EL MERCURIO – “‘La hora sonó’, como dice la canción de Anita Tijoux. Ya no podemos seguir dilatando más nuestras acciones”, asegura Laura Gallardo, directora del Centro de Ciencia del Clima y la Resiliencia (CR)2, hablando del estado actual de Chile con respecto al medio ambiente, al cambio climático, y a cuánto se lleva al límite el lugar donde vivimos.
Hoy en la tarde, el (CR)2, integrado por investigadores de las universidades de Chile, de Concepción y Austral, presentará el informe “Antropoceno en Chile: evidencia y formas de avanzar”, un diagnóstico interdisciplinario -en el que participaron más de 60 científicos del centro y de otras instituciones- sobre la realidad nacional en este tema y las medidas que se deberían tomar antes de que sea demasiado tarde.
“No solo tenemos que incorporar tecnologías como la electromovilidad, sino también ampliar los actores que se involucran en el proceso”, dice la investigadora. “Ya no solo se trata del cambio climático o de la biodiversidad, sino de cómo convivimos con el planeta”, agrega.
Desde el principio
Hace unos tres mil años, los habitantes del norte y centro del país ya estaban modificando el territorio. Mientras en el desierto de Atacama manejaron el agua de ríos y acuíferos para crear campos de cultivos fértiles y oasis de vegetación artificiales, en el centro talaron y quemaron bosques. En tanto que en la costa sobreexplotaron sus recursos, alterando su morfología y nutrientes.
“Estos pueblos modificaron su tecnología de cultivo, así como también vivieron cambios socioculturales para adaptarse a condiciones climáticas adversas, algo análogo a lo que debemos hacer hoy”, dice Laura Gallardo. Esos cambios de ayer deberían tomarse como una línea base o límites seguros para actuar hoy.
“Hace 30 años que los científicos, a través del IPCC (Panel Intergubernamental del Cambio Climático) ya hablaban de lo que está pasando ahora”, dice Matilde Rusticucci, académica de la Universidad de Buenos Aires e investigadora de Conicet, y quien dará una charla magistral en la presentación de hoy. “Estamos en un punto de quiebre”, asegura. Se necesitan acciones ya.
Ciudades invivibles
La evolución positiva de la calidad del aire en Santiago en los últimos 30 años ha demostrado el éxito de las políticas basadas en la ciencia y la tecnología, pero ello ya no es suficiente. “Tenemos que propiciar cambios de comportamiento y subirnos al transporte público”, dice Laura Gallardo. Si bien en menos de 20 años se ha más que duplicado el parque automotor en Santiago, esta es una transformación cultural necesaria en todas las ciudades para volverlas vivibles, se lee en el informe.
Pero eso es solo una parte de la acciones. Los cambios que se están produciendo en el océano están afectando a la pesca y a la biodiversidad, pero hasta ahora los estudios son insuficientes para determinar la gravedad del impacto. Se ha detectado una mayor presencia de aguas frías en la superficie del océano, con baja concentración de oxígeno, pero ricas en nutrientes. Esto aumenta el fitoplancton, pero no está claro cómo afecta al ecosistema. Por ello, el informe sugiere la creación de una red oceanográfica compuesta, entre otros, por boyas y estaciones meteorológicas desplegadas en la costa.
Dada la mayor persistencia de sequías y la menor disponibilidad de agua, el informe recomienda, como una acción clave, revisar las metodologías actuales de asignación del agua y el Código de Aguas. Entre 1960 y 2016 se confirmó la disminución en las precipitaciones, la que en algunas zonas llegó al 8% por década. Si bien estarían involucrados factores cíclicos naturales, los científicos estiman que el cambio climático está comenzando a tener cada vez más peso en la ecuación.
Mientras que en el ámbito forestal, el informe urge por la creación de una nueva política para asegurar la conservación de “uno de los hotspots de biodiversidad más singulares del mundo”, enfrentar los nuevos regímenes de incendios y asegurar el suministro de agua en el centro y sur. Hasta ahora, se ha perdido el 50% del área de bosque nativo respecto de su espacio original.
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Fuente: El Mercurio, Martes 19 de Marzo de 2019
El medio ambiente en Chile no resiste más presión humana ni contaminación
EL MERCURIO – “‘La hora sonó’, como dice la canción de Anita Tijoux. Ya no podemos seguir dilatando más nuestras acciones”, asegura Laura Gallardo, directora del Centro de Ciencia del Clima y la Resiliencia (CR)2, hablando del estado actual de Chile con respecto al medio ambiente, al cambio climático, y a cuánto se lleva al límite el lugar donde vivimos.
Hoy en la tarde, el (CR)2, integrado por investigadores de las universidades de Chile, de Concepción y Austral, presentará el informe “Antropoceno en Chile: evidencia y formas de avanzar”, un diagnóstico interdisciplinario -en el que participaron más de 60 científicos del centro y de otras instituciones- sobre la realidad nacional en este tema y las medidas que se deberían tomar antes de que sea demasiado tarde.
“No solo tenemos que incorporar tecnologías como la electromovilidad, sino también ampliar los actores que se involucran en el proceso”, dice la investigadora. “Ya no solo se trata del cambio climático o de la biodiversidad, sino de cómo convivimos con el planeta”, agrega.
Desde el principio
Hace unos tres mil años, los habitantes del norte y centro del país ya estaban modificando el territorio. Mientras en el desierto de Atacama manejaron el agua de ríos y acuíferos para crear campos de cultivos fértiles y oasis de vegetación artificiales, en el centro talaron y quemaron bosques. En tanto que en la costa sobreexplotaron sus recursos, alterando su morfología y nutrientes.
“Estos pueblos modificaron su tecnología de cultivo, así como también vivieron cambios socioculturales para adaptarse a condiciones climáticas adversas, algo análogo a lo que debemos hacer hoy”, dice Laura Gallardo. Esos cambios de ayer deberían tomarse como una línea base o límites seguros para actuar hoy.
“Hace 30 años que los científicos, a través del IPCC (Panel Intergubernamental del Cambio Climático) ya hablaban de lo que está pasando ahora”, dice Matilde Rusticucci, académica de la Universidad de Buenos Aires e investigadora de Conicet, y quien dará una charla magistral en la presentación de hoy. “Estamos en un punto de quiebre”, asegura. Se necesitan acciones ya.
Ciudades invivibles
La evolución positiva de la calidad del aire en Santiago en los últimos 30 años ha demostrado el éxito de las políticas basadas en la ciencia y la tecnología, pero ello ya no es suficiente. “Tenemos que propiciar cambios de comportamiento y subirnos al transporte público”, dice Laura Gallardo. Si bien en menos de 20 años se ha más que duplicado el parque automotor en Santiago, esta es una transformación cultural necesaria en todas las ciudades para volverlas vivibles, se lee en el informe.
Pero eso es solo una parte de la acciones. Los cambios que se están produciendo en el océano están afectando a la pesca y a la biodiversidad, pero hasta ahora los estudios son insuficientes para determinar la gravedad del impacto. Se ha detectado una mayor presencia de aguas frías en la superficie del océano, con baja concentración de oxígeno, pero ricas en nutrientes. Esto aumenta el fitoplancton, pero no está claro cómo afecta al ecosistema. Por ello, el informe sugiere la creación de una red oceanográfica compuesta, entre otros, por boyas y estaciones meteorológicas desplegadas en la costa.
Dada la mayor persistencia de sequías y la menor disponibilidad de agua, el informe recomienda, como una acción clave, revisar las metodologías actuales de asignación del agua y el Código de Aguas. Entre 1960 y 2016 se confirmó la disminución en las precipitaciones, la que en algunas zonas llegó al 8% por década. Si bien estarían involucrados factores cíclicos naturales, los científicos estiman que el cambio climático está comenzando a tener cada vez más peso en la ecuación.
Mientras que en el ámbito forestal, el informe urge por la creación de una nueva política para asegurar la conservación de “uno de los hotspots de biodiversidad más singulares del mundo”, enfrentar los nuevos regímenes de incendios y asegurar el suministro de agua en el centro y sur. Hasta ahora, se ha perdido el 50% del área de bosque nativo respecto de su espacio original.
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Fuente: El Mercurio, Martes 19 de Marzo de 2019