EL MERCURIO – La megasequía que ha afectado a la zona central durante los últimos diez años bien puede estimarse un preludio de lo esperable para el futuro, como resultado del cambio climático. Manifestación del fenómeno actual es, por ejemplo, el déficit de lluvias en Santiago, que alcanza al 72%: los geofísicos advierten que, antes que un evento pasajero, esa escasez de precipitaciones se irá haciendo parte de una nueva normalidad que puede transformar el paisaje de la zona central, volviéndolo semidesértico.
Otra consecuencia del calentamiento global es el derretimiento de los glaciares, que afectará la disponibilidad de agua, especialmente al final de los veranos, cuando juegan un papel central como alimentadores de las aguas superficiales. Las mayores temperaturas significan que una fracción más reducida de las lluvias se convierte en nieve, por lo que su acumulación será menor. Todos estos cambios alterarán profundamente los ecosistemas, pero además impondrán la necesidad de grandes inversiones y de una modificación profunda de conductas.
Desde luego, la agricultura será un área afectada de modo importante. El uso de riego tecnificado, con bajo consumo de agua, se irá volviendo un imperativo en el valle central. Se trata de técnicas que ya se emplean, pero aún persisten agricultores que utilizan el regadío por extensión, algo que debería tender a desaparecer; dicha transformación se puede promover mediante créditos y educación. También se hace necesaria mayor urgencia en la construcción de embalses de regadío. Es indispensable reemplazar el sistema de almacenamiento actual, donde la nieve es la que alimenta los ríos durante las estaciones cálidas. Al elevarse la isoterma cero, las lluvias en la cordillera bajarán en forma torrencial, y será necesario embalsarlas. Se han planteado iniciativas para llevar agua desde el sur al norte del país, las que deben ser estudiadas, pero realizando un análisis riguroso de los costos y de su eventual beneficio social. Más hacia el sur, es probable que la irrigación sea cada vez más decisiva en zonas que tradicionalmente solo dependían de las lluvias.
En cuanto al consumo humano, una primera medida es reducir las pérdidas en los sistemas de agua potable. Es inaceptable que en Antofagasta cerca de un 30% de ella se pierda, y que en Santiago esas pérdidas hayan aumentado en un 18,9% entre 1999 y 2017; mientras, en la Región de Valparaíso, se han debido realizar inversiones para traer agua desde fuentes lejanas, pero se registran pérdidas de 37,6%. Se trata de un problema que debiera ser considerado con particular atención, ahora que se revisan los marcos regulatorios del sector.
Pero los futuros aumentos en el consumo en la zona centro norte no podrán resolverse solo de esa manera. Parte de la solución puede provenir del tratamiento secundario de las aguas en las ciudades de la costa, las que podrían usarse en agricultura, en vez de enviarse al mar. Incluso se podría estudiar si es más eficiente un tratamiento terciario que las haga aptas para el consumo humano. Otra alternativa que ya comienza a considerarse (y se ha utilizado en el norte) es la desalación, que podría utilizar la abundante energía solar.
Por cierto, cualquiera sea el ámbito de empleo de este recurso, se trate de consumo o de fines productivos, la necesidad de darle un uso eficiente supone también el imperativo de que tenga un valor económico, de modo de evitar su desperdicio.
Responder ante el cambio climático requiere modificaciones en el comportamiento de las personas y muchas inversiones, especialmente en un país como Chile que, según aseguran las proyecciones científicas, será uno de los más afectados. Es importante que el país actúe con previsión y seriedad, sin frenar el desarrollo, sino que buscando su proyección dentro de un marco sustentable. Después de todo, son precisamente los países más avanzados los que se encuentran en mejores condiciones para abordar los desafíos medioambientales.
Fuente: El Mercurio, Martes 13 de Agosto de 2019
Ante un futuro seco – Editorial
EL MERCURIO – La megasequía que ha afectado a la zona central durante los últimos diez años bien puede estimarse un preludio de lo esperable para el futuro, como resultado del cambio climático. Manifestación del fenómeno actual es, por ejemplo, el déficit de lluvias en Santiago, que alcanza al 72%: los geofísicos advierten que, antes que un evento pasajero, esa escasez de precipitaciones se irá haciendo parte de una nueva normalidad que puede transformar el paisaje de la zona central, volviéndolo semidesértico.
Otra consecuencia del calentamiento global es el derretimiento de los glaciares, que afectará la disponibilidad de agua, especialmente al final de los veranos, cuando juegan un papel central como alimentadores de las aguas superficiales. Las mayores temperaturas significan que una fracción más reducida de las lluvias se convierte en nieve, por lo que su acumulación será menor. Todos estos cambios alterarán profundamente los ecosistemas, pero además impondrán la necesidad de grandes inversiones y de una modificación profunda de conductas.
Desde luego, la agricultura será un área afectada de modo importante. El uso de riego tecnificado, con bajo consumo de agua, se irá volviendo un imperativo en el valle central. Se trata de técnicas que ya se emplean, pero aún persisten agricultores que utilizan el regadío por extensión, algo que debería tender a desaparecer; dicha transformación se puede promover mediante créditos y educación. También se hace necesaria mayor urgencia en la construcción de embalses de regadío. Es indispensable reemplazar el sistema de almacenamiento actual, donde la nieve es la que alimenta los ríos durante las estaciones cálidas. Al elevarse la isoterma cero, las lluvias en la cordillera bajarán en forma torrencial, y será necesario embalsarlas. Se han planteado iniciativas para llevar agua desde el sur al norte del país, las que deben ser estudiadas, pero realizando un análisis riguroso de los costos y de su eventual beneficio social. Más hacia el sur, es probable que la irrigación sea cada vez más decisiva en zonas que tradicionalmente solo dependían de las lluvias.
En cuanto al consumo humano, una primera medida es reducir las pérdidas en los sistemas de agua potable. Es inaceptable que en Antofagasta cerca de un 30% de ella se pierda, y que en Santiago esas pérdidas hayan aumentado en un 18,9% entre 1999 y 2017; mientras, en la Región de Valparaíso, se han debido realizar inversiones para traer agua desde fuentes lejanas, pero se registran pérdidas de 37,6%. Se trata de un problema que debiera ser considerado con particular atención, ahora que se revisan los marcos regulatorios del sector.
Pero los futuros aumentos en el consumo en la zona centro norte no podrán resolverse solo de esa manera. Parte de la solución puede provenir del tratamiento secundario de las aguas en las ciudades de la costa, las que podrían usarse en agricultura, en vez de enviarse al mar. Incluso se podría estudiar si es más eficiente un tratamiento terciario que las haga aptas para el consumo humano. Otra alternativa que ya comienza a considerarse (y se ha utilizado en el norte) es la desalación, que podría utilizar la abundante energía solar.
Por cierto, cualquiera sea el ámbito de empleo de este recurso, se trate de consumo o de fines productivos, la necesidad de darle un uso eficiente supone también el imperativo de que tenga un valor económico, de modo de evitar su desperdicio.
Responder ante el cambio climático requiere modificaciones en el comportamiento de las personas y muchas inversiones, especialmente en un país como Chile que, según aseguran las proyecciones científicas, será uno de los más afectados. Es importante que el país actúe con previsión y seriedad, sin frenar el desarrollo, sino que buscando su proyección dentro de un marco sustentable. Después de todo, son precisamente los países más avanzados los que se encuentran en mejores condiciones para abordar los desafíos medioambientales.
Fuente: El Mercurio, Martes 13 de Agosto de 2019