Jueves, Diciembre 26, 2024

Hidrógeno verde, ¿una opción estratégica o solo un sueño?, por Marcos Lima

EL MERCURIO –  A partir del lanzamiento de la Estrategia Nacional de Hidrógeno Verde, hemos visto un gran interés en torno a las posibilidades de Chile en el desarrollo de esta nueva industria, llegándose a hablar de que los proyectos asociados podrían impulsar la creación de 22 mil nuevos empleos a 2030, 87 mil a 2040 y 94 mil a 2050, con más de 800 empresas participando en el cluster que se formaría a su alrededor, siendo equivalente en exportaciones a la minería del cobre hacia el año 2050. Es positivo que el país sueñe con incorporarse a la gran cruzada del siglo XXI, frenar el cambio climático, siendo un actor relevante en la transformación energética ligada al hidrógeno verde, y cooperar así con un planeta cero emisiones.
Para que se utilice masivamente este gas, deben desarrollarse aún nuevas tecnologías, tanto en su producción y almacenamiento como en múltiples aplicaciones referidas a su uso en el consumo doméstico, la industria y el transporte, a fin de hacer viable su aplicación comercial, ya que todo ello es aún work in progress. Chile puede dar un salto en su capacidad para impulsar emprendimientos tecnológicos en este campo, a pesar de que lo que ha sucedido en el pasado no nos hace ser muy optimistas. No debemos olvidar que, siendo nuestro país el principal actor global en la minería del cobre y muy relevante en la industria forestal y la salmonicultura, no ha podido desarrollar empresas tecnológicas globales competitivas, y esta puede ser una oportunidad para reivindicarse.
En efecto, las cifras del país en relación con la inversión en I+D+i son paupérrimas, no superando el 0,4% del PIB, el más bajo entre los países de la OCDE (1,11 vs. 8,29 media OCDE), siendo también bajo el número de investigadores dedicados, aunque es justo reconocer que se produce investigación de calidad.
Sin un ambiente adecuado de cooperación y confianza entre el capital privado, los empresarios y emprendedores, la academia y los centros de investigación, nada será posible. Al respecto, el Estado debe servir de catalizador para este proceso asociativo, indispensable para alcanzar el desarrollo.
Un segundo llamado de atención se refiere a la maldición de la distancia. Somos uno de los países más “aislados” del mundo y nuestros vecinos no son precisamente un ejemplo de estabilidad y crecimiento económico. Si usted pone en el centro del planeta a Chile, verá en la mitad del globo América Latina, la Antártica y el resto, un inmenso océano azul. Ni siquiera verá África o Australia, aunque sí alcanzará a aparecer Miami; en nuestra mitad se genera menos del 10% del PGB mundial, y al otro lado, el 90%. Ello es fundamental cuando, para efectos de exportación, los costos de transporte y distribución del hidrógeno o de los combustibles y otros compuestos derivados de este pueden neutralizar la pretendida ventaja país de tener una energía de fuentes renovables muy barata y competitiva. Es difícil pensar en competir con plantas productoras de H2 verde basadas en energía solar fotovoltaica que puedan instalarse en África del Norte, o parques eólicos del Norte de Europa, que pueden “inyectar” el H2 a los sistemas de distribución existentes y ahorrarse los costos y complicaciones del transporte a largas distancias, que deben recorrer nuestras exportaciones.
Y la tercera alerta dice relación con que esta carrera por la tecnología y los mercados para el H2 es una pelea de “perros grandes”. Entre Estados Unidos, Alemania, China, por una parte, y los países de África, Oceanía y el Medio Oriente, por otra, no queda mucho espacio para avanzar. Tienen más cercanía con los mercados donde se definirá la forma en que se va a utilizar este combustible, miles de investigadores y clusters tecnológicos probados, junto con una tradición para generar aplicaciones comerciales casi inmediatas, y en el caso de los países OPEP, miles de millones de dólares para invertir en una “competencia” que los puede dejar con su petróleo bajo el desierto.
¿Debemos bajar los brazos entonces y volcarnos a otro foco estratégico?
No es mi recomendación. Es evidente que la naturaleza, representada como sol, agua y viento, no es suficiente para asegurar al país la aparición de un nuevo boom de riqueza. Debemos tener cuidado en no entusiasmarnos en exceso. Sin embargo, debemos considerar que la minería es un mercado con grandes sinergias —produciendo “cobre verde”— y una palanca que puede “mover al mundo”, ya que tiene tamaño y links globales; que también Sudamérica es un potencial interesante, lo que requiere mejorar nuestras relaciones con el vecindario y es bueno para otros esfuerzos regionales conjuntos; y, por último, poner a Chile en la vanguardia mundial contra el cambio climático potencia nuestra marca país.
Una última advertencia: el dinero fiscal es limitado, hay múltiples necesidades, y se debe ser cuidadoso para apostar a sueños, por más atractivos que estos nos parezcan.
Marcos Lima
Profesor Titular de la Universidad Católica
Fuente: El Mercurio, Miércoles 16 de Diciembre de 2020

EL MERCURIO –  A partir del lanzamiento de la Estrategia Nacional de Hidrógeno Verde, hemos visto un gran interés en torno a las posibilidades de Chile en el desarrollo de esta nueva industria, llegándose a hablar de que los proyectos asociados podrían impulsar la creación de 22 mil nuevos empleos a 2030, 87 mil a 2040 y 94 mil a 2050, con más de 800 empresas participando en el cluster que se formaría a su alrededor, siendo equivalente en exportaciones a la minería del cobre hacia el año 2050. Es positivo que el país sueñe con incorporarse a la gran cruzada del siglo XXI, frenar el cambio climático, siendo un actor relevante en la transformación energética ligada al hidrógeno verde, y cooperar así con un planeta cero emisiones.
Para que se utilice masivamente este gas, deben desarrollarse aún nuevas tecnologías, tanto en su producción y almacenamiento como en múltiples aplicaciones referidas a su uso en el consumo doméstico, la industria y el transporte, a fin de hacer viable su aplicación comercial, ya que todo ello es aún work in progress. Chile puede dar un salto en su capacidad para impulsar emprendimientos tecnológicos en este campo, a pesar de que lo que ha sucedido en el pasado no nos hace ser muy optimistas. No debemos olvidar que, siendo nuestro país el principal actor global en la minería del cobre y muy relevante en la industria forestal y la salmonicultura, no ha podido desarrollar empresas tecnológicas globales competitivas, y esta puede ser una oportunidad para reivindicarse.
En efecto, las cifras del país en relación con la inversión en I+D+i son paupérrimas, no superando el 0,4% del PIB, el más bajo entre los países de la OCDE (1,11 vs. 8,29 media OCDE), siendo también bajo el número de investigadores dedicados, aunque es justo reconocer que se produce investigación de calidad.
Sin un ambiente adecuado de cooperación y confianza entre el capital privado, los empresarios y emprendedores, la academia y los centros de investigación, nada será posible. Al respecto, el Estado debe servir de catalizador para este proceso asociativo, indispensable para alcanzar el desarrollo.
Un segundo llamado de atención se refiere a la maldición de la distancia. Somos uno de los países más “aislados” del mundo y nuestros vecinos no son precisamente un ejemplo de estabilidad y crecimiento económico. Si usted pone en el centro del planeta a Chile, verá en la mitad del globo América Latina, la Antártica y el resto, un inmenso océano azul. Ni siquiera verá África o Australia, aunque sí alcanzará a aparecer Miami; en nuestra mitad se genera menos del 10% del PGB mundial, y al otro lado, el 90%. Ello es fundamental cuando, para efectos de exportación, los costos de transporte y distribución del hidrógeno o de los combustibles y otros compuestos derivados de este pueden neutralizar la pretendida ventaja país de tener una energía de fuentes renovables muy barata y competitiva. Es difícil pensar en competir con plantas productoras de H2 verde basadas en energía solar fotovoltaica que puedan instalarse en África del Norte, o parques eólicos del Norte de Europa, que pueden “inyectar” el H2 a los sistemas de distribución existentes y ahorrarse los costos y complicaciones del transporte a largas distancias, que deben recorrer nuestras exportaciones.
Y la tercera alerta dice relación con que esta carrera por la tecnología y los mercados para el H2 es una pelea de “perros grandes”. Entre Estados Unidos, Alemania, China, por una parte, y los países de África, Oceanía y el Medio Oriente, por otra, no queda mucho espacio para avanzar. Tienen más cercanía con los mercados donde se definirá la forma en que se va a utilizar este combustible, miles de investigadores y clusters tecnológicos probados, junto con una tradición para generar aplicaciones comerciales casi inmediatas, y en el caso de los países OPEP, miles de millones de dólares para invertir en una “competencia” que los puede dejar con su petróleo bajo el desierto.
¿Debemos bajar los brazos entonces y volcarnos a otro foco estratégico?
No es mi recomendación. Es evidente que la naturaleza, representada como sol, agua y viento, no es suficiente para asegurar al país la aparición de un nuevo boom de riqueza. Debemos tener cuidado en no entusiasmarnos en exceso. Sin embargo, debemos considerar que la minería es un mercado con grandes sinergias —produciendo “cobre verde”— y una palanca que puede “mover al mundo”, ya que tiene tamaño y links globales; que también Sudamérica es un potencial interesante, lo que requiere mejorar nuestras relaciones con el vecindario y es bueno para otros esfuerzos regionales conjuntos; y, por último, poner a Chile en la vanguardia mundial contra el cambio climático potencia nuestra marca país.
Una última advertencia: el dinero fiscal es limitado, hay múltiples necesidades, y se debe ser cuidadoso para apostar a sueños, por más atractivos que estos nos parezcan.
Marcos Lima
Profesor Titular de la Universidad Católica
Fuente: El Mercurio, Miércoles 16 de Diciembre de 2020

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