Lunes, Noviembre 25, 2024

Ulrike Broschek: “Necesitamos un cambio radical en la forma que estamos gestionando el agua, atrevernos a pensar distinto”

PAÍS CIRCULAR – Desde fines de marzo, la iniciativa Escenarios Hídricos 2030 está reuniendo a todos los actores de las cuencas de los ríos Maipo y Maule para crear una hoja de ruta para garantizar la disponibilidad de agua en esos territorios. Un trabajo que resulta fundamental frente a la crisis hídrica que silenciosamente -dice Ulrike Broschek, líder de a iniciativa- avanza empobreciéndonos y afectando nuestro desarrollo futuro. Más aún en la cuenca del Maipo, que es la principal fuente de abastecimiento para una región de más de 7 millones de habitantes. Mejorar la gestión del recurso, la institucionalidad y la información disponible, y una protección real a los ecosistemas críticos para mantener el ciclo del agua -principalmente en la cordillera- aparecen hoy como aspectos claves para enfrentar esta crisis.
Mientras la contingencia nacional mantiene las urgencia sanitaria, tras meses con el foco puesto en la crisis social, los problemas derivados de la sequía avanzan silenciosos en el país. Y también, hoy en un segundo plano, el trabajo para hacerle frente. Desde fines de marzo, la iniciativa Escenario Hídricos 2030 de Fundación Chile está iniciando una serie de diálogos sectoriales con todos los actores y organizaciones que tiene influencia en las cuencas de los ríos Maipo y Maule, con el objeto de avanzar a la construcción de hojas de ruta que definan medidas, acciones y soluciones para asegurar la disponibilidad de agua para el consumo humano y el desarrollo económico en esos territorios.
En este trabajo, dice Ulrike Broschek, subgerente de sustentabilidad de Fundación Chile y quien lidera Escenario Hídricos 2030, es fundamental el trabajo de construcción colectiva entre todos los actores de una cuenca para integrar todas las visiones en una solución consensuada.
“Hay distintas visiones que nosotros estamos integrando, entonces es relevante para acordar finalmente una hoja de ruta común, con la distinción de cuáles son las medidas de corto plazo versus las de largo plazo. Las de gestión parecen ser la base del problema, porque tiene que ver con la gobernanza y la manera que vamos a funcionar entre todos los actores. Eso es una cuestión muy importante en la que se necesita avanzar, y al convocarlos estamos iniciando un proceso de gobernanza que es la base que podría sostener la cuenca en el largo plazo”, explica.
Ambas cuencas, Maipo y Maule, tienen hoy problemas similares: tienen una dependencia muy alta de la parte alta de estas ya que son nivo-fluviales, es decir, dependen fuertemente de precipitaciones, la caída de nieve y el deshielo de glaciares. Y en los últimos años, ha enfrentado las tendencias de aumento de temperaturas y descenso de precipitaciones. En el caso del Maipo, además, se trata de una cuenta que es la principal fuente de agua para una región de más de 7 millones de habitantes.
“El aumento de temperaturas y el descenso de las precipitaciones -dice Ulrike Broschek- son dos fenómenos que están ocurriendo simultáneamente y que son distintos. Eso está repercutiendo en la cantidad de nieve, en la cantidad de agua almacenada que tenemos, y entonces se ha ido corriendo la época en que disponemos del agua. Antes teníamos en noviembre y diciembre todo el proceso de peak de escorrentía hacia las cuencas, que es justo cuando el sector riego usa el agua, y ahora eso se está adelantando y estamos viendo que ya en octubre estamos teniendo esos procesos de peak, y eso hace que el agua corre antes de que se necesite”
¿Esto ya es una condición estructural, que va mucho más allá de un par de temporadas secas o incluso de la sequía, es un escenario climático distinto?
Esto tiene que ver con efecto de cambio climático, y va a continuar. Lo que indica la tendencia es que este es un escenario ya instalado, que cada vez vamos a tener mayores temperaturas. Hoy -por ejemplo- ya no se registran temperaturas bajo cero en la alta cordillera, y ese es el motivo por el cual los glaciares están retrocediendo. Y por otro lado, han cambiado los parámetros de precipitaciones.
¿Existe un horizonte en que lleguemos a un momento en que no haya disponibilidad de agua, o que esta sea demasiado escasa para todos los usos que se le dan en la cuenca del Maipo?¿Es un escenario proyectado?
Claramente, eso es lo que va a pasar. Hasta ahora nosotros actuábamos con un cierto volumen disponible pero ahora vamos a disponer de menos agua, entonces la competencia por el agua entre los distintos sectores va a ir aumentando, y algunos se van a tener que ir sacrificando. En la parte más hacia debajo de la cuenca, como ha cambiado significativamente el volumen de agua superficial, en los ríos, hay una extracción de agua subterránea muy grande. Hoy cerca del 85% de los derechos de agua son subterráneos, lo que muestra una fuerte presión que tiende a aumentar sobre la reserva de agua contenida en los acuíferos. Eso obviamente genera una preocupación, porque cuando es esa la única reserva que te va quedando frente a la disminución de las reservas en la alta montaña por los glaciares y nieves, estamos llegando a un uso del total del volumen de agua del que disponemos.
¿Hay un deadline, un momento en que ya no se van a poder mantener todos los usos?
No hay una fecha estimada, porque hay varios criterios detrás. Ahora justamente estamos tratando de generar esa estimación, se han hecho algunas estimaciones hidrológicas de día cero y se puede ver cuándo cambia este escenario, pero el problema en los acuíferos es que no tenemos mucha información disponible. En Chile una de las mayores brechas de información en este tema es el agua subterránea, no tenemos suficientes datos empíricos y trabajamos en base a modelaciones que estamos actualizando. Entonces, no hay tanta información sobre el volumen disponible de agua que queda en los acuíferos, ni cuáles son los niveles sustentables de extracción. Este último es un dato crítico.
A esto se suma un problema en los ecosistemas. Según sus análisis, hoy un 24% de los problemas de la cuenca tienen que ver con la contaminación del agua, por sobre incluso del 21% causado por un aumento en la demanda.
El problema de los ecosistemas -de los ríos, riberas, humedales- es que han ido desapareciendo por el cambio de uso de suelo, aumento demográfico, crecimiento de las ciudades, uso de suelo para agricultura. Esto ha ido siempre en desmedro de la parte ambiental, que finalmente es toda esta geografía que sostiene el ciclo del agua. Nosotros tendemos a pensar que todo lo vamos a reemplazar por infraestructura, pero no es tan así. El sistema natural es mucho más eficiente, productivo, y la forma en que nosotros explotamos hoy el recurso… No tenemos toda la infraestructura instalada para su reemplazo, todo eso es carísimo y toma mucho tiempo. Nosotros hemos ido degradando toda esta infraestructura natural, y al ir interviniendo sobre esto es como ir interviniendo sobre el ciclo natural del agua. Entonces, aguas abajo, cuando miramos la cuenca hacia el valle y el área costera, obviamente se produce una especie de competencia entre los usuarios. Si se toma el agua más arriba, va en desmedro de los que están más abajo, y en la zona de la desembocadura -en la Provincia de San Antonio- ya es una situación súper compleja. Ellos son los primeros afectados, y están reaccionando porque hay ahí un humedal súper importante, hay agricultura que no están pudiendo sostener. Ese es el problema de base que tenemos en la cuenca. Como nosotros habíamos detectado, más allá del cambio climático, está entrelazado el problema de la gestión del agua: cómo se sobreexplota el agua arriba y luego afecta aguas abajo, como se ha degradado la parte ecosistémica, la gran contaminación que se produce..
¿De dónde viene principalmente esa contaminación?
Es una contaminación de las ciudades por las aguas servidas, y también por el uso de pesticidas y agroquímicos en la agricultura. También se habla de pasivos mineros, y lo otro es que cuando vas profundizando pozos vas llegando a los sedimentos que están en el fondo de los acuíferos, y eso también aumenta la contaminación del agua.
En el caso del Maipo, una vez que inician esta conversación con los actores y usuarios del agua, ¿Cuáles son las tensiones que se están viendo, cómo se manifiesta esta escasez en los propios usuarios?
Existe una necesidad muy grande de trabajar de manera conjunta, y por primera vez estamos juntando a los actores de toda la cuenca. Normalmente estas iniciativas iban a la parte alta y ahí hay mayor colaboración, existe coordinación entre las juntas de vigilancia, las sanitarias y las hidroeléctricas. Pero en la parte media-baja, zonas como Tiltil o Colina, nunca han participado de esta discusión, y el solo hecho de sentarlos juntos es relevante para que todos conozcan la realidad de lo que se está viviendo. Y ahí hay cosas que se ponen en relieve: la parte alta manifiesta todo el trabajo y esfuerzo que se ha venido haciendo para llegar a acuerdos; por otro lado, se plantea que esos han sido acuerdos para repartirse el agua entre ellos y no pensar en que hay usuarios aguas abajo, entonces la parte baja lo que manifiesta es que lo que se hace aguas arriba afecta directamente a toda la cuenca. Y también hay una preocupación sobre la pobreza en la coordinación que existe.
¿En qué sentido?
En que existe una manera todavía muy tradicional de usar el agua histórica, y no ha habido un cambio significativo en cuanto a modernizar, a pensar en formas distintas de producción. Seguimos todavía en la misma forma de siempre. Otras preocupaciones que surgen tienen que ver con las áreas de conservación y cómo eso está en tensión con el desarrollo productivo, y de poder establecer zonas críticas de protección. Por ejemplo, de territorios que son la base para sostener el ciclo del agua y el funcionamiento de la cuenca.
Que es la cordillera, básicamente…
Es toda la parte alta, y ahí tiene que generarse un compromiso de conservación y de no intervención, y eso obviamente todavía no existe. En la medida que se generan nuevos proyectos de desarrollo productivo eso también va en desmedro de la conservación, entonces ahí hay un tema de ver cuáles son las zonas críticas de conservación dentro de la cuenca, y cómo se llega a un acuerdo y un compromiso de sostener eso. Después, en la parte media baja, hay un desafío de ahorro de agua, de reducción de uso, y también en el consumo humano en las ciudad, donde vemos distintas realidades. La zona oriente de la capital tiene consumos de agua muy altos, estamos hablando de comunas que tienen un consumo de casi 600 litros por persona al día -donde la media mundial es de 200 litros diarios-, y después tenemos las zonas poniente y sur de la capital donde el consumo es de 75 litros por persona al día. Entonces, hay diferencias enormes en el consumo humano dentro de la ciudad, y ahí el desafío es abordar aquellas comunas que tienen un uso intensivo. Y lo mismo en el consumo agrícola, que es muy intensivo también dentro de la cuenca.
¿Cuál es el problema principal en la ciudad, y como se agrava en un escenario de crisis sanitaria, además, donde Aguas Andina de hecho alertó que esto podría traerle problemas operativos?
Como te decía, hay una diferencia de base muy grande dentro de la ciudad, dependiendo de las comunas. En el fondo, hay un sobreconsumo de agua en toda la zona oriente; Lo Barnechea, Vitacura, Las Condes, Providencia, La Reina, son comunas que tienen consumos de agua muy altos y eso tiene que ver con riego de áreas verdes. Y ahí hay un cambio de paradigma, el pasto es algo que se ha usado mucho pero tenemos que buscar un reemplazo, y pavimentar las plazas -por ejemplo- no es la solución. La gente necesita áreas verdes, por el mismo cambio climático y el aumento de la temperatura en las ciudades, todo lo que es área verde ayuda a bajar las temperaturas, a generar también espacios públicos de bienestar. Pero hay un concepto errado en las especies que usamos, no tiene por qué ser pasto, pueden ser árboles, arbustos u otros.
Por otro lado, creo que aquí hay una tensión del abastecimiento de agua para la Región Metropolitana por lo que está pasando en la parte alta de la cuenca ante la baja de precipitaciones y el deshielo de glaciares. Ahí ha existido un trabajo últimamente entre los regantes con la ciudad para asegurar el abastecimiento de consumo humano, pero esos son acuerdos voluntarios, de emergencia, que no necesariamente se van a poder sostener en el largo plazo. Yo creo que eso genera también una alerta a las sanitarias para preparar a la ciudad ante un escenario que puede cambiar. Esto es algo que viene de antes, no es del Covid-19. Aparentemente, el consumo de agua en la ciudad tampoco ha aumentado demasiado con esta crisis sanitaria, esto tiene que ver más con un tema estructural de la cuenca.
El trabajo que están realizando para desarrollar una hoja de ruta para la gestión de la cuenca tiene un plazo de 18 meses. En esta etapa temprana, ¿cuáles aparecen como las visiones de mayor consenso y cuáles son los puntos más difíciles de destrabar, dónde se ve mayor conflicto?  
Hay puntos en común, como por ejemplo la necesidad de coordinación y gobernanza en el territorio. Hay un consenso de todos los actores de que es bueno que la cuenca completa esté reunida en un proceso de trabajo conjunto. También existe un acuerdo de que es necesario hacer un uso mucho más eficiente del recurso desde todos los sectores, que tiene que generarse una conciencia y una cultura de agua, un cambio de paradigma en la forma en que los distintos sectores la están usando. Todos se dan cuenta que estamos en un escenario distinto y hoy tenemos que hacer cambios. Otro acuerdo muy grande es entorno a los APR, en hacer un trabajo específico en el agua potable rural, necesitamos asegurar el derecho humano al agua tanto a nivel urbano como rural.
Después, lo que queda pendiente es ver como se baja todo eso, qué tipo de soluciones y regulaciones que eventualmente se requieren para que esto no sea voluntario sino que un plan de gestión de largo plazo, y también en las medidas ya más grandes no hay acuerdos. Si necesitamos embalses, si necesitamos desaladoras, recarga de acuíferos, ahí está aún por verse. Y en el ámbito de conservación, hubo un interés de todos en decir que el medio ambiente sí es importante, pero realmente no está a la hora del compromiso. Ahí hay cosas que tenemos que conversar, hay áreas que tenemos que conservar que son críticas, ver dónde están y qué significa eso en términos de sacrificar eventualmente el desarrollo productivo.
Esta misma discusión se está dando ahora a nivel nacional, hay una Mesa del Agua, una consulta pública y una propuesta con tres desafíos y nueve ejes, pero sigue faltando aún -a mi parecer- una definición de institucionalidad y soluciones en materia de gestión. ¿Cómo ves esta primera propuesta de la mesa del agua, considerando ustedes han detectado que la mayor parte de los problemas están en la gestión del agua y en la institucionalidad?
Para ser súper justos, aquí hay una deuda pública histórica. Han pasado por lo menos cinco administraciones que no abordaron el tema del agua a tiempo y lo que estamos viviendo hoy día es la consecuencia de todo eso. Este no es un tema de una administración, es de largo plazo y requiere tiempo porque es muy complejo de abordar porque tiene múltiples aristas, y el agua es un recurso vital que es transversal a todo. Entonces, hay una deuda histórica de no haber sido capaces de tomar este tema, de ponerle la institucionalidad necesaria y abordarlo a tiempo. Lo que ha pasado es que cada administración ha partido de cero en los diagnósticos, desde el mundo académico hemos pasado los cinco últimos gobiernos capacitando a la administración a fin de que entienda lo que está pasando, y una vez que han entendido que tienen que tomar medidas o han generado propuestas, cambiamos de administración y tenemos que partir de cero. Creo que no ha existido voluntad política de trabajo, recursos y capacidades para abordar esto. Esa es la base del problema. Por ejemplo, si miramos el proceso de Energía, en algún minuto vio el tema, lo abordó con una persona que lideró todo esto con una política y un trabajo a nivel nacional. Esa voluntad todavía no ha existido en el mundo del agua. Lo que yo rescato de esta administración, es que ante la crisis de la sequía tomó este tema e impulsó esta mesa, y en ese sentido todas las medidas ayudan y todos los procesos suman. Ahora, cuan efectivos pueden llegar a ser, eso está por verse, porque si no se inyectan recursos y capacidades para hacer el trabajo vamos a tener algo muy débil, poco profundo. Creo que hoy lo que está pasando es que no están los recursos para dotar de capacidades para que estas iniciativas puedan despegar, y estamos trabajando con la institucionalidad que siempre ha existido. Lo que necesitamos aquí es un cambio radical en la forma en que estamos gestionando el recurso, necesitamos atrevernos a pensar distinto. Hay cambios de paradigma acá relevantes, si nosotros seguimos haciendo la misma gestión de siempre no vamos a llegar a los cambios.
¿Ese cambio no se ve en esta propuesta de la mesa del agua?
Creo que si, pero muy tímidamente. Ha existido un intento de incorporar distintos temas, y ahora también hay grupos de trabajo que están abordando distintos temas específicos, y creo que es súper valioso, pero necesitamos llegar pronto con propuestas concretas. Hay una agenda comprometida en este sentido, la clave va a ser que después se puedan llevar adelante, cómo se sostiene en el largo plazo y lo que se proponga se pueda llevar después a una implementación. Yo ahí tengo mis dudas, y todavía está por verse lo que se va a ir generando, pero todos los procesos finalmente suman. La pregunta es si van a ser suficientes.
El riesgo es que termine en propuestas declarativas y no en un cambio real, ¿Lo que se requiere al final es una institucionalidad nueva en todo Chile, con recursos para fiscalizar, investigar, generar datos?
Eso es básicamente, y es lo que te dice la lógica. Necesitas una mirada de coordinación entre los ministerios, un mirada de futuro, con capacidades, con recursos, para poder generar la planificación, las obras y las soluciones que se necesitan, pero con una mirada súper pragmática. Aquí hay un sentido de urgencia que no está a nivel país todavía. Hemos estado enfrascados en conversaciones y discusiones estructurales, como por ejemplo la reforma al Código de Aguas que lleva ocho años, que es valiosa, pero se está dando con demasiado poco sentido de urgencia y los políticos han sido incapaces de ponerse de acuerdo para llegar a cosas concretas. Ha faltado la mirada del territorio y de lo que está pasado, a veces las reformas están muy arriba y no abordan los problemas reales en el territorio. No digo que el proceso de reforma no es importante, porque es clave, es la base, pero tiene que ser mucho más.
¿Existe el riesgo de que la urgencia de esa discusión siga en segundo plano ante las crisis sucesivas -social, sanitaria-, por qué todavía no existe una sensación general de urgencia en esta materia?¿Qué tiene que pasar para que eso ocurra?
Lamentablemente esto es un poco silencioso, que va avanzando de a poco, va depredando, y nos va empobreciendo. Hay una migración territorial desde las zonas rurales a las zonas urbanas, produce múltiples efectos que hemos estado cuantificando. La agricultura está migrando al sur en búsqueda del agua, estamos desertificando el norte y buscando otras actividades productivas que no dejan de ser importante, pero perdemos la diversificación. En la zona centro está ocurriendo esta migración silenciosa. El gran riesgo es que nos acostumbremos, que vamos haciendo cambios y no reaccionando para revertir el problema. Eso es lo preocupante. En la medida que los actores no sean capaces de ponerse de acuerdo y el Estado no tome esto generando una institucionalidad y dándole prioridad, lo que va a ir pasando es que esto va a ir migrando al sur y vamos a tener problemas de desarrollo, porque nuestras actividades productivas fundamentales tienen como base el agua.
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Fuente: País Circular, Lunes 20 de Abril de 2020

PAÍS CIRCULAR – Desde fines de marzo, la iniciativa Escenarios Hídricos 2030 está reuniendo a todos los actores de las cuencas de los ríos Maipo y Maule para crear una hoja de ruta para garantizar la disponibilidad de agua en esos territorios. Un trabajo que resulta fundamental frente a la crisis hídrica que silenciosamente -dice Ulrike Broschek, líder de a iniciativa- avanza empobreciéndonos y afectando nuestro desarrollo futuro. Más aún en la cuenca del Maipo, que es la principal fuente de abastecimiento para una región de más de 7 millones de habitantes. Mejorar la gestión del recurso, la institucionalidad y la información disponible, y una protección real a los ecosistemas críticos para mantener el ciclo del agua -principalmente en la cordillera- aparecen hoy como aspectos claves para enfrentar esta crisis.
Mientras la contingencia nacional mantiene las urgencia sanitaria, tras meses con el foco puesto en la crisis social, los problemas derivados de la sequía avanzan silenciosos en el país. Y también, hoy en un segundo plano, el trabajo para hacerle frente. Desde fines de marzo, la iniciativa Escenario Hídricos 2030 de Fundación Chile está iniciando una serie de diálogos sectoriales con todos los actores y organizaciones que tiene influencia en las cuencas de los ríos Maipo y Maule, con el objeto de avanzar a la construcción de hojas de ruta que definan medidas, acciones y soluciones para asegurar la disponibilidad de agua para el consumo humano y el desarrollo económico en esos territorios.
En este trabajo, dice Ulrike Broschek, subgerente de sustentabilidad de Fundación Chile y quien lidera Escenario Hídricos 2030, es fundamental el trabajo de construcción colectiva entre todos los actores de una cuenca para integrar todas las visiones en una solución consensuada.
“Hay distintas visiones que nosotros estamos integrando, entonces es relevante para acordar finalmente una hoja de ruta común, con la distinción de cuáles son las medidas de corto plazo versus las de largo plazo. Las de gestión parecen ser la base del problema, porque tiene que ver con la gobernanza y la manera que vamos a funcionar entre todos los actores. Eso es una cuestión muy importante en la que se necesita avanzar, y al convocarlos estamos iniciando un proceso de gobernanza que es la base que podría sostener la cuenca en el largo plazo”, explica.
Ambas cuencas, Maipo y Maule, tienen hoy problemas similares: tienen una dependencia muy alta de la parte alta de estas ya que son nivo-fluviales, es decir, dependen fuertemente de precipitaciones, la caída de nieve y el deshielo de glaciares. Y en los últimos años, ha enfrentado las tendencias de aumento de temperaturas y descenso de precipitaciones. En el caso del Maipo, además, se trata de una cuenta que es la principal fuente de agua para una región de más de 7 millones de habitantes.
“El aumento de temperaturas y el descenso de las precipitaciones -dice Ulrike Broschek- son dos fenómenos que están ocurriendo simultáneamente y que son distintos. Eso está repercutiendo en la cantidad de nieve, en la cantidad de agua almacenada que tenemos, y entonces se ha ido corriendo la época en que disponemos del agua. Antes teníamos en noviembre y diciembre todo el proceso de peak de escorrentía hacia las cuencas, que es justo cuando el sector riego usa el agua, y ahora eso se está adelantando y estamos viendo que ya en octubre estamos teniendo esos procesos de peak, y eso hace que el agua corre antes de que se necesite”
¿Esto ya es una condición estructural, que va mucho más allá de un par de temporadas secas o incluso de la sequía, es un escenario climático distinto?
Esto tiene que ver con efecto de cambio climático, y va a continuar. Lo que indica la tendencia es que este es un escenario ya instalado, que cada vez vamos a tener mayores temperaturas. Hoy -por ejemplo- ya no se registran temperaturas bajo cero en la alta cordillera, y ese es el motivo por el cual los glaciares están retrocediendo. Y por otro lado, han cambiado los parámetros de precipitaciones.
¿Existe un horizonte en que lleguemos a un momento en que no haya disponibilidad de agua, o que esta sea demasiado escasa para todos los usos que se le dan en la cuenca del Maipo?¿Es un escenario proyectado?
Claramente, eso es lo que va a pasar. Hasta ahora nosotros actuábamos con un cierto volumen disponible pero ahora vamos a disponer de menos agua, entonces la competencia por el agua entre los distintos sectores va a ir aumentando, y algunos se van a tener que ir sacrificando. En la parte más hacia debajo de la cuenca, como ha cambiado significativamente el volumen de agua superficial, en los ríos, hay una extracción de agua subterránea muy grande. Hoy cerca del 85% de los derechos de agua son subterráneos, lo que muestra una fuerte presión que tiende a aumentar sobre la reserva de agua contenida en los acuíferos. Eso obviamente genera una preocupación, porque cuando es esa la única reserva que te va quedando frente a la disminución de las reservas en la alta montaña por los glaciares y nieves, estamos llegando a un uso del total del volumen de agua del que disponemos.
¿Hay un deadline, un momento en que ya no se van a poder mantener todos los usos?
No hay una fecha estimada, porque hay varios criterios detrás. Ahora justamente estamos tratando de generar esa estimación, se han hecho algunas estimaciones hidrológicas de día cero y se puede ver cuándo cambia este escenario, pero el problema en los acuíferos es que no tenemos mucha información disponible. En Chile una de las mayores brechas de información en este tema es el agua subterránea, no tenemos suficientes datos empíricos y trabajamos en base a modelaciones que estamos actualizando. Entonces, no hay tanta información sobre el volumen disponible de agua que queda en los acuíferos, ni cuáles son los niveles sustentables de extracción. Este último es un dato crítico.
A esto se suma un problema en los ecosistemas. Según sus análisis, hoy un 24% de los problemas de la cuenca tienen que ver con la contaminación del agua, por sobre incluso del 21% causado por un aumento en la demanda.
El problema de los ecosistemas -de los ríos, riberas, humedales- es que han ido desapareciendo por el cambio de uso de suelo, aumento demográfico, crecimiento de las ciudades, uso de suelo para agricultura. Esto ha ido siempre en desmedro de la parte ambiental, que finalmente es toda esta geografía que sostiene el ciclo del agua. Nosotros tendemos a pensar que todo lo vamos a reemplazar por infraestructura, pero no es tan así. El sistema natural es mucho más eficiente, productivo, y la forma en que nosotros explotamos hoy el recurso… No tenemos toda la infraestructura instalada para su reemplazo, todo eso es carísimo y toma mucho tiempo. Nosotros hemos ido degradando toda esta infraestructura natural, y al ir interviniendo sobre esto es como ir interviniendo sobre el ciclo natural del agua. Entonces, aguas abajo, cuando miramos la cuenca hacia el valle y el área costera, obviamente se produce una especie de competencia entre los usuarios. Si se toma el agua más arriba, va en desmedro de los que están más abajo, y en la zona de la desembocadura -en la Provincia de San Antonio- ya es una situación súper compleja. Ellos son los primeros afectados, y están reaccionando porque hay ahí un humedal súper importante, hay agricultura que no están pudiendo sostener. Ese es el problema de base que tenemos en la cuenca. Como nosotros habíamos detectado, más allá del cambio climático, está entrelazado el problema de la gestión del agua: cómo se sobreexplota el agua arriba y luego afecta aguas abajo, como se ha degradado la parte ecosistémica, la gran contaminación que se produce..
¿De dónde viene principalmente esa contaminación?
Es una contaminación de las ciudades por las aguas servidas, y también por el uso de pesticidas y agroquímicos en la agricultura. También se habla de pasivos mineros, y lo otro es que cuando vas profundizando pozos vas llegando a los sedimentos que están en el fondo de los acuíferos, y eso también aumenta la contaminación del agua.
En el caso del Maipo, una vez que inician esta conversación con los actores y usuarios del agua, ¿Cuáles son las tensiones que se están viendo, cómo se manifiesta esta escasez en los propios usuarios?
Existe una necesidad muy grande de trabajar de manera conjunta, y por primera vez estamos juntando a los actores de toda la cuenca. Normalmente estas iniciativas iban a la parte alta y ahí hay mayor colaboración, existe coordinación entre las juntas de vigilancia, las sanitarias y las hidroeléctricas. Pero en la parte media-baja, zonas como Tiltil o Colina, nunca han participado de esta discusión, y el solo hecho de sentarlos juntos es relevante para que todos conozcan la realidad de lo que se está viviendo. Y ahí hay cosas que se ponen en relieve: la parte alta manifiesta todo el trabajo y esfuerzo que se ha venido haciendo para llegar a acuerdos; por otro lado, se plantea que esos han sido acuerdos para repartirse el agua entre ellos y no pensar en que hay usuarios aguas abajo, entonces la parte baja lo que manifiesta es que lo que se hace aguas arriba afecta directamente a toda la cuenca. Y también hay una preocupación sobre la pobreza en la coordinación que existe.
¿En qué sentido?
En que existe una manera todavía muy tradicional de usar el agua histórica, y no ha habido un cambio significativo en cuanto a modernizar, a pensar en formas distintas de producción. Seguimos todavía en la misma forma de siempre. Otras preocupaciones que surgen tienen que ver con las áreas de conservación y cómo eso está en tensión con el desarrollo productivo, y de poder establecer zonas críticas de protección. Por ejemplo, de territorios que son la base para sostener el ciclo del agua y el funcionamiento de la cuenca.
Que es la cordillera, básicamente…
Es toda la parte alta, y ahí tiene que generarse un compromiso de conservación y de no intervención, y eso obviamente todavía no existe. En la medida que se generan nuevos proyectos de desarrollo productivo eso también va en desmedro de la conservación, entonces ahí hay un tema de ver cuáles son las zonas críticas de conservación dentro de la cuenca, y cómo se llega a un acuerdo y un compromiso de sostener eso. Después, en la parte media baja, hay un desafío de ahorro de agua, de reducción de uso, y también en el consumo humano en las ciudad, donde vemos distintas realidades. La zona oriente de la capital tiene consumos de agua muy altos, estamos hablando de comunas que tienen un consumo de casi 600 litros por persona al día -donde la media mundial es de 200 litros diarios-, y después tenemos las zonas poniente y sur de la capital donde el consumo es de 75 litros por persona al día. Entonces, hay diferencias enormes en el consumo humano dentro de la ciudad, y ahí el desafío es abordar aquellas comunas que tienen un uso intensivo. Y lo mismo en el consumo agrícola, que es muy intensivo también dentro de la cuenca.
¿Cuál es el problema principal en la ciudad, y como se agrava en un escenario de crisis sanitaria, además, donde Aguas Andina de hecho alertó que esto podría traerle problemas operativos?
Como te decía, hay una diferencia de base muy grande dentro de la ciudad, dependiendo de las comunas. En el fondo, hay un sobreconsumo de agua en toda la zona oriente; Lo Barnechea, Vitacura, Las Condes, Providencia, La Reina, son comunas que tienen consumos de agua muy altos y eso tiene que ver con riego de áreas verdes. Y ahí hay un cambio de paradigma, el pasto es algo que se ha usado mucho pero tenemos que buscar un reemplazo, y pavimentar las plazas -por ejemplo- no es la solución. La gente necesita áreas verdes, por el mismo cambio climático y el aumento de la temperatura en las ciudades, todo lo que es área verde ayuda a bajar las temperaturas, a generar también espacios públicos de bienestar. Pero hay un concepto errado en las especies que usamos, no tiene por qué ser pasto, pueden ser árboles, arbustos u otros.
Por otro lado, creo que aquí hay una tensión del abastecimiento de agua para la Región Metropolitana por lo que está pasando en la parte alta de la cuenca ante la baja de precipitaciones y el deshielo de glaciares. Ahí ha existido un trabajo últimamente entre los regantes con la ciudad para asegurar el abastecimiento de consumo humano, pero esos son acuerdos voluntarios, de emergencia, que no necesariamente se van a poder sostener en el largo plazo. Yo creo que eso genera también una alerta a las sanitarias para preparar a la ciudad ante un escenario que puede cambiar. Esto es algo que viene de antes, no es del Covid-19. Aparentemente, el consumo de agua en la ciudad tampoco ha aumentado demasiado con esta crisis sanitaria, esto tiene que ver más con un tema estructural de la cuenca.
El trabajo que están realizando para desarrollar una hoja de ruta para la gestión de la cuenca tiene un plazo de 18 meses. En esta etapa temprana, ¿cuáles aparecen como las visiones de mayor consenso y cuáles son los puntos más difíciles de destrabar, dónde se ve mayor conflicto?  
Hay puntos en común, como por ejemplo la necesidad de coordinación y gobernanza en el territorio. Hay un consenso de todos los actores de que es bueno que la cuenca completa esté reunida en un proceso de trabajo conjunto. También existe un acuerdo de que es necesario hacer un uso mucho más eficiente del recurso desde todos los sectores, que tiene que generarse una conciencia y una cultura de agua, un cambio de paradigma en la forma en que los distintos sectores la están usando. Todos se dan cuenta que estamos en un escenario distinto y hoy tenemos que hacer cambios. Otro acuerdo muy grande es entorno a los APR, en hacer un trabajo específico en el agua potable rural, necesitamos asegurar el derecho humano al agua tanto a nivel urbano como rural.
Después, lo que queda pendiente es ver como se baja todo eso, qué tipo de soluciones y regulaciones que eventualmente se requieren para que esto no sea voluntario sino que un plan de gestión de largo plazo, y también en las medidas ya más grandes no hay acuerdos. Si necesitamos embalses, si necesitamos desaladoras, recarga de acuíferos, ahí está aún por verse. Y en el ámbito de conservación, hubo un interés de todos en decir que el medio ambiente sí es importante, pero realmente no está a la hora del compromiso. Ahí hay cosas que tenemos que conversar, hay áreas que tenemos que conservar que son críticas, ver dónde están y qué significa eso en términos de sacrificar eventualmente el desarrollo productivo.
Esta misma discusión se está dando ahora a nivel nacional, hay una Mesa del Agua, una consulta pública y una propuesta con tres desafíos y nueve ejes, pero sigue faltando aún -a mi parecer- una definición de institucionalidad y soluciones en materia de gestión. ¿Cómo ves esta primera propuesta de la mesa del agua, considerando ustedes han detectado que la mayor parte de los problemas están en la gestión del agua y en la institucionalidad?
Para ser súper justos, aquí hay una deuda pública histórica. Han pasado por lo menos cinco administraciones que no abordaron el tema del agua a tiempo y lo que estamos viviendo hoy día es la consecuencia de todo eso. Este no es un tema de una administración, es de largo plazo y requiere tiempo porque es muy complejo de abordar porque tiene múltiples aristas, y el agua es un recurso vital que es transversal a todo. Entonces, hay una deuda histórica de no haber sido capaces de tomar este tema, de ponerle la institucionalidad necesaria y abordarlo a tiempo. Lo que ha pasado es que cada administración ha partido de cero en los diagnósticos, desde el mundo académico hemos pasado los cinco últimos gobiernos capacitando a la administración a fin de que entienda lo que está pasando, y una vez que han entendido que tienen que tomar medidas o han generado propuestas, cambiamos de administración y tenemos que partir de cero. Creo que no ha existido voluntad política de trabajo, recursos y capacidades para abordar esto. Esa es la base del problema. Por ejemplo, si miramos el proceso de Energía, en algún minuto vio el tema, lo abordó con una persona que lideró todo esto con una política y un trabajo a nivel nacional. Esa voluntad todavía no ha existido en el mundo del agua. Lo que yo rescato de esta administración, es que ante la crisis de la sequía tomó este tema e impulsó esta mesa, y en ese sentido todas las medidas ayudan y todos los procesos suman. Ahora, cuan efectivos pueden llegar a ser, eso está por verse, porque si no se inyectan recursos y capacidades para hacer el trabajo vamos a tener algo muy débil, poco profundo. Creo que hoy lo que está pasando es que no están los recursos para dotar de capacidades para que estas iniciativas puedan despegar, y estamos trabajando con la institucionalidad que siempre ha existido. Lo que necesitamos aquí es un cambio radical en la forma en que estamos gestionando el recurso, necesitamos atrevernos a pensar distinto. Hay cambios de paradigma acá relevantes, si nosotros seguimos haciendo la misma gestión de siempre no vamos a llegar a los cambios.
¿Ese cambio no se ve en esta propuesta de la mesa del agua?
Creo que si, pero muy tímidamente. Ha existido un intento de incorporar distintos temas, y ahora también hay grupos de trabajo que están abordando distintos temas específicos, y creo que es súper valioso, pero necesitamos llegar pronto con propuestas concretas. Hay una agenda comprometida en este sentido, la clave va a ser que después se puedan llevar adelante, cómo se sostiene en el largo plazo y lo que se proponga se pueda llevar después a una implementación. Yo ahí tengo mis dudas, y todavía está por verse lo que se va a ir generando, pero todos los procesos finalmente suman. La pregunta es si van a ser suficientes.
El riesgo es que termine en propuestas declarativas y no en un cambio real, ¿Lo que se requiere al final es una institucionalidad nueva en todo Chile, con recursos para fiscalizar, investigar, generar datos?
Eso es básicamente, y es lo que te dice la lógica. Necesitas una mirada de coordinación entre los ministerios, un mirada de futuro, con capacidades, con recursos, para poder generar la planificación, las obras y las soluciones que se necesitan, pero con una mirada súper pragmática. Aquí hay un sentido de urgencia que no está a nivel país todavía. Hemos estado enfrascados en conversaciones y discusiones estructurales, como por ejemplo la reforma al Código de Aguas que lleva ocho años, que es valiosa, pero se está dando con demasiado poco sentido de urgencia y los políticos han sido incapaces de ponerse de acuerdo para llegar a cosas concretas. Ha faltado la mirada del territorio y de lo que está pasado, a veces las reformas están muy arriba y no abordan los problemas reales en el territorio. No digo que el proceso de reforma no es importante, porque es clave, es la base, pero tiene que ser mucho más.
¿Existe el riesgo de que la urgencia de esa discusión siga en segundo plano ante las crisis sucesivas -social, sanitaria-, por qué todavía no existe una sensación general de urgencia en esta materia?¿Qué tiene que pasar para que eso ocurra?
Lamentablemente esto es un poco silencioso, que va avanzando de a poco, va depredando, y nos va empobreciendo. Hay una migración territorial desde las zonas rurales a las zonas urbanas, produce múltiples efectos que hemos estado cuantificando. La agricultura está migrando al sur en búsqueda del agua, estamos desertificando el norte y buscando otras actividades productivas que no dejan de ser importante, pero perdemos la diversificación. En la zona centro está ocurriendo esta migración silenciosa. El gran riesgo es que nos acostumbremos, que vamos haciendo cambios y no reaccionando para revertir el problema. Eso es lo preocupante. En la medida que los actores no sean capaces de ponerse de acuerdo y el Estado no tome esto generando una institucionalidad y dándole prioridad, lo que va a ir pasando es que esto va a ir migrando al sur y vamos a tener problemas de desarrollo, porque nuestras actividades productivas fundamentales tienen como base el agua.
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Fuente: País Circular, Lunes 20 de Abril de 2020

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