Viernes, Diciembre 27, 2024

Lección de convivencia, por Pablo Allard

LA TERCERA – Polémica ha causado la entrada en vigencia de la Ley de Convivencia Vial o LCV. Desde el temor de ciclistas de ocasión a bajarse de las veredas, el cuestionamiento a usar chaleco reflectante de día, coronada por la desproporcionada fiscalización y detención de una ciclista, viralizada en redes sociales en una semana nefasta para Carabineros.

La confusión inicial se debe a que la ley todavía carece de un reglamento que norme el diseño de las vías y elementos de seguridad exigidos a los usuarios de ciclos. Pese a ello, debemos celebrar y apoyar lo oportuno de esta nueva legislación, que a diferencia de otros proyectos de Ley que no logran resolver la a-legalidad de servicios como Uber, la LCV se adelanta a escenarios y cambios paradigmáticos en la movilidad urbana que requieren con urgencia una buena regulación, y sobre todo nueva educación cívica.

Antes que prohibir, la LCV establece un nuevo trato entre los modos y personas que ocupan el cada vez más escaso espacio público. En las zonas más consolidadas de nuestras ciudades el espacio público es limitado: No podemos mover los edificios para hacer más amplias avenidas y bulevares. Por otro lado, el parque automotriz seguirá creciendo en la medida que aumentan los ingresos de la población, y aunque completemos la carente red vial y expresa, o contemos con un excelente sistema de Metro y transporte público, las calles se harán pocas para los más de mil vehículos nuevos que se venden a diario en nuestro país. Si a ello agregamos el creciente número de bicicletas y ciclos públicos y privados que inundan nuestras calles, se hace urgente un nuevo trato. De hecho, ciudades como Boston, la séptima más congestionada de Estados Unidos, cuyo per cápita anual de horas perdidas en el tráfico aumentó de 58 a 60 horas el año pasado, ya asumieron que las calles en zonas centrales serán lentas y congestionadas para los vehículos particulares, procediendo a eliminar pistas, reemplazándolas por ciclovías en las calzadas y ampliado de veredas. Situación que se repite en las grandes ciudades del norte global.

Así las cosas, la congestión llegará para quedarse, y mientras no se imponga un nuevo paradigma con la promesa de los vehículos autónomos compartidos, tendremos que lidiar con la fricción que la congestión generará entre vehículos, ciclos y personas. Aquí es donde la LCV juega un rol fundamental, en entender a los vehículos y ciclos como modos de transporte más allá de lo recreacional, estableciendo reglas claras para generar un cambio cultural donde el automóvil deje de ser un derecho y se entienda como un privilegio y una responsabilidad. Así como aprendimos a usar el cinturón, la nueva ley nos ofrece una lección de convivencia, donde debemos entender que detrás de cada modo hay personas, a las cuales hay que cuidar y con las cuales debemos compartir la ciudad.

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Fuente: La Tercera, Lunes 19 de noviembre de 2019

LA TERCERA – Polémica ha causado la entrada en vigencia de la Ley de Convivencia Vial o LCV. Desde el temor de ciclistas de ocasión a bajarse de las veredas, el cuestionamiento a usar chaleco reflectante de día, coronada por la desproporcionada fiscalización y detención de una ciclista, viralizada en redes sociales en una semana nefasta para Carabineros.

La confusión inicial se debe a que la ley todavía carece de un reglamento que norme el diseño de las vías y elementos de seguridad exigidos a los usuarios de ciclos. Pese a ello, debemos celebrar y apoyar lo oportuno de esta nueva legislación, que a diferencia de otros proyectos de Ley que no logran resolver la a-legalidad de servicios como Uber, la LCV se adelanta a escenarios y cambios paradigmáticos en la movilidad urbana que requieren con urgencia una buena regulación, y sobre todo nueva educación cívica.

Antes que prohibir, la LCV establece un nuevo trato entre los modos y personas que ocupan el cada vez más escaso espacio público. En las zonas más consolidadas de nuestras ciudades el espacio público es limitado: No podemos mover los edificios para hacer más amplias avenidas y bulevares. Por otro lado, el parque automotriz seguirá creciendo en la medida que aumentan los ingresos de la población, y aunque completemos la carente red vial y expresa, o contemos con un excelente sistema de Metro y transporte público, las calles se harán pocas para los más de mil vehículos nuevos que se venden a diario en nuestro país. Si a ello agregamos el creciente número de bicicletas y ciclos públicos y privados que inundan nuestras calles, se hace urgente un nuevo trato. De hecho, ciudades como Boston, la séptima más congestionada de Estados Unidos, cuyo per cápita anual de horas perdidas en el tráfico aumentó de 58 a 60 horas el año pasado, ya asumieron que las calles en zonas centrales serán lentas y congestionadas para los vehículos particulares, procediendo a eliminar pistas, reemplazándolas por ciclovías en las calzadas y ampliado de veredas. Situación que se repite en las grandes ciudades del norte global.

Así las cosas, la congestión llegará para quedarse, y mientras no se imponga un nuevo paradigma con la promesa de los vehículos autónomos compartidos, tendremos que lidiar con la fricción que la congestión generará entre vehículos, ciclos y personas. Aquí es donde la LCV juega un rol fundamental, en entender a los vehículos y ciclos como modos de transporte más allá de lo recreacional, estableciendo reglas claras para generar un cambio cultural donde el automóvil deje de ser un derecho y se entienda como un privilegio y una responsabilidad. Así como aprendimos a usar el cinturón, la nueva ley nos ofrece una lección de convivencia, donde debemos entender que detrás de cada modo hay personas, a las cuales hay que cuidar y con las cuales debemos compartir la ciudad.

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Fuente: La Tercera, Lunes 19 de noviembre de 2019

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