DIARIO FINANCIERO – El proceso de vacunación que se está llevando a cabo en Chile permite suponer que en el transcurso de este año las cosas debieran recuperar una cierta “normalidad”. La pregunta que como CPI nos hacemos es qué características tendrá esa nueva normalidad y cómo afectarán los cambios que podrían tener lugar en la forma en que tendremos que enfrentar las demandas de infraestructura del futuro.
Es evidente que ha habido una irrupción de nuevas prácticas que tenderán a ser permanentes. Por ejemplo, para muchos el trabajo y educación se consolidarán como actividades que se pueden hacer a distancia, incidiendo en una disminución de los viajes y los costos de traslado, aumento del tiempo disponible, una demanda por espacios diferentes en los hogares, menores restricciones para la localización de estos y otro tipo de equipamiento. Esto irá acompañado de un gran recelo por las aglomeraciones y la opción por desplazamientos en medios unipersonales -ojalá menos contaminantes- cuando sea necesario. En este sentido, podemos asumir que las compras presenciales en grandes “malls” se reemplazarán por servicios a distancia, los que tendrán como principal desafío la cercanía con el cliente. Para ello será absolutamente necesario acercar la infraestructura de servicios a la gente, para lo cual deberá redefinirse la localización de las viviendas y el tipo de infraestructura de la que se deberá proveer a las zonas ya consolidadas para que esto sea posible.
A su vez, la oferta de viajes tendrá que ser diferente. Si antes la industria del turismo buscaba imitar a los países que ofrecen “sol y playa”, lo que se viene es un tipo de oferta más exclusiva, aprovechando las ventajas de nuestra atractiva geografía. Todo esto tendrá una fuerte incidencia en la infraestructura para una mejor accesibilidad, en el tipo de viajes interurbanos y en los transportes por los que se opte. Los viajes de negocios se sustituirán por servicios de plataformas virtuales, el avión con aforo limitado se preferirá al bus en la larga distancia y el tren adquirirá mayor relevancia en los viajes cortos. En algunas partes ya se promueven servicios de helicópteros tipo drones entre aeropuertos y hoteles; su masificación puede tomar pocos años en la medida que se resuelvan algunos aspectos técnicos, como el peso de los materiales y la autonomía de vuelo. La electrificación del transporte y los vehículos autónomos tendrán un impacto muy importante en la logística, aumentando la eficiencia de los servicios carreteros y minimizando los riesgos.
Si estas manifestaciones de nuevas prácticas y demandas las complementamos con las oportunidades que se prevé tendrán lugar con el gran salto en las comunicaciones digitales que se ha anunciado -y en buena hora- para el país, la sustitución de empleos rutinarios por sistemas y equipos supone nuevos desafíos de los que habrá que hacerse cargo. Por ejemplo, en la salud habrá que diseñar la infraestructura con un énfasis muy superior en la medicina a distancia, la hospitalización en los hogares y servicios altamente tecnificados, quedando esos grandes hospitales, en que su capacidad se medía por número de camas, cada vez más obsoleto.
Dicho lo anterior, nuestra percepción es que los cambios que se avizoran no permiten pensar en la infraestructura del futuro de la misma manera con que se ha venido tratando el tema hasta ahora. Las “proyecciones lineales” del comportamiento pasado dejaron de ser una buena referencia de lo que el país requerirá. Debemos, entre todos, imaginar ese nuevo futuro y adecuar nuestras propuestas en el campo de la infraestructura a esa nueva realidad. Urgente desafío que deberá estar presente en las discusiones que tendrán lugar con motivo de las próximas elecciones presidenciales.
Fuente: Diario Financiero, Jueves 25 de Febrero de 2021