LA TERCERA – Con el 4% del borde costero mundial, más de 4.000 kms de longitud de costa, y una superficie marítima que supera en casi cinco veces el territorio continental, Chile es un país como pocos fusionado con el mar. Un mar en el que nuestro país ha construido un gran número de infraestructuras de las que dependen no sólo su seguridad económica, sino también las formas de vida de nuestra sociedad moderna. Es en este mar global y su modernidad en el que han aflorado nuevas rivalidades geopolíticas, económicas, militares y tecnológicas, transformándolo en un espacio inestable y dando lugar a nuevas criticidades. Tomar conciencia de cómo estos ángulos comprometen la infraestructura marítima chilena, presente tanto sobre como bajo el agua, reviste una crucial importancia para la viabilidad futura de nuestro país.
Las explosiones que inutilizaron los gasoductos Nordstream 1 y 2 en el mar Báltico en septiembre de 2022, los ataques de las milicias hutíes contra buques mercantes en el Mar Rojo, las dificultades ambientales que están afectando al canal de Panamá, la proliferación de proyectos de cables submarinos de transmisión de datos en el mar chileno, acciones bélicas híbridas bajo del umbral de violencia física que debilitan y generan incertidumbre, o incluso la fragilidad de Bolivia y la opacidad de sus acuerdos con Irán o Rusia, son ejemplos tan disímiles como convergentes de los riesgos a que se expone el mar chileno, su condición geográfica y su infraestructura.
Con casi 400 instalaciones y facilidades portuarias, por los que fluye más del 90% del comercio internacional chileno, el borde costero está cobrando una sigilosa pero llamativa importancia como puerta de salida de minerales críticos de un triángulo geográfico conformado por el Norte Grande, el occidente boliviano y el noroeste argentino. El dinamismo de las inversiones mineras en este triángulo, el origen de éstas y los acercamientos en curso entre Bolivia con Rusia e Irán, no sólo confirman la importancia creciente de las cadenas logísticas chilenas para nuestros vecinos, sino también la progresiva dependencia estratégica de las potencias y sus mercados. Lo mismo ocurre con los cables submarinos de transmisión de datos, que proliferan. Sirven a distintos países y se vuelven vulnerables a modalidades híbridas de conflictos (como el espionaje o sabotaje). Asimismo, el valor político (y económico) del Estrecho de Magallanes y su condición de ruta resiliente y diversificadora a las actuales del comercio marítimo, se conjuga con su condición de pasaje marítimo a espacios ricos en pesca y recursos ambientales, volviendo al mar chileno en una ecuación compleja y heterogénea de criticidades.
El mar impone desafíos al Estado, en tanto alberga infraestructuras que forman parte de una red socioeconómica y estratégica de alcances globales. Identificar aquellas, tanto en Chile como en el exterior, es un primer paso para dar pie a un cuerpo de intereses marítimos que convengan con la nueva multipolaridad en curso.
Por Teodoro Ribera, rector U. Autónoma de Chile y exministro de Relaciones Exteriores
Fuente: La Tercera, Martes 15 de Octubre de 2024