LA TERCERA – El presidente electo tiene en su programa la intensificación de las políticas de desarrollo productivo para diversificar la producción y exportaciones del país. Sería bueno que su equipo mirara con mucha detención dos opciones que están al alcance de la mano y no requieren “elegir sectores”, una de las críticas que se les hacen a estas políticas desde la vereda de la economía convencional. Una es la del hidrógeno verde y la otra la transformación verde de la minería. Me refiero aquí a la primera y dejo la segunda para una futura columna.
El hidrógeno verde es hidrógeno producido con energías renovables. Chile ya ha dado pasos gigantes en el desarrollo de estas energías y tiene las mejores condiciones para producir hidrógeno verde en el mundo, dadas sus ventajas naturales en energía eólica en Magallanes y energía fotovoltaica en el desierto de Atacama.
La industria del hidrógeno verde tiene dos componentes. El primero es la posibilidad de desarrollar nuevos productos de exportación, que tendrán una enorme demanda a medida que los países industrialmente avanzados (incluyendo a China e India) vayan haciendo su transición verde. El segundo es su uso en el mercado nacional, donde destacan la minería, que está obligada a transitar a la minería verde si va a continuar siendo competitiva; el transporte; lo poco que nos queda de manufacturas (la acería de Huachipato podría volver a ser internacionalmente competitiva con el hidrógeno verde de combustible); los servicios de utilidad pública (especialmente electricidad), y el transporte marítimo, por nombrar solo los más evidentes.
Estudios recientes estiman que Chile podría tener la mayor industria mundial de hidrógeno verde y que de aquí a 2040 podría ser del tamaño de la minería en la actualidad. El potencial para la creación de buenos empleos y la generación de recursos tributarios sin necesidad de hacer reforma tributaria alguna (vale decir, con los impuestos en primera categoría y a la remesa de utilidades, así como están al día de hoy), es enorme. Además, es muy posible que esta industria genere encadenamientos aguas arriba hacia la producción de insumos para la generación de las energías que se utilizan en la producción del hidrógeno verde.
A la vez, las estimaciones de los requisitos de capital son enormes: unos US$ 300 mil millones de aquí al 2050, cifras que no están al alcance de una o varias empresas públicas. Sin perjuicio que empresas nacionales participen (como ya lo están haciendo), la inversión extranjera será esencial.
El rol del Estado será el de gran coordinador entre las empresas productivas. El Estado tendrá que propiciar la formación de técnicos y profesionales para el sector, adecuar los puertos y resolver el problema de transporte dentro del país, entre otros. Todas tareas necesarias para el éxito de esta nueva industria.
Manuel Agosin, académico FEN, Universidad de Chile
Fuente: La Tercera, Jueves 10 de Febrero de 2022