Martes, Noviembre 26, 2024

Juegos Panamericanos en cuestión, por Carlos Cruz

COOPERATIVA – La decisión de un país de optar a organizar los Juegos Panamericanos es de gran relevancia. Es lo que típicamente llamaríamos una “decisión de Estado”, puesto que compromete a la nación en su conjunto, más allá de intereses “partidistas” y cuya materialización demanda más de un período de gobierno.

Chile es sede de los Juegos Panamericanos 2023, un gran desafío que está amenazado por retrasos en las obras que se requieren para albergarlo. Una vez más la falta de planificación, el excesivo énfasis en la coyuntura y nuestra histórica “confianza en la improvisación” nos puede jugar una mala pasada.

Una iniciativa de esta naturaleza supone inversiones cuantiosas -en el caso de Chile se estiman en US$507 millones, de los cuales US$170 millones corresponden a infraestructura- para recibir a un número importante de atletas, sus delegaciones, turistas y marcas. Es una forma de posicionar a un país entre la élite deportiva, turística y económica de la región, durante una fase prolongada, que va desde el anuncio de los Juegos hasta la finalización de las competencias.

Es una oportunidad de llevar a cabo transformaciones importantes, no sólo en la infraestructura deportiva, sino también en los complementos necesarios para asegura el éxito de las competiciones, como alojamiento, transporte, recreación. Las marcas se ven atraídas y el comercio tiene un impulso extraordinario que puede transformarse en un factor dinamizador con efectos de largo plazo. El país se pone en vitrina, al centro de la atención regional, constituyendo los Juegos una carta de presentación para el desarrollo del turismo, un sector tan importante y, a la vez, tan golpeado por los últimos acontecimientos.

Además, debiera ser un estímulo para la recuperación de los centros urbanos dañados y virtualmente abandonados durante los últimos 3 años y una invitación para recuperar el orgullo que se supone nos inunda cuando presentamos al país con “la Roja” ante el extranjero. Todos los esfuerzos que demanda organizar un certamen de estas características se compensan con el aporte de quienes nos visitan ahora y en el futuro, de los derechos de televisión, con el despliegue de nuevos servicios, la identificación de nuevas oportunidades, generación de empleos directos e indirectos, entre otras.

Muchos países han usado el pretexto de grandes eventos de esta naturaleza para lograr transformaciones muy relevantes en las ciudades que fueron sede, como los casos de Río de Janeiro (2007), Guadalajara (2011) o Lima (2019). Es un estímulo que puede generar muchos beneficios para las ciudades anfitrionas, si se hace bien.

Es hora de cerrar filas para sacar este desafío adelante. No es posible fallar. Es necesario mostrar una decidida voluntad de cumplir con los compromisos contraídos y dar las seguridades que, tal como en otras oportunidades, Chile puede ser apreciado como un ejemplo de confiabilidad.

Ver artículo

Fuente: Cooperativa, Martes 27 de Septiembre de 2022

COOPERATIVA – La decisión de un país de optar a organizar los Juegos Panamericanos es de gran relevancia. Es lo que típicamente llamaríamos una “decisión de Estado”, puesto que compromete a la nación en su conjunto, más allá de intereses “partidistas” y cuya materialización demanda más de un período de gobierno.

Chile es sede de los Juegos Panamericanos 2023, un gran desafío que está amenazado por retrasos en las obras que se requieren para albergarlo. Una vez más la falta de planificación, el excesivo énfasis en la coyuntura y nuestra histórica “confianza en la improvisación” nos puede jugar una mala pasada.

Una iniciativa de esta naturaleza supone inversiones cuantiosas -en el caso de Chile se estiman en US$507 millones, de los cuales US$170 millones corresponden a infraestructura- para recibir a un número importante de atletas, sus delegaciones, turistas y marcas. Es una forma de posicionar a un país entre la élite deportiva, turística y económica de la región, durante una fase prolongada, que va desde el anuncio de los Juegos hasta la finalización de las competencias.

Es una oportunidad de llevar a cabo transformaciones importantes, no sólo en la infraestructura deportiva, sino también en los complementos necesarios para asegura el éxito de las competiciones, como alojamiento, transporte, recreación. Las marcas se ven atraídas y el comercio tiene un impulso extraordinario que puede transformarse en un factor dinamizador con efectos de largo plazo. El país se pone en vitrina, al centro de la atención regional, constituyendo los Juegos una carta de presentación para el desarrollo del turismo, un sector tan importante y, a la vez, tan golpeado por los últimos acontecimientos.

Además, debiera ser un estímulo para la recuperación de los centros urbanos dañados y virtualmente abandonados durante los últimos 3 años y una invitación para recuperar el orgullo que se supone nos inunda cuando presentamos al país con “la Roja” ante el extranjero. Todos los esfuerzos que demanda organizar un certamen de estas características se compensan con el aporte de quienes nos visitan ahora y en el futuro, de los derechos de televisión, con el despliegue de nuevos servicios, la identificación de nuevas oportunidades, generación de empleos directos e indirectos, entre otras.

Muchos países han usado el pretexto de grandes eventos de esta naturaleza para lograr transformaciones muy relevantes en las ciudades que fueron sede, como los casos de Río de Janeiro (2007), Guadalajara (2011) o Lima (2019). Es un estímulo que puede generar muchos beneficios para las ciudades anfitrionas, si se hace bien.

Es hora de cerrar filas para sacar este desafío adelante. No es posible fallar. Es necesario mostrar una decidida voluntad de cumplir con los compromisos contraídos y dar las seguridades que, tal como en otras oportunidades, Chile puede ser apreciado como un ejemplo de confiabilidad.

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Fuente: Cooperativa, Martes 27 de Septiembre de 2022

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