EL MOSTRADOR – Nuestro país ha avanzado sustancialmente en las últimas décadas en construcción de infraestructura crítica: caminos, carreteras, puentes, puertos, aeropuertos, aeródromos, plantas de tratamiento de agua potable y servidas, subestaciones, redes de media y alta tensión, gaseoductos, redes de telecomunicaciones, hospitales, plantas generadoras, sistemas bancarios, sistemas de información, industria química, agrícola, etc. Sin embargo, esta infraestructura todavía puede y debe mejorar en cobertura, equidad del acceso y en robustez a desastres y adaptación al cambio climático. Hoy 1 millón de personas no cuentan con acceso seguro a agua potable, el 56% de los caminos no está pavimentado, alcanzando en regiones como Ñuble el 74%, el tren está absolutamente fragmentado, etc.
Cuando Sebastián Piñera anunció el proyecto de “resguardo de infraestructura crítica”, por un segundo nos alegramos. Pensamos que el país iba a diseñar una política de planificación de infraestructura crítica e interconectada. Finalmente íbamos a diseñar sistemas capaces de no solo hacerles frente a desastres o amenazas humanas, sino que también íbamos a tomar un enfoque de planificación adaptativa frente al cambio climático. La alegría duró poco.
Nuestro país ha avanzado sustancialmente en las últimas décadas en construcción de infraestructura crítica: caminos, carreteras, puentes, puertos, aeropuertos, aeródromos, plantas de tratamiento de agua potable y servidas, subestaciones, redes de media y alta tensión, gaseoductos, redes de telecomunicaciones, hospitales, plantas generadoras, sistemas bancarios, sistemas de información, industria química, agrícola, etc. Sin embargo, esta infraestructura todavía puede y debe mejorar en cobertura, equidad del acceso y en robustez a desastres y adaptación al cambio climático. Hoy 1 millón de personas no cuentan con acceso seguro a agua potable, el 56% de los caminos no está pavimentado, alcanzando en regiones como Ñuble el 74%, el tren está absolutamente fragmentado, etc.
La infraestructura crítica es la que sostiene nuestra vida diaria y solo notamos su existencia cuando falla. Y una falla puede ser en cascada, generando un efecto devastador. Por ejemplo, en Talcahuano se ubica la única planta de producción de cloro-gas de Chile, utilizado en la potabilización de agua de casi todas las ciudades, incluyendo Santiago. Si esa planta fuere destruida en un terremoto, las sanitarias pueden operar por no mucho más de un mes.
La infraestructura de nuestro país no ha sido diseñada con una perspectiva de robustez, no se han considerado las interdependencias entre sistemas ni mucho menos se han considerado adecuadamente las demandas locales. Cerca de la mitad de las obras públicas licitadas son de hecho iniciativa de privados. ¿Responden estas iniciativas necesariamente a las necesidades e intereses de la población? ¿Están diseñadas para resistir desastres? ¿Su diseño consideró el cambio climático? El mejor ejemplo es el embalse Las Palmas en Petorca, que no solo fue diseñado para el riego de un cultivo que ya no es sostenible en la provincia y no consideró las necesidades de agua potable de la provincia, sino que simplemente se encuentra en riesgo no cumplir su objetivo, al no haber considerado adecuadamente el cambio climático. No tendrá agua. 158 millones de dólares o 20 Cesfam botados a la basura.
¿Qué podemos aprender de este error en la Región Metropolitana? La cuenca del Maipo tiene una disponibilidad hídrica per cápita de aproximadamente 480 m3/persona-año, lo que según el índice de Falkenmark deja a Santiago en condiciones críticas para sostener la vida. ¿Qué hacer? ¿Otro embalse del Yeso? No. Necesitamos planificar nuestra infraestructura de acuerdo a la realidad climática futura, pero ¿cuál será esta? ¿En qué canasta poner los huevos? En la de la planificación de infraestructura adaptativa con un enfoque de robustez: diseñemos un plan de obras verdes y grises con un horizonte de 20, 30 o 50 años, generando distintos caminos posibles, revaluando el plan cada algunos años, considerando la posibilidad de fallas en cascada y buscando alternativas en caso de que alguna de esta falle, para así asegurar el suministro de agua para la ciudad. Y, por supuesto, en el caso del agua, no debe solo tratarse de maximizar la oferta, sino también de minimizar el consumo. Una planificación robusta de infraestructura no busca solamente satisfacer la demanda, que como en el caso de las carreteras su propia existencia puede aumentar dicha demanda, sino que busca minimizar su dependencia en ella.
Necesitamos construir un sistema de planificación de infraestructura crítica que devuelva la planificación a manos del Estado y las comunidades y que considere elementos de robustez y planificación adaptativa frente al cambio climático.
Para lograrlo, no solo necesitamos dejar atrás el estado subsidiario y el actual modelo de planificación de infraestructura, sino que fortalecer nuestras ciencias con políticas de largo plazo que fortalezcan la I+D+i y el manejo de información por parte del Estado.
Contar con un sistema de planificación de infraestructura crítica –vinculado a una política de gestión de suelos, agua y energía– nos permitirá adaptarnos a la futura realidad climática, enfrentar mejor los desastres y generará mayores certezas a los inversionistas. Estos no solo verán minimizados los riesgos socioambientales, sino que podrán planificar sus inversiones en un marco jurídico ordenado, siendo la evaluación ambiental y la participación comunitaria actividades del proceso de planificación, no del de construcción. Tendrán certezas.
Central en un proceso de planificación de infraestructura crítica es la vinculación y participación efectiva de las comunidades de los territorios donde se construirá la infraestructura, incorporando necesidades y saberes locales para construir obras que unen a las comunidades, mejoren su calidad de vida y aseguren la sostenibilidad de la vida en largo plazo.
El desafío de adaptarnos al cambio climático es hoy y, para lograrlo, necesitamos prepararnos en todos los frentes, siendo uno de ellos una infraestructura pública robusta, de bajo impacto y diseñada para todos y todas.
Fuente: El Mostrador, Viernes 12 de Noviembre de 2021