LA TERCERA – Las ciudades están repletas de rejas y muros que son invisibles para aquellos que no tenemos alguna discapacidad. Un ejemplo es el caso de Sergio, un joven padre afectado por un accidente cerebrovascular, que vive postrado en el tercer piso de un bloque de vivienda social de la población Santo Tomás. Como comenté en otra columna, la esposa de Sergio debe esperar que los vecinos lo lleven en andas para bajar o subir la escalera, y si no se encuentra con nadie, su marido puede pasar horas o días sin salir. Es decir, depende de vecinos para que su vivienda no sea una cárcel.
En Chile hay 340 mil departamentos similares. Ninguno tiene ascensor y sus cajas de escala son angostas y peligrosas. Si consideramos que un 20% de la población chilena tiene algún tipo de discapacidad, la realidad de Sergio afecta a 400 mil personas. Muchos son niños con Trastornos del Espectro Autista (TEO), que necesitan espacios amplios y seguros para realizar actividades físicas o recreacionales. Pero ello es imposible en un departamento de 40 metros cuadrados con problemas de hacinamiento, y en muchos barrios tampoco pueden hacerlo afuera, ya que las áreas verdes son de tierra, los juegos infantiles están oxidados y las plazas se han transformado en lugares hostiles e inseguros.
Este problema se acentúa cuando los niños deben educarse, ya que las familias viven una procesión diaria. En Santiago existen solamente siete colegios con todos los requerimientos para niños con necesidades educacionales especiales, así que la enorme mayoría debe asistir a los colegios adscritos al Programa de Inclusión Escolar (PIE) del Ministerio de Educación. Pero los cupos del PIE son limitados, no está en todos los barrios y en muchas comunas tienen demasiados alumnos por sala y poco espacio recreacional, lo que impide que los niños se desarrollen en plenitud.
Para las personas con discapacidad física, las rejas del encierro se suman a los muros invisibles de la movilidad. Desde veredas sin rampas, hasta paraderos y buses no adaptados para sillas de ruedas, pasando por calles de tierra o pasarelas que cruzan autopistas con rampas fuera de norma. Y pese a todas las exigencias y leyes, aún existen oficinas sin accesibilidad universal, incluso en reparticiones del Estado, que debiera dar el ejemplo en esta materia.
Quienes nos dedicamos a la arquitectura y el urbanismo tenemos que ayudar a derribar estas rejas y muros invisibles. La integración urbana no debe ser solamente de ingresos por hogar o de vivienda. También debe ofrecer las mismas oportunidades de aprendizaje y desplazamiento a todos sus habitantes, incluyendo a quienes requieren de más apoyo. Una primera medida es acelerar los programas para reparar los bloques de vivienda social en mal estado, relocalizando a las personas con discapacidad y adultos mayores, mediante un segundo subsidio. En paralelo, debemos aumentar el número de casas en los programas habitacionales, ya que las barreras de acceso son mucho menores que los departamentos, y sus patios permiten crear espacios locales de recreación.
Los niños con necesidades educativas especiales deben ser una prioridad cuando pensemos en nuevos centros cívicos. Necesitamos aumentar gradual pero decididamente, la oferta de jardines y colegios diseñados para sus necesidades, con edificios de colores, que tengan salas amplias, espacios lúdicos y patios con huertas o animales. Otro objetivo para la inclusión, es fomentar el deporte y para ello nada mejor que las piscinas temperadas, que funcionan todo el año de Arica o Punta Arenas, y pueden ser usadas por adultos mayores y personas con cualquier tipo de discapacidad. Debemos fijarnos como meta, tener una piscina temperada por comuna en 10 años, partiendo por los municipios de menores ingresos.
En movilidad, la principal brecha se produce en transporte público y en las regiones. El subsidio espejo del Transantiago debe gastarse bien, renovando flotas de buses con accesibilidad universal y sumando a los colectivos, que podrían tener servicios especiales con vehículos tipo “VAN” que lleguen a los cerros de Viña del Mar y Coquimbo o las villas de Maipú y Puente Alto. Nuestras ciudades deben acoger a todos sus habitantes, especialmente a los niños más sensibles a su entorno, donde un buen diseño urbano y arquitectónico puede mejorar su aprendizaje, y hacerlos más felices, junto a sus padres y sus hermanos.
Fuente: La Tercera, Viernes 8 de Octubre de 2021