Domingo, Noviembre 24, 2024

María Augusta Hermida: "Es prioritario revertir la pirámide de la movilidad en nuestras ciudades"

PLATAFORMA ARQUITECTURA – En conversación para la tercera edición de la Revista CLEA, una publicación anual de la Coordinadora Latinoamericana de Estudiantes de Arquitectura (CLEA), la arquitecta ecuatoriana María Augusta Hermida explora la capacidad de descolonizar espacios y ciudades en los tiempos actuales.

“Durante todo el siglo XX vivimos una época en donde se creía que el “desarrollo” nos iba a llevar a solucionar los problemas de la humanidad”, plantea la directora del Grupo de Investigación Ciudades Sustentables (LlactaLAB) de la Universidad de Cuenca.

¿Qué se entiende por descolonizar espacios?

En el Llactalab nos dedicamos al estudio de varios aspectos de las ciudades como sistemas complejos. Profundizamos, por ejemplo, en el estudio y el entendimiento del espacio público, la importancia de la equidad de género dentro de éste y cómo la vida pública puede permitirnos mayor sustentabilidad y resiliencia dentro de la ciudad. Al referirnos a estos temas no utilizamos el término descolonizar, lo llamamos derecho a la ciudad.

Entendemos al espacio público como aquel que nos permite el encuentro con el otro y con el diferente. Como seres humanos tenemos nuestros espacios de confort. El primer espacio de confort es la familia, luego están los amigos, los compañeros de trabajo, los vecinos; pero cuando se habita la ciudad tenemos otro tipo de encuentros que nos obligan a salir de nuestro espacio de confort. Esa es la maravilla de la ciudad, encontrarnos con personas muy diferentes a nosotros. Entonces, cuando el espacio público está diseñado adecuadamente, tomando en cuenta estas dinámicas, cumple con su función de generar una ciudad mejor.  Por lo anterior, es prioritaria la evaluación de estos espacios, saber cuáles son sus condiciones y calidades, conocer cuál es la percepción de la gente y cuáles son los usos que la gente le da, una evaluación objetiva.

Por otro lado, dentro del espacio público debemos dar prioridad a aspectos que están relacionados con el verde urbano, la biodiversidad y la calidad ambiental. Se debe considerar que los seres humanos no somos los únicos habitantes de la ciudad, también está la flora y la fauna que de algún modo ha sido desplazada. Entonces, cuando empezamos a evaluar el espacio público, a más de garantizar la presencia igualitaria y equitativa de la gente, también necesitamos garantizar, por ejemplo, las condiciones ambientales para que vivan especies nativas que incentiven la existencia de fauna local.

Como Llactalab, nuestra labor en este tiempo ha sido descubrir estas calidades del espacio público con la intención de establecer criterios de diseño y apropiación como un derecho al uso de la ciudad. A todo esto le llamaríamos descolonización del espacio público.

¿Cuál sería un ejemplo de colonización de un espacio público?

Las calles y veredas. Por esto, nosotros realizamos un estudio en la ciudad de Cuenca sobre cuántas personas usan el auto privado y encontramos un proceso muy desigual. En Cuenca el 70% de la gente camina o utiliza transporte público, sin embargo, el 70% del espacio público, calles y veredas, está destinado al auto privado. Es evidente que esta situación es inequitativa: al 30% por ciento de la población se le da el 70% por ciento de este espacio público.

Por otro lado, depende de las veredas —espacio público poco estudiado— que empecemos o no a caminar más. Buenas veredas, con la calidad y el ancho necesarios, motivarían a que caminemos más, tengamos mejor salud, evitemos el uso del auto privado y contribuyamos a disminuir la contaminación. En el grupo de investigación, estudiamos a fondo las veredas de Cuenca y encontramos que en su gran mayoría no tienen el ancho suficiente y que están llenas de barreras arquitectónicas, postes, señalización, cajas de revisión, daños que nunca se arreglan y que evitan un desplazamiento continuo. Todo esto desincentiva la posibilidad de caminar e imposibilita el desplazamiento de las personas con discapacidad física o de madres o padres que llevan carritos de bebé.

Conociendo esta problemática, ¿qué estrategias se sugieren para cambiar dicha situación?

Para este caso específico, las calles y veredas tienen que ser parte de la agenda de obras públicas de los municipios. Se debe manejar criterios de diseño enfocados en el peatón y la movilidad sostenible, por ejemplo, aumentar el ancho de las veredas, planificar espacios de descanso, espacios de sombra, garantizar la accesibilidad y la caminabilidad de todos los tramos, etc. Es necesario, por tanto, que democraticemos el espacio vereda, que lo recuperemos, limitando el espacio que está destinado para el auto privado. No digo que eliminemos totalmente el espacio del auto privado, pero sí que lo limitemos, que empecemos a pensar, por ejemplo, en calles compartidas por todos los modos de transporte: por el peatón, por la bicicleta, por las personas con discapacidad, los perritos y obviamente el transporte público y los vehículos privados.

Entonces es prioritario que empecemos a revertir la pirámide de la movilidad, que actualmente tiene al auto privado como el aventajado, y pongamos al peatón como el principal actor de la movilidad sostenible. Estaremos así contribuyendo para alcanzar una justicia espacial que es lo que se necesita dentro de las ciudades.

¿Cómo es que las ciudades latinoamericanas han llegado al estado morfológico actual? ¿Qué procesos históricos han desencadendo los problemas actuales de las ciudades?

Durante todo el siglo XX vivimos una época en donde se creía que el “desarrollo”, el capitalismo como sistema, nos iba a llevar a solucionar los problemas de la humanidad; es decir, que mientras más carros comprábamos, mientras más vías construíamos, mientras más consumíamos, íbamos a generar más trabajo, por ende, la gente iba a vivir mejor. Esta creencia influyó mucho en cómo diseñamos las ciudades y, desde comienzos del siglo XX, el uso del auto se empezó a masificar paulatinamente en todo el mundo. Las ciudades empezaron a funcionar y a planificarse en función de los autos privados, además se zonificaron y se dispersaron generando contaminación ambiental y disminución del suelo agrícola, entre muchos otros fenómenos.

Ya en el siglo XXI, empieza una suerte de autocrítica desde muchos sectores – no de todos, lamentablemente- en donde nos preguntamos por qué estamos diseñando y construyendo estas ciudades que están afectando al ser humano, contribuyendo a la crisis climática, consumiendo recursos, generando problemas de salud y bienestar, ciudades en las que ya no podemos caminar y que nos obligan a ser más sedentarios. Empezamos a cuestionarnos sobre qué podemos hacer con estas ciudades que no nos están dando una mejor calidad de vida, sino todo lo contrario.

En las últimas décadas, se empieza a sentir una ola de reflexión sobre diversos aspectos de la ciudad actual, se propone que está debería ser más compacta pero sustentable, más diversa, con procesos metabólicos más eficientes, cohesionada y equitativa social y económicamente, entre otros aspectos. Entre estos sobresale el tema de la movilidad, en el que una de las conclusiones es que si no cambiamos el sistema de movilidad no podremos mejorar las ciudades. Se propone dar énfasis a la movilidad sostenible, al transporte público y a la calidad de los espacios públicos que fomenten que la gente camine y use bicicleta.

Con esta evolución de la ciudad, ¿cuál sería la estrategia a aplicar para conseguir una ciudad descolonizada?

Lo primero será repensar la manera como estamos planificando, volver a las ciudades más compactas, es decir que vivamos más en menos espacio, pero tomando en cuenta todos los aspectos de la sostenibilidad. El verde urbano, por ejemplo, es fundamental, entonces tenemos que meter verde en todos los espacios que podamos, pues eso es básico para que vivamos mejor. Las barreras sociales son otro gran problema. Las diferencias socio-económicas que separan los espacios de la ciudad, muchas veces con muros, los acrecientan haciendo una ciudad nada humana y a la larga generando conflicto social. Entonces, ¿cuál es la solución? Retirar los muros, construir fronteras más permeables.

Planifiquemos las ciudades y las urbanizaciones usando el concepto de ciudad abierta. Este concepto propone que empecemos a construir membranas en vez de muros. Para entender lo que significa la membrana, podemos imaginarnos la membrana celular que deja pasar ciertas cosas y deja salir otras. Las ciudades podrían ser también así, permeables, que nos permitan vernos, encontrarnos, con límites transparentes, con muros vegetales de menor altura, etcétera.

Trabajemos con esta nueva perspectiva priorizando tres cosas: 1) La permeabilidad, en busca de una ciudad para todos; 2) la importancia vital del espacio público; 3) la importancia del diseño: ciudades diversas, compactas, espacio público de calidad, calles con veredas más amplias, espacios verdes adecuados, rampas, accesos, mobiliario, etcétera.

¿Qué papel tiene la academia en la sensibilización sobre estos procesos de la nueva ciudad?

Considero que, en los criterios de diseño urbano y las propuestas de sostenibilidad y resiliencia, las facultades de arquitectura tenemos mucho que hacer. Tenemos que revisar nuestras mallas curriculares pues creo que debemos empezar a formar profesionales e investigadores con conocimientos más completos y pertinentes, necesitamos repensar lo que estamos enseñando. Cómo academia, además, necesitamos proponer nuevas carreras, interdisciplinares y enfocadas a la solución de problemas.

Por su parte, cuando se habla de proponer una nueva ciudad, es importante ser realistas sobre lo difícil que es cambiar algo. Hay una frase muy conocida que dice que cambiar hábitos es más difícil que romper átomos. Esto es verdad, hay una inercia que nos hace pensar que lo que se vive en el presente es lo “normal”. Es por esto que la academia tiene que explicar las cosas y hacerlo no solo para un público científico -escribiendo publicaciones indexadas en grandes revistas y que, hoy por hoy, parecería el único interés de los investigadores- sino también con palabras que puedan entender todas las personas, desde una niña hasta una abuelita; es decir, que todos los involucrados debemos entender el porqué tienen que cambiar las cosas y, especialmente, los tomadores de decisiones.

Por lo tanto, la academia tiene que estar activa, debe tener una vocería dentro de la sociedad, dentro de las instituciones públicas y privadas; debe ser capaz de explicar y motivar a la ciudadanía, de modo que se puedan tomar decisiones informadas que contribuyan a la sostenibilidad.

Finalmente, ¿qué consejo entregarías a quienes estudian arquitectura y urbanismo o quienes se dedican al diseño de ciudades?

Un consejo para aquellos que ya están graduados o que ya están dentro de las carreras es que no dejen de formarse. Actualmente hay mucha información y cursos de fácil acceso sobre temas importantes para el siglo XXI; o sea, que no crean que con lo que ya aprendieron pueden tomar todas las decisiones. Es importante que se sigan formando y que no subestimen todo lo que aún tienen que aprender, y que cuando tomen decisiones, piensen en todo este nuevo momento que estamos viviendo donde hay unos desafíos gigantes que no los teníamos antes.

Ustedes que son la nueva generación de arquitectos, y les va a tocar ser los profesores y los profesionales en un mundo mucho más complejo, más dinámico, con cambios bruscos y menos predecibles, tienen que estar atentos y comprometidos, y nunca olvidar que lo realmente importante es la gente, la naturaleza y el ambiente. Si no damos ahora y en el futuro inmediato las respuestas adecuadas, quizá en 50 años ya no tengamos la civilización tal como la conocemos, pero si somos capaces de dar respuestas correctas y pertinentes seremos capaces de anticiparnos y ponernos a la vanguardia.


María Augusta Hermida es arquitecta por la Universidad de Cuenca. Profesora principal de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad de Cuenca. Doctora en Arquitectura, máster en Proyectos Arquitectónicos y en Informatización de Proyectos Arquitectónicos. Su investigación se enfoca en el diseño urbano-arquitectónico, así como con temas relacionados a la sostenibilidad y resiliencia de las ciudades latinoamericanas. Es fundadora de Duran&Hermida Arquitectos Asociados. Actualmente es directora de LlactaLAB, cuya misión es construir conocimiento científico que aporte a la búsqueda de soluciones a los grandes desafíos de las ciudades del siglo XXI.

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Fuente: Plataforma Arquitectura, Jueves 04 de Junio de 2020

PLATAFORMA ARQUITECTURA – En conversación para la tercera edición de la Revista CLEA, una publicación anual de la Coordinadora Latinoamericana de Estudiantes de Arquitectura (CLEA), la arquitecta ecuatoriana María Augusta Hermida explora la capacidad de descolonizar espacios y ciudades en los tiempos actuales.

“Durante todo el siglo XX vivimos una época en donde se creía que el “desarrollo” nos iba a llevar a solucionar los problemas de la humanidad”, plantea la directora del Grupo de Investigación Ciudades Sustentables (LlactaLAB) de la Universidad de Cuenca.

¿Qué se entiende por descolonizar espacios?

En el Llactalab nos dedicamos al estudio de varios aspectos de las ciudades como sistemas complejos. Profundizamos, por ejemplo, en el estudio y el entendimiento del espacio público, la importancia de la equidad de género dentro de éste y cómo la vida pública puede permitirnos mayor sustentabilidad y resiliencia dentro de la ciudad. Al referirnos a estos temas no utilizamos el término descolonizar, lo llamamos derecho a la ciudad.

Entendemos al espacio público como aquel que nos permite el encuentro con el otro y con el diferente. Como seres humanos tenemos nuestros espacios de confort. El primer espacio de confort es la familia, luego están los amigos, los compañeros de trabajo, los vecinos; pero cuando se habita la ciudad tenemos otro tipo de encuentros que nos obligan a salir de nuestro espacio de confort. Esa es la maravilla de la ciudad, encontrarnos con personas muy diferentes a nosotros. Entonces, cuando el espacio público está diseñado adecuadamente, tomando en cuenta estas dinámicas, cumple con su función de generar una ciudad mejor.  Por lo anterior, es prioritaria la evaluación de estos espacios, saber cuáles son sus condiciones y calidades, conocer cuál es la percepción de la gente y cuáles son los usos que la gente le da, una evaluación objetiva.

Por otro lado, dentro del espacio público debemos dar prioridad a aspectos que están relacionados con el verde urbano, la biodiversidad y la calidad ambiental. Se debe considerar que los seres humanos no somos los únicos habitantes de la ciudad, también está la flora y la fauna que de algún modo ha sido desplazada. Entonces, cuando empezamos a evaluar el espacio público, a más de garantizar la presencia igualitaria y equitativa de la gente, también necesitamos garantizar, por ejemplo, las condiciones ambientales para que vivan especies nativas que incentiven la existencia de fauna local.

Como Llactalab, nuestra labor en este tiempo ha sido descubrir estas calidades del espacio público con la intención de establecer criterios de diseño y apropiación como un derecho al uso de la ciudad. A todo esto le llamaríamos descolonización del espacio público.

¿Cuál sería un ejemplo de colonización de un espacio público?

Las calles y veredas. Por esto, nosotros realizamos un estudio en la ciudad de Cuenca sobre cuántas personas usan el auto privado y encontramos un proceso muy desigual. En Cuenca el 70% de la gente camina o utiliza transporte público, sin embargo, el 70% del espacio público, calles y veredas, está destinado al auto privado. Es evidente que esta situación es inequitativa: al 30% por ciento de la población se le da el 70% por ciento de este espacio público.

Por otro lado, depende de las veredas —espacio público poco estudiado— que empecemos o no a caminar más. Buenas veredas, con la calidad y el ancho necesarios, motivarían a que caminemos más, tengamos mejor salud, evitemos el uso del auto privado y contribuyamos a disminuir la contaminación. En el grupo de investigación, estudiamos a fondo las veredas de Cuenca y encontramos que en su gran mayoría no tienen el ancho suficiente y que están llenas de barreras arquitectónicas, postes, señalización, cajas de revisión, daños que nunca se arreglan y que evitan un desplazamiento continuo. Todo esto desincentiva la posibilidad de caminar e imposibilita el desplazamiento de las personas con discapacidad física o de madres o padres que llevan carritos de bebé.

Conociendo esta problemática, ¿qué estrategias se sugieren para cambiar dicha situación?

Para este caso específico, las calles y veredas tienen que ser parte de la agenda de obras públicas de los municipios. Se debe manejar criterios de diseño enfocados en el peatón y la movilidad sostenible, por ejemplo, aumentar el ancho de las veredas, planificar espacios de descanso, espacios de sombra, garantizar la accesibilidad y la caminabilidad de todos los tramos, etc. Es necesario, por tanto, que democraticemos el espacio vereda, que lo recuperemos, limitando el espacio que está destinado para el auto privado. No digo que eliminemos totalmente el espacio del auto privado, pero sí que lo limitemos, que empecemos a pensar, por ejemplo, en calles compartidas por todos los modos de transporte: por el peatón, por la bicicleta, por las personas con discapacidad, los perritos y obviamente el transporte público y los vehículos privados.

Entonces es prioritario que empecemos a revertir la pirámide de la movilidad, que actualmente tiene al auto privado como el aventajado, y pongamos al peatón como el principal actor de la movilidad sostenible. Estaremos así contribuyendo para alcanzar una justicia espacial que es lo que se necesita dentro de las ciudades.

¿Cómo es que las ciudades latinoamericanas han llegado al estado morfológico actual? ¿Qué procesos históricos han desencadendo los problemas actuales de las ciudades?

Durante todo el siglo XX vivimos una época en donde se creía que el “desarrollo”, el capitalismo como sistema, nos iba a llevar a solucionar los problemas de la humanidad; es decir, que mientras más carros comprábamos, mientras más vías construíamos, mientras más consumíamos, íbamos a generar más trabajo, por ende, la gente iba a vivir mejor. Esta creencia influyó mucho en cómo diseñamos las ciudades y, desde comienzos del siglo XX, el uso del auto se empezó a masificar paulatinamente en todo el mundo. Las ciudades empezaron a funcionar y a planificarse en función de los autos privados, además se zonificaron y se dispersaron generando contaminación ambiental y disminución del suelo agrícola, entre muchos otros fenómenos.

Ya en el siglo XXI, empieza una suerte de autocrítica desde muchos sectores – no de todos, lamentablemente- en donde nos preguntamos por qué estamos diseñando y construyendo estas ciudades que están afectando al ser humano, contribuyendo a la crisis climática, consumiendo recursos, generando problemas de salud y bienestar, ciudades en las que ya no podemos caminar y que nos obligan a ser más sedentarios. Empezamos a cuestionarnos sobre qué podemos hacer con estas ciudades que no nos están dando una mejor calidad de vida, sino todo lo contrario.

En las últimas décadas, se empieza a sentir una ola de reflexión sobre diversos aspectos de la ciudad actual, se propone que está debería ser más compacta pero sustentable, más diversa, con procesos metabólicos más eficientes, cohesionada y equitativa social y económicamente, entre otros aspectos. Entre estos sobresale el tema de la movilidad, en el que una de las conclusiones es que si no cambiamos el sistema de movilidad no podremos mejorar las ciudades. Se propone dar énfasis a la movilidad sostenible, al transporte público y a la calidad de los espacios públicos que fomenten que la gente camine y use bicicleta.

Con esta evolución de la ciudad, ¿cuál sería la estrategia a aplicar para conseguir una ciudad descolonizada?

Lo primero será repensar la manera como estamos planificando, volver a las ciudades más compactas, es decir que vivamos más en menos espacio, pero tomando en cuenta todos los aspectos de la sostenibilidad. El verde urbano, por ejemplo, es fundamental, entonces tenemos que meter verde en todos los espacios que podamos, pues eso es básico para que vivamos mejor. Las barreras sociales son otro gran problema. Las diferencias socio-económicas que separan los espacios de la ciudad, muchas veces con muros, los acrecientan haciendo una ciudad nada humana y a la larga generando conflicto social. Entonces, ¿cuál es la solución? Retirar los muros, construir fronteras más permeables.

Planifiquemos las ciudades y las urbanizaciones usando el concepto de ciudad abierta. Este concepto propone que empecemos a construir membranas en vez de muros. Para entender lo que significa la membrana, podemos imaginarnos la membrana celular que deja pasar ciertas cosas y deja salir otras. Las ciudades podrían ser también así, permeables, que nos permitan vernos, encontrarnos, con límites transparentes, con muros vegetales de menor altura, etcétera.

Trabajemos con esta nueva perspectiva priorizando tres cosas: 1) La permeabilidad, en busca de una ciudad para todos; 2) la importancia vital del espacio público; 3) la importancia del diseño: ciudades diversas, compactas, espacio público de calidad, calles con veredas más amplias, espacios verdes adecuados, rampas, accesos, mobiliario, etcétera.

¿Qué papel tiene la academia en la sensibilización sobre estos procesos de la nueva ciudad?

Considero que, en los criterios de diseño urbano y las propuestas de sostenibilidad y resiliencia, las facultades de arquitectura tenemos mucho que hacer. Tenemos que revisar nuestras mallas curriculares pues creo que debemos empezar a formar profesionales e investigadores con conocimientos más completos y pertinentes, necesitamos repensar lo que estamos enseñando. Cómo academia, además, necesitamos proponer nuevas carreras, interdisciplinares y enfocadas a la solución de problemas.

Por su parte, cuando se habla de proponer una nueva ciudad, es importante ser realistas sobre lo difícil que es cambiar algo. Hay una frase muy conocida que dice que cambiar hábitos es más difícil que romper átomos. Esto es verdad, hay una inercia que nos hace pensar que lo que se vive en el presente es lo “normal”. Es por esto que la academia tiene que explicar las cosas y hacerlo no solo para un público científico -escribiendo publicaciones indexadas en grandes revistas y que, hoy por hoy, parecería el único interés de los investigadores- sino también con palabras que puedan entender todas las personas, desde una niña hasta una abuelita; es decir, que todos los involucrados debemos entender el porqué tienen que cambiar las cosas y, especialmente, los tomadores de decisiones.

Por lo tanto, la academia tiene que estar activa, debe tener una vocería dentro de la sociedad, dentro de las instituciones públicas y privadas; debe ser capaz de explicar y motivar a la ciudadanía, de modo que se puedan tomar decisiones informadas que contribuyan a la sostenibilidad.

Finalmente, ¿qué consejo entregarías a quienes estudian arquitectura y urbanismo o quienes se dedican al diseño de ciudades?

Un consejo para aquellos que ya están graduados o que ya están dentro de las carreras es que no dejen de formarse. Actualmente hay mucha información y cursos de fácil acceso sobre temas importantes para el siglo XXI; o sea, que no crean que con lo que ya aprendieron pueden tomar todas las decisiones. Es importante que se sigan formando y que no subestimen todo lo que aún tienen que aprender, y que cuando tomen decisiones, piensen en todo este nuevo momento que estamos viviendo donde hay unos desafíos gigantes que no los teníamos antes.

Ustedes que son la nueva generación de arquitectos, y les va a tocar ser los profesores y los profesionales en un mundo mucho más complejo, más dinámico, con cambios bruscos y menos predecibles, tienen que estar atentos y comprometidos, y nunca olvidar que lo realmente importante es la gente, la naturaleza y el ambiente. Si no damos ahora y en el futuro inmediato las respuestas adecuadas, quizá en 50 años ya no tengamos la civilización tal como la conocemos, pero si somos capaces de dar respuestas correctas y pertinentes seremos capaces de anticiparnos y ponernos a la vanguardia.


María Augusta Hermida es arquitecta por la Universidad de Cuenca. Profesora principal de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad de Cuenca. Doctora en Arquitectura, máster en Proyectos Arquitectónicos y en Informatización de Proyectos Arquitectónicos. Su investigación se enfoca en el diseño urbano-arquitectónico, así como con temas relacionados a la sostenibilidad y resiliencia de las ciudades latinoamericanas. Es fundadora de Duran&Hermida Arquitectos Asociados. Actualmente es directora de LlactaLAB, cuya misión es construir conocimiento científico que aporte a la búsqueda de soluciones a los grandes desafíos de las ciudades del siglo XXI.

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Fuente: Plataforma Arquitectura, Jueves 04 de Junio de 2020

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