PLATAFORMA ARQUITECTURA – Resulta notorio para cualquiera con un ligero interés en la demografía, como las ciudades se están volviendo cada vez más densas. La vida rural continúa decreciendo constantemente mientras la vida urbana acelera su desarrollo explosivo. La inclinación ha sido evidente, al menos desde mediados del siglo pasado cuando el geógrafo francés Jean Gottmann inventó la palabra “megalópolis” para describir la urbanización continua desde Boston hasta Washington DC, que entonces contenía una quinta parte de la población de los Estados Unidos. Pero en ninguna parte del mundo el cambio dado del campo a la ciudad ha sido más dramático que el de Asia en la actualidad.
El auge de las ciudades asiáticas ha sido acelerado, en cierto modo catastrófico, en parte exquisito, y en todos los casos más grandes, más densas y más altas que sus contrapartes occidentales. Esta realidad es el tema de un nuevo libro (publicado por el Museo A+D y Harvard South Asia Institute) y una exposición (en el Helms Design Center de la ciudad de Culver hasta el 12 de marzo), ambos titulados deCoding Asian Urbanism.
Dentro de poco más de una década, dos tercios de las ciudades más grandes del mundo estarán en Asia, al menos cuatro de ellas con una población superior a los 30 millones.
El término de Gottman, acuñado hace 61 años, ahora es demasiado moderado para abarcar lo que está ocurriendo en lugares como Dhaka, Hong Kong, Tokio, Bangkok, Mumbai, Seúl, Shenzhen y Bangalore, por nombrar algunas megaciudades modernas. Solo Filipinas tiene tres de las ciudades más densamente pobladas del mundo, encabezada por Manila, donde 107 mil personas se amontonan cada 27,35 kilómetros cuadrados. Nuestro idioma se queda atrás de la realidad: al ritmo actual, por ejemplo, nacerán 90 nuevas ciudades en Asia, cada una más grande que San José, California (población de alrededor de 1 millón en 2019). Dentro de poco más de una década, dos tercios de las ciudades más grandes del mundo estarán en Asia, al menos cuatro de ellas con una población superior a los 30 millones.
La exposición deCoding Asian Urbanism es una secuencia de salas discretas, que comienza con un mapa del mundo que muestra las densidades relativas de las ciudades y termina con una pantalla de video desplazable de gráficos de barras que muestran el crecimiento de las ciudades a lo largo del tiempo, desde 1500 hasta el 2100: un destello devastador de números que resumen el auge y la caída de los imperios y el crecimiento junto al declive asociado a las ciudades. De los dos conjuntos de datos, uno está inmerso en imágenes en movimiento de la intensa vida callejera en Asia, filmadas y editadas en caleidoscopios fluidos por la artista y cineasta Miriam Kuhlmann, mapas de ciudades asiáticas en el nacimiento del colonialismo (pequeño) y hoy (enorme), fotos de la brillante prosperidad al lado de la pobreza extrema, y las propuestas arquitectónicas que abarcan todo este cambio dramático.
La ilustración más llamativa, ya sea en el libro o en la exposición, es una composición reunida por la socióloga de Columbia y experta en globalización Saskia Sassen. Consumiendo el primer plano hay un barrio pobre hecho de miles de cajas corrugadas oxidadas, que parecen azotadas por un tifón. Ocupando el fondo, como pintado en el horizonte, hay un oasis de rascacielos, tan distante como un crucero e igualmente impermeable a las vicisitudes del clima o las fuerzas del mercado. El artificio de Sassen es tan convincente porque es muy fácil de creer. Sabemos que esto está en algún lugar, si no es ahora, en algún momento del futuro cercano.
La floreciente megalópolis asiática se enfrenta a una paradoja que, cada vez más, afecta a las ciudades occidentales más antiguas, cuyas raíces en la era anterior a la auto-moción aún ofrecen, en la famosa frase de Hannah Arendt, “un espacio de apariencia humana”. Las demandas del hipercapitalismo y la riqueza corporativa global dictan una nueva forma urbana, diseñada esencialmente como plataformas de aterrizaje para una élite internacional. Farooq Ameen, editor de deCoding, curador y director fundador de City Design Studio, señala que cuentan con “aeropuertos, hoteles, centros comerciales, parques empresariales y fábricas, ‘comunidades’ de rascacielos cerradas y torres de oficinas, con ostentosa arquitectura esparcida” como marcador de economias arribistas controladas en gran parte por gobiernos totalitarios. Las imágenes de tales lugares se proyectan en todo el mundo, en fotografías brillantes en portadas de revistas, en cuentas de noticias y en páginas web de arquitectos.
En oposición de la deslocalización se opone la vitalidad de lo vernáculo, el dinamismo de los desposeídos, cuyas vidas se construyen en torno a la memoria histórica, la confesión cultural, la inmediatez del encuentro personal. Esta contra-realidad se desarrolla, con demasiada frecuencia, en las profundidades. A la sombra del falso glamour propio del capitalismo global, y de ninguna manera encantador, se encuentran las “ciudades” informales, como Dharavi en Mumbai, que se cree que es el barrio marginal más grande de Asia.
La vida aquí está construida de relaciones personales, linaje, confianza y pobreza implacable. Sin embargo, persiste una iniciativa citadina naturalmente establecida, que se filtra desde las calles hacia arriba y hacia afuera. Qingyun Ma, ex decano de la Escuela de Arquitectura de la Universidad del Sur de California, dice en uno de varios diálogos contenidos en el libro: “La vida parece ser capaz de reorganizarse a sí misma de una manera muy ágil y flexible y… las actividades que suceden alrededor de cualquier construcción física nunca están programadas”. Entonces, los espacios simplemente se reclaman, generalmente de manera ilegal. Coma un tazón de fideos en la acera en Beijing, ocupe la calle Panthapath en Dhaka para las oraciones del mediodía del viernes, tome el control de cada rincón y grieta de las pasarelas del cielo en Hong Kong en el “día libre de las sirvientas”.
Los supuestos de las ciudades occidentales se desechan. La idea de una coreografía ordenada y ordenada del espacio público y privado es inexistente. De alguna manera fundamental, o vives en una construcción occidental, impuesta desde afuera, o vives en Asia, donde una acera no puede diseñarse para caminar, como podría ser en París, porque ahí es donde alguien duerme todas las noches.
No hay respuestas fáciles para reformar, literalmente, lo que el arquitecto indio Charles Correa señaló hace 30 años como “un desajuste brutal entre la forma de nuestras ciudades y la forma en que las usamos”. Sin embargo, remodelar las ciudades asiáticas es una tarea más urgente que nunca si ellas, y muchas otras ciudades en desarrollo, algunas alojadas dentro del llamado Primer Mundo, quieren convertirse en algo más que modelos de la desviación impuesta por la exportación de riqueza desde la periferia a los centros del capital financiero.
Este trabajo, dice Ameen, requiere “acupuntura urbana”, un enfoque más matizado con una aproximación de abajo hacia arriba para la construcción y la planificación. “Las ciudades… deben depender de intervenciones específicas a menor escala dentro del tejido urbano que impacten el contexto más amplio de la ciudad”, escribe.
Los ejemplos destacados tanto en el libro como en la exposición incluyen Public Administration Town (PAT) de Diana Balmori en la ciudad de Sejong, Corea, y Solaris Tower de Hamzah & Yeang en Singapur; proyectos que utilizan el paisaje para aliviar el estrés del entorno urbano construido. Donde PAT introduce todos los edificios del ministerio de la ciudad en la naturaleza al crear un parque lineal continuo en la azotea. Solaris conserva un remanente de la naturaleza en la ciudad central de Singapur al dar forma al edificio alrededor de la trama original. La arquitectura también tiene el poder de ayudar a detener el flujo de inmigrantes del campo a la ciudad, argumenta Ameen. El Hospital de la Amistad de Kashef Chowdhury, en Satkhira, Bangladesh, uno de los lugares más pobres del país, invierte la fórmula, introduciendo lo urbano en lo rural. El hospital se compone de pequeños espacios, patios y pequeñas plazas. La arquitectura tiene un impacto mínimo en el paisaje pero, con suerte, proporciona a un pueblo una pequeña oferta de mejora y estabilidad. “Me pregunto si los niños están mejor en su aldea debido a las comodidades que ofrece este proyecto. ¿O está mejor esta persona como alguien que se muda a la ciudad… a un futuro de empleo y vivienda inciertos?” se pregunta Chowdhury.
Para Ameen, tales proyectos aplican el principio de Buckminster Fuller, el cual consiste en ajustar las “placas de compensación” de un avión, lo que permite que una aeronave enorme como un 747 dé la vuelta. Él cree que los ajustes arquitectónicos y urbanos remodelarán ciudades enteras.
Estos, como tantos otros esquemas arquitectónicos, dependen de la buena voluntad del gobierno o de montones de dinero privado. La verdadera pregunta es, ¿pueden unos pocos fragmentos importantes y esenciales provocar una oleada de democracia espacial o nos inducirán a un sentimentalismo lánguido por casos excepcionales bien intencionados? En la balanza, debe quedar claro, está el destino de todas nuestras ciudades, dentro y fuera de Asia.
Fuente: Plataforma Arquitectura, Martes 8 de Marzo de 2022