ESTRATEGIA – El Censo 2024 mostró algunos datos relevantes: el crecimiento sostenido del porcentaje de personas mayores de 65 años. Este grupo representa hoy el 14% de la población, mientras que en 1992 era solo el 6,6% (8,1% en 2002 y 11,4% en 2017), según el Instituto Nacional de Estadísticas (INE). Además, proyecciones realizadas por el mismo INE en 2022 estiman que para 2050, la cantidad de personas mayores duplicará a la de menores de 15 años.
Estos cambios demográficos tienen profundas implicancias en los sistemas de salud, vivienda, movilidad y otros. Por ello, es indispensable que las ciudades se adapten a este nuevo y creciente modelo de sociedades envejecidas, cuyas necesidades y expectativas son tanto distintas como cada vez más exigentes. Esto no solo implica adecuar los hogares y barrios, las infraestructuras de transporte y los espacios públicos, sino que también responder a las aspiraciones de una población mayor que cuenta con disponibilidad de tiempo para actividades recreativas, culturales y comunitarias.
Lamentablemente, nuestras ciudades no han sido originalmente diseñadas para una población envejecida. En general, no consideran adecuadamente las necesidades de personas con movilidad reducida, ni de quienes presentan disminución en sus capacidades sensoriales, como la visión o la audición.
En este contexto, el uso de la tecnología y de la infraestructura al servicio de la calidad de vida y la salud de las poblaciones vulnerables se vuelve esencial. Esta es, precisamente, una de las características fundamentales de las llamadas ciudades inteligentes. En una realidad como la chilena —donde el envejecimiento poblacional avanza de forma sostenida—, la implementación de soluciones tecnológicas adaptadas a los adultos mayores no solo es posible, sino también urgente y completamente viable.
No se trata de desarrollar nuevas tecnologías complejas, sino de adaptar e invertir en tecnologías ya existentes, así como en infraestructura inclusiva, accesible y segura. Esto incluye la mejora de espacios públicos, edificios, sistemas de transporte y soluciones habitacionales. El entorno construido tiene un impacto directo sobre la movilidad, independencia y calidad de vida de las personas mayores. Por ejemplo, un transporte público accesible -tanto en lo físico como en lo económico-, facilita la participación social, el acceso a servicios y la vida cívica. Asimismo, una vivienda adecuada permite envejecer de manera digna y segura dentro de sus comunidades.
En relación con la comunicación, el acceso a la información y los servicios comunitarios y de salud -componentes también centrales de una ciudad inteligente-, son clave.
Las tecnologías de la información y la comunicación (TIC´s) evolucionan constantemente, y si bien ofrecen un potencial enorme, su efectividad depende de su adecuada adaptación por parte de las personas mayores, pues la prioridad es asegurar el acceso a información relevante y comprensible para personas con diferentes capacidades y recursos.
Finalmente, la inclusión de las personas mayores en la ciudades, no puede ser una opción: es una necesidad ética, social y urbana ineludible.
Pedro Palominos
Director Smart City Lab U. de Santiago
Consejero del CPI.
Fuente: Estrategia, Miércoles 2 de Abril de 2025