LA TERCERA – A cinco años del estallido social conviene hacer una lectura que intente avanzar hacia una mejor comprensión de lo ocurrido, en búsqueda de un futuro reencuentro, aún distante. Para algunos, el 18-O es la gran causa de los problemas actuales. Para otros, ha sido la consecuencia de haber estirado una manera de -no- hacer las cosas, pese a las advertencias y recomendaciones, que fueron desoídas hasta el hastío.
De cualquier manera, nuestra convivencia social está dañada y nos aleja de lo que llamamos “desarrollo”, una especie de meta que nunca llega y que, casi siempre por culpa de alguien más, se nos escabulle.
Así, la mala convivencia se materializa en una urbe deteriorada y segregada, sin proyectos comunes, demostración de la sociedad dividida, con grupos enfrentados, “buenos contra malos” en el espacio público, dañando y abandonándolo. La pregunta entonces es cómo salir de esta inmovilidad, para que el sistema representativo cumpla su función mínima y rejustifique su existencia, para volver a levantar y apoyar iniciativas de recuperación de la polis y la política, de los centros urbanos y políticos, forma que no ocurrirá sin resolver el fondo.
En el caso de Santiago, el proyecto de Nueva Alameda con Plaza Italia y Plaza Bueras, el parque sobre la autopista norte-sur, las líneas 7 y 9 del Metro, Corfo en Santa Rosa, el nuevo GAM y la nueva Sala de Conciertos VM20 de la Universidad de Chile evidencian avances notables, rompiendo la tendencia pesimista.
Precisamente, en los lugares, donde hubo protestas y desencuentros, hoy se levantan obras de infraestructura importantes que resaltan nuestra cultura y aportan una mejor calidad de vida en la ciudad. Los nuevos trenes de pasajeros en la zona central y hacia el sur, la recuperación del centro de Valparaíso, Antofagasta o Concepción también van en esa dirección y deben ser apoyados, validados ampliamente, cuidados en su diseño y protegidos en el tiempo.
Tal como expuso el estudio del PNUD y nos plantean los estudios internacionales: requerimos revalidar las reformas que son necesarias, salir del ejercicio pendular de los extremos, pero sin que la gradualidad se torne en evasión.
La mejor ciudad requiere entonces de una nueva convicción, un pacto donde la eficiencia y el bienestar son parte de la tarea, con el prerrequisito de volver a aprender cómo fue que alguna vez aprendimos a ponernos de acuerdo. La ciudad como manifestación de la civilización es y ha sido persistente en el tiempo, e implica validar la conveniencia del cohabitar y -al contrario del abandono-, los proyectos urbanos son y serán demostración de la capacidad de sus habitantes por construir acuerdos, edificios y espacios públicos.
Dejar las ciudades del 18-O atrás implicará sumar voluntades más que quejas, y apoyar su revitalización ser mucho más que un discurso, con obras y acciones que nos convoquen demostrando nuestra aún extraviada capacidad de resolver y mejor convivir.
Por Alberto Texido, académico FAU Universidad de Chile, Consejero del Consejo de Políticas de Infraestructura (CPI)
Fuente: La Hacienda, Jueves 17 de Octubre de 2024