Lunes, Noviembre 25, 2024

Evolución exportadora

EL MERCURIO – Constantes, en torno a los $2,5 millones anuales (dinero de 2013), se han mantenido desde 2007 las exportaciones chilenas per cápita. En contraste, en el período comprendido entre 1990 y ese año, el crecimiento del mismo índice habría sido superior al seis por ciento promedio anual. De hecho, existe extendido acuerdo en cuanto a que tal aumento en las exportaciones fue central en la expansión experimentada por Chile durante ese período. En efecto, para una economía abierta y pequeña como la nuestra, el impulso externo es fundamental para complementar la demanda generada por los actores internos a través del consumo, la inversión y un gasto público bien ejecutado.
Así, a propósito del aparente estancamiento exportador que las cifras revelarían, se ha cuestionado la capacidad de los productores nacionales para diversificar la matriz de exportaciones, lo que a su vez se atribuye a falta de inversión en investigación y desarrollo, ausencia de políticas públicas que promuevan el avance de sectores con potencial en los mercados externos y aparente ineficacia en el desarrollo de ecosistemas de innovación. Se trata, sin embargo, de visiones algo simplistas. Por cierto, mayores inversiones en I&D, así como en capital humano serían bienvenidas. Con todo, las oportunidades de negocios en un país como el nuestro, en principio, están abiertas para actores nacionales e internacionales, y, dentro de los primeros, para antiguos y nuevos emprendedores. Los buenos proyectos, en general, logran financiamiento, y ha habido en distintas actividades desarrollos productivos interesantes. Por ello, es difícil sostener, a propósito de estas realidades, que exista un agotamiento productivo o una incapacidad para seguir emprendiendo en nuevos ámbitos.
Los problemas son seguramente más complejos. Si se miran las cifras más desagregadamente, surgen algunos indicios de interés. En primer lugar, las exportaciones mineras se sitúan en torno al mismo volumen que en 2007. En el período alcanzaron un peak  en 2014, pero no hay una tendencia al alza. Ello explica que —medida en dólares— la participación de la minería en las exportaciones chilenas esté influida más por la evolución de los precios que por las cantidades exportadas. El hecho obedece a que la producción minera ha ido perdiendo peso en nuestro producto interno bruto, como consecuencia de la lenta expansión que ha registrado desde 2000, de menos de uno por ciento anual.
Ahora bien, mientras esto ocurre, se observa también un crecimiento muy rápido del sector agropecuario, silvícola y pesquero, con un promedio anualizado entre 2007 y 2018 superior al 4 por ciento. Otros sectores, aún pequeños, como productos químicos, también exhiben un dinamismo interesante en la canasta de exportaciones que no siempre ha sido acompañado de los mejores precios. Por supuesto, los sectores intensivos en recursos naturales siguen teniendo un peso significativo en nuestras exportaciones, pero gradualmente se comienza a observar que industrias que no tienen las dimensiones de las anteriores van encontrando espacios y creciendo en importancia. También ocurre que al interior de algunos sectores tradicionales, como el agropecuario, cobran fuerza nuevos subsectores. La expansión de la industria de duraznos, cerezas y otros carozos es impresionante.
No se puede olvidar, por otra parte, que desde la crisis de 2008 el volumen de intercambio comercial ha reducido significativamente su crecimiento a nivel global. Así, según cifras de la Organización Mundial de Comercio, las exportaciones en el mundo crecieron a una tasa de 3 por ciento entre 2007 y 2018. En un período previo equivalente, esto es, entre 1996 y 2007, lo hicieron a una tasa de 9 por ciento. Ello revela que la economía mundial se ha vuelto menos receptiva al intercambio comercial, pero ciclos similares han ocurrido en el pasado.
De este modo, más que pensar en políticas de carácter industrial —cuyo resultado se ha demostrado muy dudoso—, parece conveniente el desarrollo de inversiones en infraestructura que faciliten la llegada de nuestras exportaciones a los mercados internacionales y que eleven la productividad general de la economía chilena.
Fuente: El Mercurio,  Martes 24 de Septiembre de 2019

EL MERCURIO – Constantes, en torno a los $2,5 millones anuales (dinero de 2013), se han mantenido desde 2007 las exportaciones chilenas per cápita. En contraste, en el período comprendido entre 1990 y ese año, el crecimiento del mismo índice habría sido superior al seis por ciento promedio anual. De hecho, existe extendido acuerdo en cuanto a que tal aumento en las exportaciones fue central en la expansión experimentada por Chile durante ese período. En efecto, para una economía abierta y pequeña como la nuestra, el impulso externo es fundamental para complementar la demanda generada por los actores internos a través del consumo, la inversión y un gasto público bien ejecutado.
Así, a propósito del aparente estancamiento exportador que las cifras revelarían, se ha cuestionado la capacidad de los productores nacionales para diversificar la matriz de exportaciones, lo que a su vez se atribuye a falta de inversión en investigación y desarrollo, ausencia de políticas públicas que promuevan el avance de sectores con potencial en los mercados externos y aparente ineficacia en el desarrollo de ecosistemas de innovación. Se trata, sin embargo, de visiones algo simplistas. Por cierto, mayores inversiones en I&D, así como en capital humano serían bienvenidas. Con todo, las oportunidades de negocios en un país como el nuestro, en principio, están abiertas para actores nacionales e internacionales, y, dentro de los primeros, para antiguos y nuevos emprendedores. Los buenos proyectos, en general, logran financiamiento, y ha habido en distintas actividades desarrollos productivos interesantes. Por ello, es difícil sostener, a propósito de estas realidades, que exista un agotamiento productivo o una incapacidad para seguir emprendiendo en nuevos ámbitos.
Los problemas son seguramente más complejos. Si se miran las cifras más desagregadamente, surgen algunos indicios de interés. En primer lugar, las exportaciones mineras se sitúan en torno al mismo volumen que en 2007. En el período alcanzaron un peak  en 2014, pero no hay una tendencia al alza. Ello explica que —medida en dólares— la participación de la minería en las exportaciones chilenas esté influida más por la evolución de los precios que por las cantidades exportadas. El hecho obedece a que la producción minera ha ido perdiendo peso en nuestro producto interno bruto, como consecuencia de la lenta expansión que ha registrado desde 2000, de menos de uno por ciento anual.
Ahora bien, mientras esto ocurre, se observa también un crecimiento muy rápido del sector agropecuario, silvícola y pesquero, con un promedio anualizado entre 2007 y 2018 superior al 4 por ciento. Otros sectores, aún pequeños, como productos químicos, también exhiben un dinamismo interesante en la canasta de exportaciones que no siempre ha sido acompañado de los mejores precios. Por supuesto, los sectores intensivos en recursos naturales siguen teniendo un peso significativo en nuestras exportaciones, pero gradualmente se comienza a observar que industrias que no tienen las dimensiones de las anteriores van encontrando espacios y creciendo en importancia. También ocurre que al interior de algunos sectores tradicionales, como el agropecuario, cobran fuerza nuevos subsectores. La expansión de la industria de duraznos, cerezas y otros carozos es impresionante.
No se puede olvidar, por otra parte, que desde la crisis de 2008 el volumen de intercambio comercial ha reducido significativamente su crecimiento a nivel global. Así, según cifras de la Organización Mundial de Comercio, las exportaciones en el mundo crecieron a una tasa de 3 por ciento entre 2007 y 2018. En un período previo equivalente, esto es, entre 1996 y 2007, lo hicieron a una tasa de 9 por ciento. Ello revela que la economía mundial se ha vuelto menos receptiva al intercambio comercial, pero ciclos similares han ocurrido en el pasado.
De este modo, más que pensar en políticas de carácter industrial —cuyo resultado se ha demostrado muy dudoso—, parece conveniente el desarrollo de inversiones en infraestructura que faciliten la llegada de nuestras exportaciones a los mercados internacionales y que eleven la productividad general de la economía chilena.
Fuente: El Mercurio,  Martes 24 de Septiembre de 2019

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