Viernes, Noviembre 8, 2024

Obras hidráulicas para el futuro, por Federico Errázuriz

EL LÍBERO – Las obras de infraestructura pública son, sin lugar a dudas, un factor de progreso y desarrollo muy importante para los países y sus habitantes. Muchos chilenos todavía disminuimos la velocidad para contemplar el viaducto del Malleco, construido hace más de 130 años. También recordamos otras hazañas viales como el ferrocarril desde Arica a La Paz. Estas grandes obras para conectar el territorio no son cosa del pasado. En años recientes hemos visto la ampliación de la ruta 5 a dos pistas por más de 2.000 km., desde Pargua hasta Chañaral. También estamos viendo la construcción del puente sobre el canal de Chacao, o la pavimentación y mejoramiento de la carretera Austral.

En cuanto a obras hidráulicas, Chile también tiene un pasado glorioso. En la década del 30, hace casi 100 años, se inició un período muy prolífico en construcción de embalses con casos notables tales como Lautaro (Copiapó), Recoleta y Cogotí (ambos en la provincia de Limarí). Posteriormente, y hasta la década de los 70 se construyó la ampliación de las Lagunas del Maule y de Laja, el embalse la Paloma, y el Yeso, dentro de muchas otras. Pero, a diferencia de lo que ocurre con las obras viales, en los años recientes hemos visto una disminución en la cantidad de obras hidráulicas que van finalizando.

Durante los cuarenta años comprendidos entre 1935 y 1975 el Ministerio de Obras Públicas finalizó la construcción de 20 embalses, con una capacidad de acumulación total de 3.500 millones de metros cúbicos y un promedio de dos obras por año. Pero entre 1975 y 2015 se construyeron 9 obras, promediando casi 4,5 años por obra, y sumando un total de 1.600 millones de metros cúbicos, la mitad de los cuales corresponden al embalse Colbún, construido en 1985.

La sequía que aqueja a nuestro país y el mayor consumo de agua producto del desarrollo de la actividad humana, han provocado que el balance hídrico entre agua disponible y agua utilizada se ha vuelto deficitario en muchas de nuestras cuencas, y debemos trabajar tanto en hacer más eficiente la demanda de agua como en mejorar la oferta y disponibilidad de ésta. Para eso, las futuras obras hidráulicas, organizadas en planes de infraestructura, son una herramienta que no debemos descuidar, y a propósito de esto, pienso que nuestro país debe considerar los siguientes desafíos.

Lo primero es repensar nuestras obras hidráulicas públicas para que den respuestas a nuevas interrogantes: ¿Cómo vamos a valorar efectivamente la multiplicidad de propósitos que puede entregar una obra (riego, generación eléctrica, hábitat de fauna, abastecimiento humano, reservorio para combate de incendios, etc.)? ¿Cómo vamos a incorporar en la evaluación de las obras de futuro los eventos de lluvias extremas, poco predecibles pero reales? ¿Cómo vamos a priorizar las obras, les exigimos sólo un aumento de producción o también evitar las pérdidas y, consecuentemente, el abandono de los valles?

Lo segundo es ampliar a nuevos tipos de obras hidráulicas públicas que hoy están quedando fuera del alcance de nuestra legislación. Junto con los grandes embalses, debemos avanzar en tranques comunitarios, medianos y pequeños, pero también en sistemas de recarga de acuíferos, canales de conducción, obras de elevación y, por qué no, en plantas de desalación cuando corresponda. También debemos discutir si incluiremos como obras hidráulicas aquellas que promuevan la conservación de humedales para mejorar la condición de la cuenca y si nos abriremos a aquellas que no son de fierro y hormigón.

Lo tercero que debemos revisar es la forma en que el Estado se relaciona con los privados y con las comunidades que anhelan contar con estas obras. Tenemos un historial de intervenciones inconclusas, no en las obras, sino en el impacto final de éstas. Debemos incorporar y validar a las organizaciones intermedias que participan de este proceso, como actores relevantes de sus comunidades que prestan un gran apoyo para alcanzar los objetivos planificados y que están llamados a ser garantes ante el Estado para el cumplimiento de los compromisos.

El Estado de Chile tiene la gran tarea de enfrentar y adaptarse a los efectos que la escasez de agua está generando, y en el ámbito de las soluciones de infraestructura se debe pensar en las obras hidráulicas del futuro.

Es importante potenciar los planes hídricos de cuenca para, entre otras cosas, ordenar los proyectos de infraestructura que deben realizarse. Luego, junto con el sector privado y la sociedad civil, debe colaborar para impactar positivamente en la hidrología de nuestras cuencas, abriéndose a nuevos tipos de obras y buscando una evaluación más completa de éstas, acorde a las necesidades que nos impone el cambio climático.

Federico Errázuriz, Director del Centro de Aguas USS

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Fuente: El Líbero, Miércoles 10 de Mayo de 2023

EL LÍBERO – Las obras de infraestructura pública son, sin lugar a dudas, un factor de progreso y desarrollo muy importante para los países y sus habitantes. Muchos chilenos todavía disminuimos la velocidad para contemplar el viaducto del Malleco, construido hace más de 130 años. También recordamos otras hazañas viales como el ferrocarril desde Arica a La Paz. Estas grandes obras para conectar el territorio no son cosa del pasado. En años recientes hemos visto la ampliación de la ruta 5 a dos pistas por más de 2.000 km., desde Pargua hasta Chañaral. También estamos viendo la construcción del puente sobre el canal de Chacao, o la pavimentación y mejoramiento de la carretera Austral.

En cuanto a obras hidráulicas, Chile también tiene un pasado glorioso. En la década del 30, hace casi 100 años, se inició un período muy prolífico en construcción de embalses con casos notables tales como Lautaro (Copiapó), Recoleta y Cogotí (ambos en la provincia de Limarí). Posteriormente, y hasta la década de los 70 se construyó la ampliación de las Lagunas del Maule y de Laja, el embalse la Paloma, y el Yeso, dentro de muchas otras. Pero, a diferencia de lo que ocurre con las obras viales, en los años recientes hemos visto una disminución en la cantidad de obras hidráulicas que van finalizando.

Durante los cuarenta años comprendidos entre 1935 y 1975 el Ministerio de Obras Públicas finalizó la construcción de 20 embalses, con una capacidad de acumulación total de 3.500 millones de metros cúbicos y un promedio de dos obras por año. Pero entre 1975 y 2015 se construyeron 9 obras, promediando casi 4,5 años por obra, y sumando un total de 1.600 millones de metros cúbicos, la mitad de los cuales corresponden al embalse Colbún, construido en 1985.

La sequía que aqueja a nuestro país y el mayor consumo de agua producto del desarrollo de la actividad humana, han provocado que el balance hídrico entre agua disponible y agua utilizada se ha vuelto deficitario en muchas de nuestras cuencas, y debemos trabajar tanto en hacer más eficiente la demanda de agua como en mejorar la oferta y disponibilidad de ésta. Para eso, las futuras obras hidráulicas, organizadas en planes de infraestructura, son una herramienta que no debemos descuidar, y a propósito de esto, pienso que nuestro país debe considerar los siguientes desafíos.

Lo primero es repensar nuestras obras hidráulicas públicas para que den respuestas a nuevas interrogantes: ¿Cómo vamos a valorar efectivamente la multiplicidad de propósitos que puede entregar una obra (riego, generación eléctrica, hábitat de fauna, abastecimiento humano, reservorio para combate de incendios, etc.)? ¿Cómo vamos a incorporar en la evaluación de las obras de futuro los eventos de lluvias extremas, poco predecibles pero reales? ¿Cómo vamos a priorizar las obras, les exigimos sólo un aumento de producción o también evitar las pérdidas y, consecuentemente, el abandono de los valles?

Lo segundo es ampliar a nuevos tipos de obras hidráulicas públicas que hoy están quedando fuera del alcance de nuestra legislación. Junto con los grandes embalses, debemos avanzar en tranques comunitarios, medianos y pequeños, pero también en sistemas de recarga de acuíferos, canales de conducción, obras de elevación y, por qué no, en plantas de desalación cuando corresponda. También debemos discutir si incluiremos como obras hidráulicas aquellas que promuevan la conservación de humedales para mejorar la condición de la cuenca y si nos abriremos a aquellas que no son de fierro y hormigón.

Lo tercero que debemos revisar es la forma en que el Estado se relaciona con los privados y con las comunidades que anhelan contar con estas obras. Tenemos un historial de intervenciones inconclusas, no en las obras, sino en el impacto final de éstas. Debemos incorporar y validar a las organizaciones intermedias que participan de este proceso, como actores relevantes de sus comunidades que prestan un gran apoyo para alcanzar los objetivos planificados y que están llamados a ser garantes ante el Estado para el cumplimiento de los compromisos.

El Estado de Chile tiene la gran tarea de enfrentar y adaptarse a los efectos que la escasez de agua está generando, y en el ámbito de las soluciones de infraestructura se debe pensar en las obras hidráulicas del futuro.

Es importante potenciar los planes hídricos de cuenca para, entre otras cosas, ordenar los proyectos de infraestructura que deben realizarse. Luego, junto con el sector privado y la sociedad civil, debe colaborar para impactar positivamente en la hidrología de nuestras cuencas, abriéndose a nuevos tipos de obras y buscando una evaluación más completa de éstas, acorde a las necesidades que nos impone el cambio climático.

Federico Errázuriz, Director del Centro de Aguas USS

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Fuente: El Líbero, Miércoles 10 de Mayo de 2023

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