LA DISCUSIÓN – Con las precipitaciones que tuvimos en junio y julio, el déficit de agua caída en Chillán, respecto a un año normal, se redujo a 30%, y en un escenario optimista, este invierno podría concluir con un volumen de agua superior al del año pasado, sin embargo, los últimos pronósticos de la Dirección Meteorológica de Chile mantienen la estimación de que este invierno presentará números bajo lo normal, lo que significa que el monto de precipitaciones será menor que el promedio histórico de los últimos 30 años.
Naturalmente, estas semanas de lluvias han traído un alivio para agricultores y ganaderos, y es de esperar que este año sea menos crítico que el 2019, que fue particularmente severo para la zona central y centro sur del país; así como también es de esperar que la cantidad y calidad de la nieve que se está acumulando en la cordillera sea la que provea el agua suficiente en la temporada de riego, especialmente en enero y febrero.
Pero una cosa son los buenos deseos y otra distinta es la información que proporcionan los meteorólogos respecto a lo que ocurrirá este año, y de confirmarse sus pronósticos, el 2020 será el undécimo año de crisis hídrica en la zona, una crisis que al igual que la pandemia afecta con mayor dureza a los más vulnerables, en este caso los pequeños agricultores de secano, y también tiene consecuencias negativas en el empleo.
Y así como la pandemia ha desnudado las malas políticas públicas y las grandes inequidades sociales del país, la crisis hídrica ha puesto en evidencia las tareas pendientes en materia de obras de acumulación y la falta de visión de los gobiernos, cuyos burócratas de Santiago han priorizado otras inversiones públicas en las últimas décadas.
La seguridad de riego constituye una variable relevante en la toma de decisiones de inversión en el mundo agrícola, Por eso resulta tan relevante aumentar la superficie en esta condición, ya que ésa es la condición fundamental para el crecimiento del sector. Lamentablemente, la región de Ñuble no tiene embalses y salvo los regantes del Diguillín, que cuentan con el Lago Laja, o los de Coihueco, que tienen el homónino tranque, la mayoría depende de la nieve que cae en invierno y del agua de los pozos, un recurso cada vez más escaso.
El Estado ha priorizado cuatro proyectos de embalse en la región -La Punilla, Chillán, Zapallar y Niblinto-, sin embargo, hasta la fecha no se ha concretado ninguno. Ni siquiera han comenzado obras. Y mientras el MOP gasta un año negociando la salida de la concesioanria Astaldi del proyecto La Punilla, estas efímeras aguas escurren por los ríos hacia el mar; y mientras el MOP debe subsanar los errores del estudio de impacto ambiental del Zapallar, se siguen postergando inversiones en fruticultura; y mientras los proyectos Chillán y Niblinto acumulan polvo en las oficinas del MOP, la región sigue esperando el sueño de ser potencia agroalimentaria.
No hay ninguna duda de que el agua es sinónimo de crecimiento y empleo, pero Ñuble, pese a registrar en promedio mil milímetros de agua caída al año -Curicó bordea los 650 milímetros- no puede ver esa riqueza debido a la incapacidad de las autoridades del nivel central de avanzar decididamente en políticas públicas que tienen un evidente beneficio para todo el territorio nublensino.
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Fuente: La Discusión, Miércoles 19 de Agosto de 2020