio climático. Igualmente, se ha de reformar a las policías para que actúen en la preservación del orden público con respeto a los Derechos Humanos y al Estado de derecho. A su vez, las nuevas formas de comunicación social deben propender al empoderamiento ciudadano. La democracia requiere resguardar la veracidad, dignidad, libertad y privacidad, impedir el abuso, la distorsión, la manipulación. Por ello será imprescindible regular a las redes y a las grandes empresas que controlan el sistema de comunicaciones sociales.
  • Crear un nuevo sistema de protección social. Sin mayor inclusión social, el sentido de comunidad se debilita y se comprometería la profundización democrática. La aceleración de la digitalización y la consiguiente amenaza de desempleo exigen proteger a las trabajadoras y los trabajadores y sus familias en la transición, y apoyarlos con un gran plan de alfabetización, formación e investigación digital. El llamado “dividendo digital”, fruto de una digitalización vertiginosa, deberá distribuirse mejor. Parte de este proceso se traducirá en la implantación progresiva de un ingreso básico universal que garantice la sobrevivencia de todas las personas y les otorgue autonomía para desarrollarse y aportar a la comunidad. La pandemia hará imperiosa la creación de un nuevo pacto social.
  • Un Estado que conduzca, incluya e innove. Será una prioridad lograr eficiencia y probidad en la provisión de servicios y bienes públicos de calidad para todos, sin exclusión. Sin embargo, eso no basta, el cambio principal radica en la redefinición de sus funciones y el robustecimiento de sus capacidades. Se necesitará un Estado que convoque a la acción conjunta de los principales actores de la sociedad, un Estado solidario que active la inclusión social, un Estado catalizador que impulse la innovación productiva, un Estado garante de una cultura de respeto, dignidad y creatividad, que mejore la convivencia.
  • Un salto en tecnología digital. La educación digital y la infraestructura de acceso son aún débiles. Ambas son esenciales para universalizar y mejorar la atención de salud, educación y potenciar la actividad productiva futura. El trabajo a distancia exigirá la producción de plataformas, equipamiento, capacidad de transmisión, almacenamiento, procesamiento y diseño de algoritmos. América Latina tiene la oportunidad, y Chile la ventaja única, de apoyarse en la intensa actividad astronómica para aumentar su capacidad tecnológica digital. Un gran programa digital representa una tremenda oportunidad. La digitalización y el trabajo a distancia hacen posible también corregir otro gran problema: la excesiva concentración territorial. Las macrociudades generan deseconomías de escala, deterioro de la calidad de vida, hacinamiento, saturación del transporte público. Las ciudades medianas y pequeñas pueden ofrecer una vida mejor.
  • Nuevas bases productivas para crecer y sustentar el bienestar social. La recuperación económica dependerá de la profundidad y duración de la caída. Los países más resilientes podrán recuperarse antes. La clave es la flexibilidad y agilidad para reconvertir actividades productivas e iniciar nuevas. Cada país tiene actividades dominantes y puede crear nuevas actividades competitivas. Chile tiene la ventaja inicial de que sus principales exportaciones –alimentos y cobre– mantendrán una alta demanda. Los alimentos, producidos en tierra y mar, serán claves en condiciones de mayor restricción global de tierra y agua, al igual que el cobre para abastecer la electrificación del planeta (sensores Internet de las Cosas, energías renovables, electromovilidad). Ambos, lamentablemente, enfrentan obstáculos: los alimentos, la aguda restricción de agua; el cobre, su remplazo parcial por reciclaje u otras aleaciones con aluminio o grafeno. Chile debe realizar programas macizos para superar la escasez de agua y aprovechar la abundancia de energía solar. La desalación es imperiosa y posee dos ventajas: cercanía al mar y energía solar. Chile puede desarrollar un plan que incluya el diseño y fabricación de plantas desaladoras y plantas generadoras de energía solar, producir agua y descarbonizar la matriz energética. Ambas son esenciales para la reducción de la contaminación ambiental. El crecimiento solo será posible con un esfuerzo sustantivo en investigación científica y formación técnica. A su vez, las empresas deberán relevar su responsabilidad pública. No basta seguir con la lógica única de maximizar utilidades, han de atender los problemas de la comunidad, cuidar el medio ambiente, innovar, pagar sus tributos, abrir espacio a las mujeres con igualdad de derechos, y a las nuevas generaciones.
  • Acción multilateral para fortalecer el sistema internacional. Los desafíos globales no podrán superarse si el mundo se polariza y prosigue la pugna entre China y EE.UU. La pandemia, la economía y el cambio climático requieren una intensa cooperación entre estados, organismos internacionales y actores no estatales. El riesgo de desacoplamiento entre estas dos principales potencias es alto y la disputa puede extenderse al campo tecnológico-militar y también a los “modelos políticos” que representan cada una de ellas. El antídoto para contener esa disputa es el multilateralismo. El G20 debe potenciarse y constituir equipos ministeriales en temas críticos, como la salud y la alimentación, invitando a otros países. Un paso crucial es fortalecer a la OMS, la OMC, impulsar reformas de las NU, el FMI y el Banco Mundial, para crear nuevas instituciones internacionales después de esta prolongada hibernación.

Anticipar para construir un mundo mejor
La prospectiva sirve para anticipar y actuar. Es un modo de pensar que mejora las decisiones al advertir riesgos y detectar oportunidades. América Latina, y Chile en particular, debe reforzar su capacidad de estudio de escenarios posibles y de estrategias nacionales. Cuando se anticipan las transformaciones pueden impulsarse con antelación, es lo que hay que realizar ahora, no esperar la “nueva normalidad”. “Los líderes que ganaron la guerra no esperaron la victoria para planear lo que seguiría. (…) El mismo tipo de prospectiva se necesita ahora” (El virus desnuda la fragilidad del contrato Social, Editorial Financial Times, 3 de abril de 2020).
En esta pandemia cada uno de nosotros se siente vulnerable, frágil y solo o sola. Y también constata que se puede vivir consumiendo menos productos superfluos y conspicuos, viviendo con más igualdad y protegiéndose mutuamente, contaminando menos.
Esta crisis podría desatar energía y voluntad para transformar la forma de vivir actual, enfrentar el gran desafío del cambio climático, la desigualdad y el individualismo. Será prolongada y ardua, pero creará una gran oportunidad de construir un mundo mejor. Dependerá de la resolución política, la conciencia social y lo que haga cada uno de nosotros. Entonces, esta pandemia podría devenir una bendición disfrazada.
El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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Fuente: El Mostrador, Jueves 23 de Abril de 2020

EL MOSTRADOR – Esta crisis podría desatar energía y voluntad para transformar la forma de vivir actual, enfrentar el gran desafío del cambio climático, la desigualdad y el individualismo. Será prolongada y ardua, pero creará una gran oportunidad de construir un mundo mejor. Dependerá de la resolución política, la conciencia social y lo que haga cada uno de nosotros. Entonces, esta pandemia podría devenir una bendición disfrazada.
Si se maneja bien, esta pandemia del coronavirus podría crear condiciones propicias para impulsar transformaciones cruciales. Podría devenir una “bendición disfrazada”. Esta pandemia, cuyos efectos serán mucho más sustanciales y duraderos que los que percibimos ahora, puede ser una señal anticipada, una potente advertencia y una alerta para que el ser humano se disponga a cambiar de manera radical su forma de vivir y organizarse.
Hasta días antes de la difusión exponencial de los contagios, el tema más angustiante era el cambio climático. Los datos se iban tornando alarmantes. Los últimos informes nos advertían los riesgos de escasez de alimentos, subidas del mar, amenazas a poblaciones costeras, calor y sequía, incendios, deshielos, desplazamientos de población. Esta pandemia ha pospuesto esas preocupaciones, pero no las ha hecho desaparecer. Por el contrario, ambos fenómenos globales –pandemia y cambio climático– se imbrican entre sí. Cabe reflexionar, entonces, cómo transformar la crisis sanitaria, económica y ecológica en una oportunidad para efectuar reformas que permitan a la humanidad, y a cada gobierno, abordar con audacia y responsabilidad lo que vendrá.
Así lo advierte Hans Joachim Schellnhuber, director emérito del Potsdam Institute: “El cambio climático está llegando al fin del juego, muy pronto la humanidad deberá elegir entre tomar acciones sin precedentes o aceptar que ya es muy tarde y sufrir las consecuencias… si continuamos por el camino actual hay un alto riesgo de terminar con nuestra civilización. La especie humana sobrevivirá de alguna manera, pero habríamos destruido casi todo lo construido en los últimos 2000 años” (Existential climate-related security risk: A Scenario Approach, David Spratt & Ian Dunlop, mayo 2019).
Siendo esta pandemia la primera crisis realmente global y sistémica, ella se propaga a todas las esferas de la vida. Abarca a todos los países, sectores sociales, razas, religiones, grupos etarios; amenaza la salud; se entrelaza con el cambio climático; destruye empleos y daña la actividad productiva y financiera; aumenta la pobreza, y modifica los comportamientos de cada uno de nosotros.
No tenemos claro cómo se retroalimentarán todos estos procesos, pues no hay experiencias que nos guíen. Pero sí intuimos que cambiará la organización de la vida, veremos transformaciones institucionales y de comportamiento, de gran magnitud. La vulnerabilidad personal, que no exime a nadie, nos dispondrá a prevenir y actuar de forma radical. Transformaciones urgentes, que han sido peligrosamente postergadas, serán más viables de realizar. Dependerá de la conciencia de la sociedad y del liderazgo político. Por primera vez el ser humano encara a un mismo enemigo desconocido. Sin duda, este trauma nos sensibilizará también sobre la trascendencia del cambio climático para el futuro de la especie humana.
Anticipación y diseño de nuevas estrategias
Inevitablemente, la atención de los gobiernos y de cada persona, en medio de la incertidumbre y el temor, se vuelca a lo inmediato. ¿Qué podemos atisbar si levantamos la mirada? Es imprescindible analizar escenarios futuros. La prospectiva, o foresight en inglés, es un método para pensar y situarnos en distintos horizontes, incluso los más dramáticos. Solo así podremos identificar los obstáculos y oportunidades que pueden surgir. La prospectiva complementa la atención a lo inmediato, al explorar y detectar futuros plausibles. Nos da tiempo para adelantarnos, diseñar nuevas estrategias y salir mejor parados. Al analizar distintos escenarios, desde los más moderados, de continuidad, hasta los extremos, de disrupción, se puede disminuir la incertidumbre y seleccionar los que parecen más plausibles para concentrase en ellos y deducir cursos de acción más efectivos.
Esta herramienta es aún más requerida cuando distintos pensadores vaticinan que “la actual pandemia global COVID-19 será vista en retrospectiva como un gran acelerador que nos hizo transitar desde la continuidad del pasado a una nueva era. Solo un acontecimiento como este, que desarma todas nuestras nociones preconcebidas, un quiebre epistémico, tiene el poder transformador general para alterar la condición humana”, así registra Nathan Gardels (The World Post, 21 marzo de 2020).
Hacer sistemáticamente el ejercicio de prospectiva ayuda a los gobiernos, organismos internacionales, instituciones, empresas y sociedad civil. Facilita una reflexión sobre estrategias para encarar diversos escenarios. A partir de ese ejercicio es posible identificar qué iniciativas son transversales y cuáles conviene poner en práctica lo antes posible.
Algunos países avanzados cuentan con capacidades de prospectiva, otros emergentes tienen muy escasos recursos humanos e institucionales para escrutar futuros y anticipar. Es indispensable, por tanto, crear unidades de futuro en los principales centros de gobierno, fortalecer los existentes y conectarlos con equipos de las regiones, empresas y universidades.
¿Qué amenazas se avizoran en el horizonte?
Advertido de los riesgos de errar en circunstancias tan inciertas, aventuro cinco amenazas principales.

  • La transformación climática del planeta modificará la vida, incluso la realidad sanitaria actual. Los virus podrán mutar con los cambios climáticos y surgirán riesgos nuevos. Las pandemias, no las guerras nucleares, serán el mayor peligro de la humanidad. La escasez de agua pondrá en riesgo el consumo humano, afectará la producción de alimentos y provocará migraciones. La altura del mar subirá por el derretimiento de hielos en el Ártico y la Antártica, amenazando ciudades costeras; las inundaciones afectarán a numerosas ciudades y particularmente a las poblaciones donde habitan los pobres; los incendios acrecentarán la deforestación, reduciendo la captura de CO2. Además, como lo advierte la FAO, “el cambio climático impacta la agricultura más allá de los rendimientos de los cultivos (…) afecta también la calidad de los suelos, el ecosistema de los peces y los stocks, la diversidad de los paisajes, la epidemiología y la resistencia antimicrobiana a las pestes y enfermedades” (FAO, The Future of Food and Agriculture: Alternative Pathways to 2050, 2018).
  • Aumentará la desigualdad. El coronavirus puede socavar aún más el sostén económico de las familias modestas. Mientras no se descubra un tratamiento para los enfermos y vacunas para los sanos, el combate a la pandemia se hará conteniendo la propagación y contagios a través de mascarillas, distanciamiento, cuarentenas y toques de queda. Crecerá la angustia ante el desempleo, el temor ante la recesión económica, y el desabastecimiento de bienes y servicios. La brecha digital puede crecer elevando la desigualdad. En este momento histórico, todos los países enfrentan un dilema mayor: cuánta protección a la salud y cuánta reactivación económica para recuperar empleos y proveer servicios básicos.
  • Estados débiles que carecen de capacidad de conducir, coordinar, financiar y ejecutar las acciones necesarias para proteger a la población. El Estado deberá crecer para proteger la salud de todos, y aplicar mecanismos inéditos de entrega de dinero directamente a cada persona para alimentarse y sobrevivir, y a las empresas para mantener empleos y recuperarse. El nuevo desafío será cómo generar más igualdad con menos recursos. Para crecer, deberán ocurrir modificaciones mayores en la organización de la producción y del consumo, la reducción de la contaminación, digitalización y robotización, diálogo social y consultas ciudadanas, hábitos y comportamientos.
  • La democracia está amenazada. Antes que estallara esta pandemia la democracia estaba asediada en cada país, con gobiernos, instituciones y elites deslegitimadas. Cundía el malestar de rechazo a la desigualdad y la corrupción, una economía casi estancada y protestas sociales en ascenso. La pandemia y la crisis económica agudizarán estos fenómenos. Si a ellos se agrega el temor y la vulnerabilidad, que predisponen a muchas personas a transar libertad por seguridad, aumentan las tentaciones autoritarias. La expansión de la digitalización, el seguimiento y trazabilidad de cada persona, el pago directo a desempleados y pobres para que sobrevivan, pueden abrir paso a sistemas de vigilancia y control social inéditos. Las fuerzas armadas que supervisan cuarentenas y toques de queda pueden tornarse habituales. Pueden acentuarse las actitudes individualistas, pues el temor de ser contagiado puede despertar el egoísmo en vez de la cooperación, y las nuevas tecnologías para cuidar a cada ser humano de la enfermedad pueden servir también para espiarlo y limitar su libertad. El Estado de derecho está en riesgo.
  • El mundo no está preparado para colaborar eficazmente. La disputa geopolítica entre EE.UU. y China no amainará y puede echar por tierra la colaboración global. Tal tensión retardaría la superación de las pandemias y la recuperación económica, esencial para los países que necesitan de reglas internacionales convenidas. “Las desigualdades entre los países y entre grupos sociales que aumentaron la fragilidad del sistema mundial deben ser abordadas de una vez por todas” (CEPAL, Informe Especial, COVID 19, abril 2020). Yuval Harari apunta bien que el dilema de la humanidad es “entre nacionalismo aislacionista y solidaridad”, y advierte que el uso extendido de las tecnologías y la preferencia humana por ceder privacidad y ganar seguridad coloca a la humanidad en el dilema de “gobiernos autoritarios de vigilancia o empoderamiento ciudadano” (The World after Coronavirus, Financial Times, 21 de marzo).

Las oportunidades de cambio
Paralelamente a las amenazas, se crearán circunstancias favorables para realizar transformaciones institucionales, políticas, económicas y sociales que se hallaban pendientes, bloqueadas, o que nunca se habían viabilizado. Es importante vislumbrar esos cambios para anticipar la acción. Veamos algunos.

  • Máxima prioridad será transformar los sistemas de salud, crear un sistema público potente al que accedan todos los habitantes, en condiciones básicas iguales. Después de la gran epidemia de 1918, se transformaron los sistemas de salud, con autoridad central y predominio público. Similar proceso tuvo lugar después de la Segunda Guerra Mundial, cuando creció el Estado de bienestar y la equidad. Luego de la pandemia de 2020 el ímpetu será mayor y podría abarcar múltiples iniciativas, formar más personal médico, elevar los recursos para investigación científica, remunerar la labor de cuidado a los vulnerables, mayoritariamente mujeres, coordinar esfuerzos mundiales de investigación y control de armas biológicas. “La salud pública puede transformarse en el eje de la política exterior”, señala Ed Yong en How the Pandemic Will End (The Atlantic, marzo 25, 2020).
  • La digitalización se expandirá exponencialmente a todos los ámbitos de la vida. Las familias de menores ingresos no cuentan ni con habilidades digitales ni dispositivos, ni acceso a banda ancha. El acceso digital es un servicio público y, por tanto, es un derecho que el Estado debe asegurar a todas las personas. La salud será el primer ámbito de intervención y reforma, igual tendencia se dará en educación y el comercio, que verá rápidos progresos, con nuevos sistemas de venta, bodegaje, transporte y pago. Sin embargo, en América Latina la infraestructura y la educación digital son insuficientes y desiguales. Se requerirá de una densificación de la infraestructura, fibra óptica y equipos. Igualmente debe regularse la nueva estructura empresarial, para limitar la concentración en muy pocas empresas integradas verticalmente, que oligopolizan las comunicaciones mundiales y pueden poner en jaque la libertad de expresión y la privacidad, esenciales en una democracia.
  • Los países velarán por su seguridad alimentaria y sanitaria. Tras la interrupción del transporte y cierre de fronteras se ha tomado conciencia de la fragilidad de las cadenas internacionales de producción y del abastecimiento de bienes básicos, alimentación y medicamentos. Ya antes de las actuales inquietudes por escasez, un informe de FAO (op. cit), ponía en duda la capacidad de alimentar a una población mundial que sigue creciendo y se aproximaría a 10 mil millones en 2050. Hay países exportadores de alimentos que, en medio de la pandemia, están suspendiendo envíos al exterior para asegurar su abastecimiento interno. La alta proporción de medicamentos producidos en China e India expone a una dependencia que los países preferirán evitar. Los gobiernos, probablemente, querrán asegurar el abastecimiento interno y tomar distancia de fallas que acontezcan en otras latitudes.
  • Se fortalecerán las políticas de inclusión social. Este virus será un catalizador de la lucha por la igualdad. “Solo las plagas catastróficas y las guerras han impulsado a las sociedades en el pasado a fundamentalmente enderezar la desigualdad social”, señala el historiador de Stanford Walter Scheidel (en su libro The Great Leveler). Se necesitará mayor presencia del Estado para ejecutar nuevas políticas sociales y apoyar directamente a cada familia. Luego de la crisis, se pueden avizorar fuertes presiones para avanzar hacia un nuevo sistema de protección social con garantía a derechos básicos. Un nuevo pacto social será indispensable para absorber al impacto de los cambios tecnológicos en el futuro del empleo. La robótica y la inteligencia artificial elevarán la productividad, pero también provocarán desempleo en quienes realizan labores rutinarias. Sin una acción enérgica en favor de la alfabetización digital y la protección del trabajador y su familia durante la transición a nuevos empleos, se elevará la desigualdad. Si los países consiguen avanzar en inclusión, tendrán menos conflictividad, más acuerdo social y legitimidad para progresar. Esta es una condición para gobernar en sociedades democráticas.
  • Nuevas reformas para afianzar el respeto a los Derechos Humanos, elevar la participación y distribuir el poder. La opinión pública exigirá a los gobiernos, partidos políticos y organizaciones sociales empoderar a los ciudadanos y ampliar la inclusión. Los poderes especiales que se le puedan delegar a un gobierno durante una emergencia deberán ser proporcionales, temporales y estar sujetos a la fiscalización de otros poderes del Estado, de la sociedad civil y de los medios de comunicación. Asegurar el derecho igualitario al agua y al acceso digital será una demanda de la ciudadanía. El avance de la democracia dependerá de lograr la cohesión social, la igualdad y de compartir un proyecto nacional solidario.

  • Los Estados nacionales asumirán un mayor poder de conducción estratégica, que haga imperar las prioridades de la sociedad sobre las decisiones del mercado. Una mayor gravitación del Estado en la conducción de la sociedad Estado no implica un aparato central burocrático ni propietario de innumerables empresas públicas que reemplacen a las privadas. Las nuevas instituciones públicas se extenderán en dos direcciones. Una, hacia la descentralización, donde las personas puedan ejercer su participación y decisión en forma directa, más cercanas a sus municipios y autoridades locales. La otra, avanzar hacia la colaboración y coordinación internacional, alejarse del aislacionismo, fortaleciendo las instancias multilaterales, a fin de responder a los problemas globales que afectan a todos los países.
  • Acciones multilaterales para afianzar la colaboración global. En medio de esta crisis global, salvo la OMS, ha habido escasa intervención de organismos internacionales. Incluso en la Unión Europea, el sistema más sofisticado de integración, cada nación ha reaccionado separadamente. La lógica de “sálvese quien pueda” ha evidenciado la frágil estructura mundial para encarar los enormes desafíos. La forma en que EE.UU. y China regulen su pugna estratégica es esencial para configurar un nuevo orden internacional. Naciones de Europa, América Latina, Asia y África pueden concertar su colaboración para reformar y reforzar las instancias multilaterales en salud, alimentación, energía, finanzas, cambio climático y paz. Las Naciones Unidas, el FMI y el BM deben desempeñar un rol muy superior al que ejercen hoy. “Los líderes mundiales deben acordar de inmediato el compromiso de destinar 8 mil millones de dólares y financiar las más urgentes brechas de combate al COVID-19” (Plan de Berggruen Institute, del ex Primer Ministro de Inglaterra Gordon Brown y de miembros del 21st Century Council, 12 de abril de 2020).
  • Comportamientos más colaborativos, menos competitivos. ¿Puede aflorar un mundo donde se morigere el individualismo y florezca la solidaridad, donde cada persona aprecie lo esencial y descarte lo superfluo y el despilfarro, donde se aplaque la arrogancia de creer en la supremacía sobre la naturaleza o pensar que somos inmunes? Crecerá la responsabilidad compartida en el hogar y veremos una presencia más activa de la mujer en las actividades públicas.
  • “Hoy creo que tenemos que desacelerar un determinado ritmo de consumo y de producción y aprender a comprender y a contemplar la naturaleza” (entrevista a Papa Francisco, ABC, 8 abril de 2020). La sociedad civil deberá adquirir más poder y autonomía para emprender acciones de interés público y las empresas deberán asumir responsabilidades sociales. Una democracia con poder distribuido está más capacitada para crear una sociedad cohesionada. ¿Cómo estimular y consolidar los valores y actitudes solidarias activas? El mundo que emerja y las posibilidades de cambio dependerán, como señala D. Levy-Strauss, de cuánto cambiarán las preferencias colectivas como consecuencia de la prolongación y profundidad de esta crisis (L´Etre, l´Avoir el le Pouvoir dans la Crise, Slate, abril de 2020).

Chile y América Latina
La anticipación de escenarios y tendencias ayuda a identificar cursos de acción y a preparar programas de futuro en América Latina. La situación actual podría desatar un gran impulso transformador y con ello evitar que se acentúe el rezago, social, económico y democrático de la región. Surge una gran oportunidad de realizar transformaciones como las siguientes.

  • Una gran reforma del sistema de salud. La segmentación entre lo público y lo privado ha provocado diferencias de calidad inaceptables, que están en el origen de protestas pasadas y latentes en todos los países latinoamericanos, y del estallido social de octubre 2019 en Chile. Emergerán nuevas condiciones favorables para efectuar reformas contundentes, crear un seguro universal, proveer de medicamentos a precios controlados, elevar la producción nacional de genéricos, reforzar el rol público en producción y distribución. Salud no es solo medicamentos y atención médica, también exige terminar con el hacinamiento, y proveer servicios y bienes públicos universales y de mejor calidad. Porque la salud del más modesto es requisito para la salud del más pudiente, todos dependemos de todos.
  • Afirmar la democracia y combatir las tendencias autoritarias. La democracia representativa exigirá numerosas reformas político-institucionales. En América Latina se deberá equilibrar el excesivo poder presidencial. La región carece de mecanismos efectivos de diálogo social, y deberá crearlos para consultar y alentar la participación de la comunidad en las elecciones y decisiones de política pública. Sin instaurar nuevas modalidades de democracia participativa no se logrará fortalecer la democracia representativa. También será prioritario revisar las funciones de las fuerzas armadas. Cuando la principal amenaza ya no son las guerras, ellas deberán especializarse y colaborar en emergencias nacionales y globales, especialmente las derivadas del cambio climático. Igualmente, se ha de reformar a las policías para que actúen en la preservación del orden público con respeto a los Derechos Humanos y al Estado de derecho. A su vez, las nuevas formas de comunicación social deben propender al empoderamiento ciudadano. La democracia requiere resguardar la veracidad, dignidad, libertad y privacidad, impedir el abuso, la distorsión, la manipulación. Por ello será imprescindible regular a las redes y a las grandes empresas que controlan el sistema de comunicaciones sociales.
  • Crear un nuevo sistema de protección social. Sin mayor inclusión social, el sentido de comunidad se debilita y se comprometería la profundización democrática. La aceleración de la digitalización y la consiguiente amenaza de desempleo exigen proteger a las trabajadoras y los trabajadores y sus familias en la transición, y apoyarlos con un gran plan de alfabetización, formación e investigación digital. El llamado “dividendo digital”, fruto de una digitalización vertiginosa, deberá distribuirse mejor. Parte de este proceso se traducirá en la implantación progresiva de un ingreso básico universal que garantice la sobrevivencia de todas las personas y les otorgue autonomía para desarrollarse y aportar a la comunidad. La pandemia hará imperiosa la creación de un nuevo pacto social.
  • Un Estado que conduzca, incluya e innove. Será una prioridad lograr eficiencia y probidad en la provisión de servicios y bienes públicos de calidad para todos, sin exclusión. Sin embargo, eso no basta, el cambio principal radica en la redefinición de sus funciones y el robustecimiento de sus capacidades. Se necesitará un Estado que convoque a la acción conjunta de los principales actores de la sociedad, un Estado solidario que active la inclusión social, un Estado catalizador que impulse la innovación productiva, un Estado garante de una cultura de respeto, dignidad y creatividad, que mejore la convivencia.
  • Un salto en tecnología digital. La educación digital y la infraestructura de acceso son aún débiles. Ambas son esenciales para universalizar y mejorar la atención de salud, educación y potenciar la actividad productiva futura. El trabajo a distancia exigirá la producción de plataformas, equipamiento, capacidad de transmisión, almacenamiento, procesamiento y diseño de algoritmos. América Latina tiene la oportunidad, y Chile la ventaja única, de apoyarse en la intensa actividad astronómica para aumentar su capacidad tecnológica digital. Un gran programa digital representa una tremenda oportunidad. La digitalización y el trabajo a distancia hacen posible también corregir otro gran problema: la excesiva concentración territorial. Las macrociudades generan deseconomías de escala, deterioro de la calidad de vida, hacinamiento, saturación del transporte público. Las ciudades medianas y pequeñas pueden ofrecer una vida mejor.
  • Nuevas bases productivas para crecer y sustentar el bienestar social. La recuperación económica dependerá de la profundidad y duración de la caída. Los países más resilientes podrán recuperarse antes. La clave es la flexibilidad y agilidad para reconvertir actividades productivas e iniciar nuevas. Cada país tiene actividades dominantes y puede crear nuevas actividades competitivas. Chile tiene la ventaja inicial de que sus principales exportaciones –alimentos y cobre– mantendrán una alta demanda. Los alimentos, producidos en tierra y mar, serán claves en condiciones de mayor restricción global de tierra y agua, al igual que el cobre para abastecer la electrificación del planeta (sensores Internet de las Cosas, energías renovables, electromovilidad). Ambos, lamentablemente, enfrentan obstáculos: los alimentos, la aguda restricción de agua; el cobre, su remplazo parcial por reciclaje u otras aleaciones con aluminio o grafeno. Chile debe realizar programas macizos para superar la escasez de agua y aprovechar la abundancia de energía solar. La desalación es imperiosa y posee dos ventajas: cercanía al mar y energía solar. Chile puede desarrollar un plan que incluya el diseño y fabricación de plantas desaladoras y plantas generadoras de energía solar, producir agua y descarbonizar la matriz energética. Ambas son esenciales para la reducción de la contaminación ambiental. El crecimiento solo será posible con un esfuerzo sustantivo en investigación científica y formación técnica. A su vez, las empresas deberán relevar su responsabilidad pública. No basta seguir con la lógica única de maximizar utilidades, han de atender los problemas de la comunidad, cuidar el medio ambiente, innovar, pagar sus tributos, abrir espacio a las mujeres con igualdad de derechos, y a las nuevas generaciones.
  • Acción multilateral para fortalecer el sistema internacional. Los desafíos globales no podrán superarse si el mundo se polariza y prosigue la pugna entre China y EE.UU. La pandemia, la economía y el cambio climático requieren una intensa cooperación entre estados, organismos internacionales y actores no estatales. El riesgo de desacoplamiento entre estas dos principales potencias es alto y la disputa puede extenderse al campo tecnológico-militar y también a los “modelos políticos” que representan cada una de ellas. El antídoto para contener esa disputa es el multilateralismo. El G20 debe potenciarse y constituir equipos ministeriales en temas críticos, como la salud y la alimentación, invitando a otros países. Un paso crucial es fortalecer a la OMS, la OMC, impulsar reformas de las NU, el FMI y el Banco Mundial, para crear nuevas instituciones internacionales después de esta prolongada hibernación.

Anticipar para construir un mundo mejor
La prospectiva sirve para anticipar y actuar. Es un modo de pensar que mejora las decisiones al advertir riesgos y detectar oportunidades. América Latina, y Chile en particular, debe reforzar su capacidad de estudio de escenarios posibles y de estrategias nacionales. Cuando se anticipan las transformaciones pueden impulsarse con antelación, es lo que hay que realizar ahora, no esperar la “nueva normalidad”. “Los líderes que ganaron la guerra no esperaron la victoria para planear lo que seguiría. (…) El mismo tipo de prospectiva se necesita ahora” (El virus desnuda la fragilidad del contrato Social, Editorial Financial Times, 3 de abril de 2020).
En esta pandemia cada uno de nosotros se siente vulnerable, frágil y solo o sola. Y también constata que se puede vivir consumiendo menos productos superfluos y conspicuos, viviendo con más igualdad y protegiéndose mutuamente, contaminando menos.
Esta crisis podría desatar energía y voluntad para transformar la forma de vivir actual, enfrentar el gran desafío del cambio climático, la desigualdad y el individualismo. Será prolongada y ardua, pero creará una gran oportunidad de construir un mundo mejor. Dependerá de la resolución política, la conciencia social y lo que haga cada uno de nosotros. Entonces, esta pandemia podría devenir una bendición disfrazada.
El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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Fuente: El Mostrador, Jueves 23 de Abril de 2020

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