LA TERCERA – La idea de que al interior de los barrios sea posible resolver las necesidades del día a día parece sensata, en polos de nuevas centralidades. De hecho, ciudades de 15 minutos ya existen entre nosotros, solo que para unos pocos y en algunas comunas privilegiadas.
¿Cuánto debería desplazarse un ciudadano urbano para tener lo necesario? ¿Cuántos minutos son adecuados para tener una buena ciudad?
La “Ciudad de 15 minutos”, promovida por el urbanista Carlos Moreno y usando a París como plataforma, le permitió a su alcaldesa instalar un concepto simple y fuerte como caballo de batalla, reelección incluida: ciudades policéntricas, evitar los grandes desplazamientos, abasteciéndose de lo necesario en radios cortos. Es, por decirlo así, lo contrario de la separación de funciones del urbanismo moderno.
Pero no es el único intento, ni el primero, de ponerle números a la proximidad. Varios consideraron que 15 minutos era un plazo demasiado ambicioso, alcanzable solo para ciudades que ya tienen el problema casi resuelto. Portland propuso sus “Barrios de 20 minutos” hace dos décadas. Melbourne y Edimburgo también aplican el estándar de 20 minutos. Otras ciudades australianas han establecido el umbral de esta meta más lejos, en media hora. El Plan Maestro de Transporte y Suelo de Singapur prevé una ciudad cuyo máximo será 45 minutos para el 2040.
En el otro extremo, algunos consideran que un cuarto de hora es mucho, y se plantean la ciudad de un minuto: los suecos se centran en la transformación de la calle inmediatamente próxima a la vivienda. Y hay otras versiones: el Green New Deal de Los Ángeles promete para el 2035 proximidad de alimentos frescos para barrios vulnerables, y las supermanzanas de Barcelona trabajan barrios de tamaño accesible.
Si bien estas estrategias son distintas, ellas permiten concluir que estamos frente a una búsqueda común: proximidad, cercanía, disminuir los desplazamientos innecesarios. La idea de los 15 minutos ha recibido críticas: que provocaría gentrificación; que es casi imposible de implementar fuera de la ciudad europea; que no aplica a personas con dificultades de desplazamiento. Edward Glaeser considera que es una meta antiurbana, una serie de archipiélagos sin escala de total.
Evidentemente existen funciones urbanas transversales que nunca se resolverán a nivel de barrio; elementos de cohesión metropolitana. Y es cierto que la pandemia enseñó que hay que complementar la proximidad con la escala mayor, de cerca de una hora y media (la urbe central y los asentamientos secundarios que la rodean y que permitirían viajes esporádicos para los que puedan teletrabajar). Pero la idea de que al interior de los barrios sea posible resolver las necesidades del día a día parece sensata, en polos de nuevas centralidades. De hecho, ciudades de 15 minutos ya existen entre nosotros, solo que para unos pocos y en algunas comunas privilegiadas. Recordemos los datos: desplazamientos al trabajo de hasta dos horas en la mañana para Quilicura, Lo Espejo y La Pintana. De ahí el interés y la justicia de una meta así. ¿Cuántos minutos, entonces? Los menos posibles, lo que resulte alcanzable y realista, siempre que avancemos en el camino correcto. La proximidad es una buena meta para los nuevos alcaldes.
Fuente: La Tercera, Lunes 02 de Agosto de 2021