Jueves, Diciembre 26, 2024

Desafíos en transporte urbano

EL MERCURIO – El bajo tráfico en las calles y un transporte público menos abarrotado han sido dos de los efectos más visibles a nivel urbano de las medidas adoptadas para contener la pandemia del covid-19. Ello ha traído algunas consecuencias positivas, como la reducción de los índices de contaminación, pero se trata de una situación obviamente transitoria. De hecho, y particularmente en el caso del transporte de pasajeros, la posibilidad de alguna flexibilización de las medidas que hoy restringen las diferentes actividades plantea no pocas interrogantes respecto de la seguridad de sus usuarios. En efecto, se trata de sistemas diseñados para operar a máxima capacidad, lo cual a su vez implica exacerbar los riesgos de contagio. Por lo mismo, la proyección futura del transporte urbano amerita algunas consideraciones.
Desde luego, la reducción de la demanda por transporte público que hoy se observa se explica en buena medida porque los colegios y las universidades están cerrados, siendo los estudiantes grandes usuarios del sistema. Una vuelta a clases cambiaría esto radicalmente. Si bien por ahora la idea de ese retorno se ve lejana, cualquier avance en esa línea no podría dejar de tomar en cuenta este punto; incluso, para no aumentar en exceso la carga en la red, sería tal vez necesario estudiar, para una primera etapa, medidas como la división de los cursos, para tener clases presenciales en días alternados.
En el caso de las actividades laborales, cabe advertir que precisamente las personas que deben realizar sus trabajos in situ —por ejemplo, en la construcción, en las empresas que producen bienes físicos o en los servicios personales— tienden a ser usuarios más frecuentes del transporte público que quienes laboran en oficinas y pueden teletrabajar. Por lo mismo, una eventual reactivación tendría un efecto mayor sobre el transporte público, antes que sobre el privado. Así, un cierto retorno a la normalidad debiera considerar medidas que busquen “aplanar” la hora punta, favoreciendo distintos horarios de ingreso al trabajo, de manera de no colmar el transporte y conservar las distancias entre los pasajeros. Ello, aparte de mantener vigentes exigencias como el uso de mascarillas. En cualquier caso, todo indica que por un largo período el transporte público tendrá que operar con capacidades máximas muy inferiores a las normales, lo que por cierto empeorará sus finanzas, de modo tal que muy probablemente requerirá subsidios aún mayores a los que hoy recibe.
La caída en el transporte privado, por su parte, impacta sobre las concesiones de autopistas tanto directa como indirectamente. Esto, pues los escasos conductores tienen además mayores opciones de evitar los peajes, al tener poco tráfico las calles. La reducción de ingresos puede complicar a ciertas concesionarias, ya que si bien son empresas con bajos costos operacionales, algunas están apalancadas financieramente. Si se trata de concesiones con plazo fijo, una caída en sus ingresos no solo afecta sus utilidades, sino que en algunos casos podría afectar la capacidad para pagar sus deudas.
La actual coyuntura ha dado lugar también a situaciones curiosas, como el hecho de que se haya activado la restricción vehicular para los vehículos fabricados con anterioridad a septiembre de 2011, a pesar de que hoy la calidad del aire se sitúa entre regular y buena y la congestión es poca o nula. Ello habla de inflexibilidades de una normativa que ha quedado sobrepasada por los hechos de la pandemia.
En una mirada de más largo plazo, tal vez se haga necesario reevaluar el futuro del transporte en la ciudad. Si a la larga el teletrabajo se hace rutinario, y si muchas reuniones laborales y clases se pueden realizar a distancia, podría haber una reducción permanente en la tasa de crecimiento del transporte. En tal caso, las ciudades serían más amigables, menos ruidosas y contaminadas, y con un tráfico más fluido. Reducir los viajes y el tiempo destinado a ello no sería una pérdida, sino una ganancia para las personas y la sociedad.
Fuente: El Mercurio, Martes 12 de Mayo de 2020

EL MERCURIO – El bajo tráfico en las calles y un transporte público menos abarrotado han sido dos de los efectos más visibles a nivel urbano de las medidas adoptadas para contener la pandemia del covid-19. Ello ha traído algunas consecuencias positivas, como la reducción de los índices de contaminación, pero se trata de una situación obviamente transitoria. De hecho, y particularmente en el caso del transporte de pasajeros, la posibilidad de alguna flexibilización de las medidas que hoy restringen las diferentes actividades plantea no pocas interrogantes respecto de la seguridad de sus usuarios. En efecto, se trata de sistemas diseñados para operar a máxima capacidad, lo cual a su vez implica exacerbar los riesgos de contagio. Por lo mismo, la proyección futura del transporte urbano amerita algunas consideraciones.
Desde luego, la reducción de la demanda por transporte público que hoy se observa se explica en buena medida porque los colegios y las universidades están cerrados, siendo los estudiantes grandes usuarios del sistema. Una vuelta a clases cambiaría esto radicalmente. Si bien por ahora la idea de ese retorno se ve lejana, cualquier avance en esa línea no podría dejar de tomar en cuenta este punto; incluso, para no aumentar en exceso la carga en la red, sería tal vez necesario estudiar, para una primera etapa, medidas como la división de los cursos, para tener clases presenciales en días alternados.
En el caso de las actividades laborales, cabe advertir que precisamente las personas que deben realizar sus trabajos in situ —por ejemplo, en la construcción, en las empresas que producen bienes físicos o en los servicios personales— tienden a ser usuarios más frecuentes del transporte público que quienes laboran en oficinas y pueden teletrabajar. Por lo mismo, una eventual reactivación tendría un efecto mayor sobre el transporte público, antes que sobre el privado. Así, un cierto retorno a la normalidad debiera considerar medidas que busquen “aplanar” la hora punta, favoreciendo distintos horarios de ingreso al trabajo, de manera de no colmar el transporte y conservar las distancias entre los pasajeros. Ello, aparte de mantener vigentes exigencias como el uso de mascarillas. En cualquier caso, todo indica que por un largo período el transporte público tendrá que operar con capacidades máximas muy inferiores a las normales, lo que por cierto empeorará sus finanzas, de modo tal que muy probablemente requerirá subsidios aún mayores a los que hoy recibe.
La caída en el transporte privado, por su parte, impacta sobre las concesiones de autopistas tanto directa como indirectamente. Esto, pues los escasos conductores tienen además mayores opciones de evitar los peajes, al tener poco tráfico las calles. La reducción de ingresos puede complicar a ciertas concesionarias, ya que si bien son empresas con bajos costos operacionales, algunas están apalancadas financieramente. Si se trata de concesiones con plazo fijo, una caída en sus ingresos no solo afecta sus utilidades, sino que en algunos casos podría afectar la capacidad para pagar sus deudas.
La actual coyuntura ha dado lugar también a situaciones curiosas, como el hecho de que se haya activado la restricción vehicular para los vehículos fabricados con anterioridad a septiembre de 2011, a pesar de que hoy la calidad del aire se sitúa entre regular y buena y la congestión es poca o nula. Ello habla de inflexibilidades de una normativa que ha quedado sobrepasada por los hechos de la pandemia.
En una mirada de más largo plazo, tal vez se haga necesario reevaluar el futuro del transporte en la ciudad. Si a la larga el teletrabajo se hace rutinario, y si muchas reuniones laborales y clases se pueden realizar a distancia, podría haber una reducción permanente en la tasa de crecimiento del transporte. En tal caso, las ciudades serían más amigables, menos ruidosas y contaminadas, y con un tráfico más fluido. Reducir los viajes y el tiempo destinado a ello no sería una pérdida, sino una ganancia para las personas y la sociedad.
Fuente: El Mercurio, Martes 12 de Mayo de 2020

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