EL MERCURIO – Aunque la lluvia de los últimos días —con su corolario de la cordillera nevada como hacía años no se veía— es una noticia que pareciera poner fin a la megasequía que afecta al país, y el agua y la nieve son más que bien recibidas, la verdad es que constituyen solo un parche, ya que la escasez hídrica es una realidad que los chilenos, especialmente los que vivimos en las ciudades, tenemos que reconocer e integrar a nuestro día a día.
La sequía es una realidad y, a pesar de las bienvenidas lluvias, está lejos de terminar.
Porque aunque la ansiedad y la angustia que en los últimos meses ha impuesto la pandemia han ayudado a esconder que el país vive una de las sequías más intensas de la historia, la escasez de agua es un drama que desde hace ya años golpea diariamente a los agricultores, que producen el alimento para todos los chilenos, y a los habitantes de las zonas rurales.
Aquí no se trata, como aseguran algunos, de que alguien se esté robando el agua (más allá de que eso ocurra en algunos casos), sino de que el agua ya no está disponible para nadie. Y probablemente no volverá a estarlo, al menos en los mismos volúmenes.
Aunque muchos prefieran no creerlo, la causa real es que el cambio climático alteró cómo, cuándo y dónde cae la lluvia. Además, y lo más grave para el país, elevó la zona donde nieva, lo que nos dejó sin nuestro mayor embalse, pues esa nieve se convertía en el agua que las generadoras eléctricas, los servicios sanitarios, los agricultores y todos los habitantes de la ciudad y del país podían usar a lo largo del año, especialmente en verano.
Si bien en el campo los agricultores han ajustado sus consumos o integrado tecnologías para volver más eficiente el uso del recurso (aunque aún tienen mucho espacio para mejorar), en las ciudades —donde, por los contratos que deben cumplir las empresas de agua potable, basta con abrir una llave para llenar la tetera, ducharse por el tiempo que uno quiera o regar los jardines— todavía no se toma conciencia. Es lo que hace que cuando las cifras de la OCDE indican que el consumo básico de una persona debe ser de 120 litros diarios promedio, hay comunas donde ese promedio alcanza los 500 litros.
Por lo mismo, los chilenos, e insisto, especialmente los que habitamos en las ciudades, tenemos que entender que el agua es un bien escaso que necesitamos para la vida y que, aun con lluvias como las últimas, tenemos que ahorrar. Todos, por poco que se crea que uno aporte. Porque si no, esa agua que en los últimos días volvió a acumularse en los embalses, se irá con mucha más rapidez que la que llegó. El impacto de eso será para todos: sin agua, el agro no produce alimentos, las sanitarias no pueden abastecer de agua potable, las hidroeléctricas no pueden generar electricidad. Y entonces no podremos culpar ni al Gobierno, ni a los agricultores, ni a las mineras. Los culpables seremos todos.
Fuente: El Mercurio, Viernes 03 de Julio de 2020
Los culpables seremos todos, por Patricia Vildósola
EL MERCURIO – Aunque la lluvia de los últimos días —con su corolario de la cordillera nevada como hacía años no se veía— es una noticia que pareciera poner fin a la megasequía que afecta al país, y el agua y la nieve son más que bien recibidas, la verdad es que constituyen solo un parche, ya que la escasez hídrica es una realidad que los chilenos, especialmente los que vivimos en las ciudades, tenemos que reconocer e integrar a nuestro día a día.
La sequía es una realidad y, a pesar de las bienvenidas lluvias, está lejos de terminar.
Porque aunque la ansiedad y la angustia que en los últimos meses ha impuesto la pandemia han ayudado a esconder que el país vive una de las sequías más intensas de la historia, la escasez de agua es un drama que desde hace ya años golpea diariamente a los agricultores, que producen el alimento para todos los chilenos, y a los habitantes de las zonas rurales.
Aquí no se trata, como aseguran algunos, de que alguien se esté robando el agua (más allá de que eso ocurra en algunos casos), sino de que el agua ya no está disponible para nadie. Y probablemente no volverá a estarlo, al menos en los mismos volúmenes.
Aunque muchos prefieran no creerlo, la causa real es que el cambio climático alteró cómo, cuándo y dónde cae la lluvia. Además, y lo más grave para el país, elevó la zona donde nieva, lo que nos dejó sin nuestro mayor embalse, pues esa nieve se convertía en el agua que las generadoras eléctricas, los servicios sanitarios, los agricultores y todos los habitantes de la ciudad y del país podían usar a lo largo del año, especialmente en verano.
Si bien en el campo los agricultores han ajustado sus consumos o integrado tecnologías para volver más eficiente el uso del recurso (aunque aún tienen mucho espacio para mejorar), en las ciudades —donde, por los contratos que deben cumplir las empresas de agua potable, basta con abrir una llave para llenar la tetera, ducharse por el tiempo que uno quiera o regar los jardines— todavía no se toma conciencia. Es lo que hace que cuando las cifras de la OCDE indican que el consumo básico de una persona debe ser de 120 litros diarios promedio, hay comunas donde ese promedio alcanza los 500 litros.
Por lo mismo, los chilenos, e insisto, especialmente los que habitamos en las ciudades, tenemos que entender que el agua es un bien escaso que necesitamos para la vida y que, aun con lluvias como las últimas, tenemos que ahorrar. Todos, por poco que se crea que uno aporte. Porque si no, esa agua que en los últimos días volvió a acumularse en los embalses, se irá con mucha más rapidez que la que llegó. El impacto de eso será para todos: sin agua, el agro no produce alimentos, las sanitarias no pueden abastecer de agua potable, las hidroeléctricas no pueden generar electricidad. Y entonces no podremos culpar ni al Gobierno, ni a los agricultores, ni a las mineras. Los culpables seremos todos.
Fuente: El Mercurio, Viernes 03 de Julio de 2020