Jueves, Diciembre 26, 2024

La trampa del ingreso medio y seis años de crecimiento mediocre. Por Jorge Marshall

EL MERCURIO – Más allá de los diagnósticos y recetas de todo tipo, lo cierto es que nuestra economía lleva seis años con un crecimiento promedio de 2,3%, muy lejos del 5,5% de las décadas anteriores y del ritmo necesario para dar el salto al desarrollo. Tan lamentable como este mediocre desempeño resulta comprobar que, a lo largo de un período que compromete a tres administraciones políticas, no se haya elaborado un diagnóstico certero de las causas de fondo de esta realidad. Y, por lo tanto, que tampoco tenemos una estrategia clara que permita trabajar unidos en torno a los desafíos de futuro. La disyuntiva que enfrentamos es clara: seguir con la misma estrategia que ha perdido dinamismo y nos ha llevado al letargo actual, o reencauzar el crecimiento a través de la incorporación de conocimientos en las actividades productivas.
La situación actual contrasta con lo que ocurrió después de la crisis de 1998, cuando pasamos de un crecimiento anual de 7,4% en el decenio anterior, a un 2,9% en el quinquenio siguiente. Una caída significativa que encendió las alarmas y generó un intenso debate sobre la construcción de nuevos pilares que permitieran mantener y potenciar el dinamismo de la economía.
Entre las manifestaciones de tal exploración es fácil reconocer el impulso que materializó la Agenda Procrecimiento diseñada por el Gobierno y la Sofofa, que incluía iniciativas de modernización del Estado, transformación productiva e impulso a la innovación. Entonces, el actual ministro de Hacienda aportó activamente su perspectiva de académico señalando que para aumentar la productividad de la economía era indispensable incorporar conocimiento a las actividades productivas. Propuso establecer un crédito tributario para I+D, aumentar los fondos concursables e institucionalizar el Sistema Nacional de Innovación. Por su parte, el Presidente Lagos encabezó una gira a Silicon Valley con más de 100 empresarios; la idea era convertir a Chile en la futura capital tecnológica de América Latina. Y la comisión de Hacienda del Senado, que contó con el liderazgo de Alejandro Foxley y Edgardo Boeninger, impulsó un conjunto de iniciativas que recogían las experiencias de los procesos de desarrollo de países similares a Chile.
Sin embargo, el esfuerzo de esos años quedó inconcluso cuando fuimos capturados por el entusiasmo del superciclo del cobre. El sistema político comenzó a confiar en los atajos y el voluntarismo contagió las esferas de decisión, sin advertir el enorme daño que se estaba causando. La llamada “trampa del ingreso medio” se transformó en una profecía autocumplida y ahora no podemos salir de ella.
El desafío es claro e irrenunciable si aspiramos a romper con esta inercia: retomar la exploración que quedó inconclusa —pero que mostró resultados objetivos— y generar una estrategia que nos permita avanzar hacia una economía del conocimiento. Un esfuerzo que, para tener efectividad, requiere combinar políticas en tres niveles: nacional, local y de actores individuales.
En primer término, la agenda de nivel nacional está orientada a fortalecer los fundamentos de la economía, tanto en áreas en que estamos relativamente bien —como la estabilidad macro, la competencia de los mercados y la regulación—, como en otras en que tenemos un evidente rezago —como las políticas para incorporar conocimiento a las actividades productivas—. La reciente creación del Ministerio de Ciencia y Tecnología es una oportunidad para desarrollar capacidades en este ámbito.
En el nivel subnacional se debe reconocer que los procesos de innovación y de transformación productiva ocurren en los entornos locales que fomentan la creación de nuevas capacidades a través de la articulación público–privada y la coordinación de los actores. En este entorno son relevantes tanto los conocimientos que tienen los actores individualmente como el funcionamiento de las redes de colaboración que se generan entre ellos, incluyendo a empresas, universidades, centros tecnológicos, organizaciones intermedias y los diferentes niveles de gobierno.
En este sentido, cabe destacar que las interacciones en las que hay proximidad física permiten cultivar y transmitir mejor el conocimiento tácito, por lo que son las que más inciden en la innovación y en la transformación productiva, y permiten generar círculos virtuosos de crecimiento. Por esta razón, retomar el dinamismo requiere crear capacidades locales para incorporar conocimientos en tantos lugares como sea posible.
El proceso de descentralización que está en marcha en el país genera tanto oportunidades como amenazas para el propósito de crear entornos locales funcionales a la incorporación de conocimiento a las actividades productivas, por lo que se trata de una materia que requiere urgente atención.
Finalmente, en el nivel de los actores individuales, las prioridades son fortalecer las funciones que cumplen las universidades como instituciones ancla en la economía del conocimiento; corregir el déficit de empleabilidad de la fuerza de trabajo que recientemente ha identificado el Banco Central, y mejorar los mecanismos de coordinación de políticas dentro del sector público. En estos tres ámbitos tenemos un déficit que se requiere corregir para avanzar efectivamente hacia una economía del conocimiento.
En síntesis, el desempeño mediocre en que nos encontramos tiene causas profundas, una situación que obliga a levantar un diagnóstico certero y a construir estrategias de largo plazo. De poco sirve quedarse atrapado en el optimismo pasivo que intentan transmitir las autoridades en una recuperación de corto plazo. Los factores que nos permitieron crecer en las décadas pasadas deben ser complementados ahora con una estrategia clara para incorporar conocimientos a las actividades productivas.
Fuente: El Mercurio, Martes 20 de Agosto de 2019

EL MERCURIO – Más allá de los diagnósticos y recetas de todo tipo, lo cierto es que nuestra economía lleva seis años con un crecimiento promedio de 2,3%, muy lejos del 5,5% de las décadas anteriores y del ritmo necesario para dar el salto al desarrollo. Tan lamentable como este mediocre desempeño resulta comprobar que, a lo largo de un período que compromete a tres administraciones políticas, no se haya elaborado un diagnóstico certero de las causas de fondo de esta realidad. Y, por lo tanto, que tampoco tenemos una estrategia clara que permita trabajar unidos en torno a los desafíos de futuro. La disyuntiva que enfrentamos es clara: seguir con la misma estrategia que ha perdido dinamismo y nos ha llevado al letargo actual, o reencauzar el crecimiento a través de la incorporación de conocimientos en las actividades productivas.
La situación actual contrasta con lo que ocurrió después de la crisis de 1998, cuando pasamos de un crecimiento anual de 7,4% en el decenio anterior, a un 2,9% en el quinquenio siguiente. Una caída significativa que encendió las alarmas y generó un intenso debate sobre la construcción de nuevos pilares que permitieran mantener y potenciar el dinamismo de la economía.
Entre las manifestaciones de tal exploración es fácil reconocer el impulso que materializó la Agenda Procrecimiento diseñada por el Gobierno y la Sofofa, que incluía iniciativas de modernización del Estado, transformación productiva e impulso a la innovación. Entonces, el actual ministro de Hacienda aportó activamente su perspectiva de académico señalando que para aumentar la productividad de la economía era indispensable incorporar conocimiento a las actividades productivas. Propuso establecer un crédito tributario para I+D, aumentar los fondos concursables e institucionalizar el Sistema Nacional de Innovación. Por su parte, el Presidente Lagos encabezó una gira a Silicon Valley con más de 100 empresarios; la idea era convertir a Chile en la futura capital tecnológica de América Latina. Y la comisión de Hacienda del Senado, que contó con el liderazgo de Alejandro Foxley y Edgardo Boeninger, impulsó un conjunto de iniciativas que recogían las experiencias de los procesos de desarrollo de países similares a Chile.
Sin embargo, el esfuerzo de esos años quedó inconcluso cuando fuimos capturados por el entusiasmo del superciclo del cobre. El sistema político comenzó a confiar en los atajos y el voluntarismo contagió las esferas de decisión, sin advertir el enorme daño que se estaba causando. La llamada “trampa del ingreso medio” se transformó en una profecía autocumplida y ahora no podemos salir de ella.
El desafío es claro e irrenunciable si aspiramos a romper con esta inercia: retomar la exploración que quedó inconclusa —pero que mostró resultados objetivos— y generar una estrategia que nos permita avanzar hacia una economía del conocimiento. Un esfuerzo que, para tener efectividad, requiere combinar políticas en tres niveles: nacional, local y de actores individuales.
En primer término, la agenda de nivel nacional está orientada a fortalecer los fundamentos de la economía, tanto en áreas en que estamos relativamente bien —como la estabilidad macro, la competencia de los mercados y la regulación—, como en otras en que tenemos un evidente rezago —como las políticas para incorporar conocimiento a las actividades productivas—. La reciente creación del Ministerio de Ciencia y Tecnología es una oportunidad para desarrollar capacidades en este ámbito.
En el nivel subnacional se debe reconocer que los procesos de innovación y de transformación productiva ocurren en los entornos locales que fomentan la creación de nuevas capacidades a través de la articulación público–privada y la coordinación de los actores. En este entorno son relevantes tanto los conocimientos que tienen los actores individualmente como el funcionamiento de las redes de colaboración que se generan entre ellos, incluyendo a empresas, universidades, centros tecnológicos, organizaciones intermedias y los diferentes niveles de gobierno.
En este sentido, cabe destacar que las interacciones en las que hay proximidad física permiten cultivar y transmitir mejor el conocimiento tácito, por lo que son las que más inciden en la innovación y en la transformación productiva, y permiten generar círculos virtuosos de crecimiento. Por esta razón, retomar el dinamismo requiere crear capacidades locales para incorporar conocimientos en tantos lugares como sea posible.
El proceso de descentralización que está en marcha en el país genera tanto oportunidades como amenazas para el propósito de crear entornos locales funcionales a la incorporación de conocimiento a las actividades productivas, por lo que se trata de una materia que requiere urgente atención.
Finalmente, en el nivel de los actores individuales, las prioridades son fortalecer las funciones que cumplen las universidades como instituciones ancla en la economía del conocimiento; corregir el déficit de empleabilidad de la fuerza de trabajo que recientemente ha identificado el Banco Central, y mejorar los mecanismos de coordinación de políticas dentro del sector público. En estos tres ámbitos tenemos un déficit que se requiere corregir para avanzar efectivamente hacia una economía del conocimiento.
En síntesis, el desempeño mediocre en que nos encontramos tiene causas profundas, una situación que obliga a levantar un diagnóstico certero y a construir estrategias de largo plazo. De poco sirve quedarse atrapado en el optimismo pasivo que intentan transmitir las autoridades en una recuperación de corto plazo. Los factores que nos permitieron crecer en las décadas pasadas deben ser complementados ahora con una estrategia clara para incorporar conocimientos a las actividades productivas.
Fuente: El Mercurio, Martes 20 de Agosto de 2019

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