EL MERCURIO – Como arquitectos privilegiados de residir en Santiago, mientras mantenemos nuestras raíces y redes globales desde la academia y la práctica profesional, observamos con cierta inquietud las oportunidades y desafíos que enfrentan las ciudades chilenas camino al tan esperado desarrollo. Desde esta posición, aprovechamos el inicio de un nuevo y expectante gobierno para compartir nuestra humilde reflexión respecto del rol que le compete a la arquitectura en estos nuevos tiempos.
La arquitectura en su tarea de planificación urbana y desarrollo del espacio público resulta ser un valiosísimo instrumento para la necesaria y conveniente cohesión e integración social. Barcelona es un claro ejemplo de ello, donde la firma y decidida implementación de una misma visión urbana y continuidad de planes y programas en los alcaldes Serra, Maragall y Clos, así como un equipo técnico de colaboradores y servidores públicos de excelencia, transformó por completo la ciudad en los últimos 30 años, de la mano de un claro y contundente recurso: la arquitectura y los arquitectos.
Ahora que la arquitectura chilena goza del reconocimiento mundial, es hora de intervenir en nuestras ciudades con toda su potencia y claridad. En este sentido es que proponemos tres claves para avanzar en esta transformación:
La primera es promover la promiscuidad funcional, entendida como la mezcla de usos de edificios y barrios, de manera de romper con la excesiva centralidad y generar una ciudad de barrios donde los parques, comercio y servicios estén a distancia caminable; la segunda es la calidad del espacio público, que no es solo un problema estético, sino ético; no es un derroche, sino un mecanismo de justicia y cohesión social (basta imaginar si cada paradero de Transantiago o en regiones incorporara el rediseño de su entorno inmediato, con aceras, luminarias, jardineras y equipamiento que dignifique la espera y fomente la civilidad y seguridad); en esa misma línea, la tercera clave es promover un transporte público de calidad, que acerque las oportunidades de la ciudad a todos, poniendo los intereses de la comunidad por sobre los del individuo.
Vemos que una gran metrópolis como Santiago sigue teniendo como asignatura pendiente una verdades planificación metropolitana o plan de ciudad. Proliferan planes reguladores obsoletos o superados por la realidad que se confunden con la auténtica planificación.
Para ello hace falta decisión y voluntad política; una planificación de ese tipo requiere no menos de 10 o 15 años en su desarrollo, y ello ha de comportar decisiones políticas, al margen de colores ideológicos o legislaturas, pues los beneficios se verán en las próximo generación y venideras.
Vemos con preocupación la falta de apuestas por un espacio público de calidad, y barreras de entrada en licitaciones públicas que impiden que los arquitectos innoven y desarrollen un fino trabajo de “acupuntura”, aplicando lápiz como bisturí, para abrir espacios de estar en las calles y plazas de manera permanente y no solo táctica.
Vemos una asignatura pendiente en la rehabilitación. Una pérdida de valor de los centros históricos, que puede y debe resolverse con la sinergia y complemento de iniciativas públicas y privadas, en colaboración y no en competencia. Ciudades como Medellín han marcado pautas bien definidas y replicables. En este sentido, vemos un campo extraordinario en la ley de concesiones y su aplicación a proyectos urbanos aún poco explorados en Chile como la salud pública, residencia de estudiantes, vivienda social concesionada, equipamiento deportivo y cultural, entre otros. Se trata de grandes retos, pero con sentido común.
Como dijo Bohigas, la ciudad es el ámbito físico indispensable para el desarrollo moderno de una colectividad coherente, y ya es tiempo de que Chile encuentre esa necesaria coherencia.
Fuente: El Mercurio, Viernes 16 de marzo de 2018