Miércoles, Noviembre 27, 2024

El nuevo paisaje productivo, por Pablo Allard

LA TERCERA – A quienes tuvieron la suerte de recorrer el país en estas vacaciones sin duda les habrá llamado la atención los dramáticos cambios que ha experimentado nuestro paisaje rural en los últimos años. Parte importante de la economía chilena se basa en la extracción y explotación del cobre, la madera, la pesca, la agricultura y ahora la producción de litio. Estas actividades extractivas altamente intensivas producen beneficios e impactos ambientales y sociales a escala regional e incluso planetaria que no hemos internalizado. En un contexto en que todo metro cuadrado de territorio disponible es una oportunidad para generar valor económico, debemos también darnos el tiempo para reflexionar respecto a la sostenibilidad de este modelo de desarrollo. Los grandes incendios forestales del 2017 fueron tan exacerbados por monocultivos masivos de pinos y eucaliptos como por sofisticadas estrategias reivindicativas de grupos antisistémicos; las operaciones mineras están tensionando el uso de agua dulce en comunidades del desierto de Atacama. Estas tensiones han llegado incluso a detonar conflictos políticos sin precedentes, como la renuncia del equipo económico de la Presidenta Bachelet en agosto pasado debido a la decisión política de detener el proyecto minero Dominga.

Como la arquitecta Cazú Zegers ha declarado: “El paisaje es para Latinoamérica lo que las catedrales son para Europa.” Dando cuenta de la potencia cultural de nuestro territorio y la importancia de velar por su cuidado desarrollo y conservación.

La transformación tecnológica y cultural está dejado así huellas sin precedentes en nuestro territorio; visibles en cientos de cerros plantados hasta la cumbre con paltos, -en terrenos hasta hace poco estériles- capitalizando los avances en riego y tecnologías de cosecha en pendiente. En términos sociolaborales, las vistas de chacras cosechadas por creciente número de temporeros haitianos nos trasladan a la iconografía de los campos de algodón del sur de Estados Unidos, sin mediar las consecuencias de la precariedad laboral y urgente integración de estos nuevos chilenos. Hacia el Norte Chico contemplamos cómo áridas parcelas que apenas permitían la crianza de cabras son hoy reemplazadas por enormes granjas solares fotovoltaicas, los acantilados costeros se adornan con parques eólicos y los fértiles valles transversales son vigilados por drones y sensores que administran en forma escrupulosa fertilizantes y el cada vez más valioso recurso hídrico. A esto se suman mega gallineros, chancherías y packing industriales a veces superiores en tamaño y complejidad a los poblados y ciudades vecinas.

Ya lo adelantó el visionario arquitecto holandés Rem Koolhaas cuando advierte: nuestra fijación en el fenómeno de las ciudades inteligentes nos está distrayendo de una transformación aún más radical y desconocida en el mundo rural, el cual, -sin que lo notemos-, se vuelve mucho más inteligente que los entornos urbanos más avanzados.

Si ya llegamos tarde a resolver los dilemas del desarrollo urbano, no podemos ignorar los desafíos que este nuevo “paisaje inteligente” está planteando a nuestro país. Por ello invito a todos a informarse y participar del debate, ya que mientras usted lee estas líneas, pocos saben que estamos ad-portas que Contraloría valide una Nueva Política Nacional de Ordenamiento Territorial, que pretende fijar criterios y condiciones para planificar este tan incierto paisaje. Que parece ser más inteligente e indomable de lo que creemos.

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Fuente: La Tercera, Jueves 1 de marzo de 2018

LA TERCERA – A quienes tuvieron la suerte de recorrer el país en estas vacaciones sin duda les habrá llamado la atención los dramáticos cambios que ha experimentado nuestro paisaje rural en los últimos años. Parte importante de la economía chilena se basa en la extracción y explotación del cobre, la madera, la pesca, la agricultura y ahora la producción de litio. Estas actividades extractivas altamente intensivas producen beneficios e impactos ambientales y sociales a escala regional e incluso planetaria que no hemos internalizado. En un contexto en que todo metro cuadrado de territorio disponible es una oportunidad para generar valor económico, debemos también darnos el tiempo para reflexionar respecto a la sostenibilidad de este modelo de desarrollo. Los grandes incendios forestales del 2017 fueron tan exacerbados por monocultivos masivos de pinos y eucaliptos como por sofisticadas estrategias reivindicativas de grupos antisistémicos; las operaciones mineras están tensionando el uso de agua dulce en comunidades del desierto de Atacama. Estas tensiones han llegado incluso a detonar conflictos políticos sin precedentes, como la renuncia del equipo económico de la Presidenta Bachelet en agosto pasado debido a la decisión política de detener el proyecto minero Dominga.

Como la arquitecta Cazú Zegers ha declarado: “El paisaje es para Latinoamérica lo que las catedrales son para Europa.” Dando cuenta de la potencia cultural de nuestro territorio y la importancia de velar por su cuidado desarrollo y conservación.

La transformación tecnológica y cultural está dejado así huellas sin precedentes en nuestro territorio; visibles en cientos de cerros plantados hasta la cumbre con paltos, -en terrenos hasta hace poco estériles- capitalizando los avances en riego y tecnologías de cosecha en pendiente. En términos sociolaborales, las vistas de chacras cosechadas por creciente número de temporeros haitianos nos trasladan a la iconografía de los campos de algodón del sur de Estados Unidos, sin mediar las consecuencias de la precariedad laboral y urgente integración de estos nuevos chilenos. Hacia el Norte Chico contemplamos cómo áridas parcelas que apenas permitían la crianza de cabras son hoy reemplazadas por enormes granjas solares fotovoltaicas, los acantilados costeros se adornan con parques eólicos y los fértiles valles transversales son vigilados por drones y sensores que administran en forma escrupulosa fertilizantes y el cada vez más valioso recurso hídrico. A esto se suman mega gallineros, chancherías y packing industriales a veces superiores en tamaño y complejidad a los poblados y ciudades vecinas.

Ya lo adelantó el visionario arquitecto holandés Rem Koolhaas cuando advierte: nuestra fijación en el fenómeno de las ciudades inteligentes nos está distrayendo de una transformación aún más radical y desconocida en el mundo rural, el cual, -sin que lo notemos-, se vuelve mucho más inteligente que los entornos urbanos más avanzados.

Si ya llegamos tarde a resolver los dilemas del desarrollo urbano, no podemos ignorar los desafíos que este nuevo “paisaje inteligente” está planteando a nuestro país. Por ello invito a todos a informarse y participar del debate, ya que mientras usted lee estas líneas, pocos saben que estamos ad-portas que Contraloría valide una Nueva Política Nacional de Ordenamiento Territorial, que pretende fijar criterios y condiciones para planificar este tan incierto paisaje. Que parece ser más inteligente e indomable de lo que creemos.

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Fuente: La Tercera, Jueves 1 de marzo de 2018

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