LA TERCERA – Este jueves se conmemoran los 10 años del megaterremoto y tsunami de 2010. Fecha en que muchos recordarán a los más de 550 familiares o amigos que fallecieron o desaparecieron esa fatídica noche; otros compartirán anécdotas de cómo sortearon las primeras horas de la emergencia y semanas de incertidumbre, así como relatos de heroísmo, reemprendimiento y resiliencia.
Como ex Coordinador Nacional de Reconstrucción Urbana del Minvu doy fe que enfrentar la magnitud, extensión y diversidad de los daños ha sido uno de los desafíos más grandes que nuestro país ha enfrentado, -y hoy que se pone en duda la fortaleza de nuestras instituciones-, vale la pena repasar aquellos logros, lecciones y desafíos pendientes que nos dejó la recuperación del 27/F.
En cuanto a los logros, se cumplió con la difícil meta de reconstruir y reparar más de 220 mil viviendas de aquellas familias que requerían la ayuda del Estado para levantarse. Si bien la meta impuesta por el Presidente Piñera de levantar el país en cuatro años se cumplió en un 90% (95 mil reconstruidas y 104 mil reparadas a febrero del 2014), al 2019 el proceso ya se había cerrado, con cerca de 224 mil subsidios vinculados al 27/F ejecutados; la mejor prueba de ello es que hoy no queda en pie ninguna de las aldeas de emergencia surgidas luego del terremoto. En este caso, lo temporal no se hizo permanente. Se avanzó también en nuevas normas técnicas y estructurales para la construcción en adobe, estructuras secundarias y mitigación de riesgo de tsunami. Finalmente, una de las grandes innovaciones fue la incorporación de Planes Maestros de Reconstrucción, que pese a no existir en nuestra regulación urbana permitieron la coordinación e implementación integral de inversiones de infraestructura, servicios públicos, equipamiento, parques y obras de mitigación en más de 150 ciudades y pueblos, bajo el principio de resiliencia urbana. Este trabajo ha sido reconocido mundialmente, y le valió el Premio Nacional de Urbanismo a Sergio Baeriswyl, quien lideró esta labor en 18 localidades del Biobío.
En cuanto a los desafíos, la urgencia por avanzar rápido en la reconstrucción tuvo sus costos: algunas localidades vieron acelerados procesos de obsolescencia económica y éxodo de jóvenes; muchos arrendatarios o allegados que vivían en ubicaciones centrales optaron por soluciones definitivas de vivienda en la periferia, incrementando la llamada gentrificación; y por más que se intentara regular y orientar las edificaciones en zonas de riesgo, no se ha podido evitar que muchos vuelvan a ocuparlas informalmente.
Finalmente, pese al éxito de la reconstrucción material del país, quedamos en deuda con la recuperación espiritual, cultural y económica de muchas localidades. La urgencia y contingencia no dejaron espacio para el duelo y la salud mental, la premura postergó la contención y necesaria reflexión, -y como era de esperarse-, el proceso también se politizó en año de elecciones municipales. Pese a lo anterior, el Estado y la sociedad civil estuvimos a la altura del desafío, y hoy podemos mirar el proceso con orgullo, satisfacción y mirada crítica.
Muchas de estas lecciones se han internalizado en nuevas políticas e institucionalidad, como el caso de la Onemi y la respuesta a emergencias, pero lamentablemente poco hemos avanzado en planificación para la reducción de riesgos y resiliencia. Como país cada vez más expuesto y vulnerable a desastres urbanos, es hora de avanzar en este frente.
Fuente: La Tercera, Lunes 24 de Febrero de 2020