EL MERCURIO – Un emprendedor desea instalar un hotel en una zona de gran potencial turístico. Pero no existe un aeropuerto en dicho lugar ni tampoco un camino que lleve donde el hotel se emplazaría. Paralelamente, el gobierno regional analiza construir nuevas carreteras y un aeropuerto. Pero concluye que no existen poblados u hoteles que esas nuevas carreteras pudieran conectar, desechando finalmente su plan de inversión. El turismo languidece.
La empresa de ventas online más grande del planeta estudia instalar su centro regional de datos en Chile. Para que la inversión sea rentable, debe contar con infraestructura que asegure la conectividad además de un sistema de capacitación acorde con los requerimientos de mano de obra calificada de la empresa. Ayuda, además, tener empresas tecnológicas locales que sean potenciales grandes usuarios del servicio de datos. El país no logra reunir estos requisitos y es descartado.
Estas dos historias son versiones simplificadas de eventos reales. En ellas, ni los empresarios resultan villanos ni los gobernantes ineptos. Todos quieren que el país progrese y tienen ideas para lograrlo. Pero fracasan a la hora de coordinarse. Falla el mercado y falla el Estado. Los nuevos sectores productivos que pudieron haber surgido viven solo en la imaginación de sus desalentados impulsores. El pato lo pagan los trabajadores y la economía.
Los países que han diversificado su producción sortean este tipo de desafíos a través de estrategias de desarrollo productivo en las que el gobierno pone los bienes públicos (infraestructura, regulación, estándares, coordinación); las universidades el conocimiento y la formación de personas, y los empresarios las inversiones necesarias para que surjan nuevos sectores y se desarrollen nuevos productos.
¿Cuál es el problema de nuestra estrategia de desarrollo? Que no tenemos una. Por eso, el país pasó de un crecimiento tendencial del 5% hace poco más de una década, a un 3% hoy. Y por eso, el gran ciclo de crecimiento anunciado por el actual gobierno apenas duró 18 meses. El nuevo recorte a la proyección oficial de crecimiento 2019, reducida a apenas el 2,6%, no debe sorprender.
Las medidas que anunció no hace mucho el Gobierno, en su tercer paquete procrecimiento, son en su mayoría acertadas. Pero resultan absolutamente insuficientes para enfrentar el desafío de una economía que necesita sofisticarse, diversificarse, y generar nuevos sectores que ofrezcan empleos de calidad.
Una economía pequeña y abierta debe generar motores en su sector transable que traccionen al resto de los sectores de la economía. Desde el retorno a la democracia, los tratados de libre comercio y la estabilidad política y macroeconómica permitieron el crecimiento en la inversión minera y en las exportaciones de alimentos. Y cuando comenzábamos a enfrentar menores tasas de crecimiento, un boom en el precio del cobre, bien manejado macroeconómicamente, dio un impulso de ingresos e inversión a la economía que duró cerca de una década.
Pero ahora ese impulso comienza a desaparecer, y el crecimiento estructural decae. ¿Qué podemos hacer? No hay que mirar muy lejos para encontrar alternativas.
Somos un país productor de cobre, pero no hemos logrado transformarnos en uno minero. ¿Dónde están las exportaciones de servicios mineros de alta tecnología que distinguen a países como Australia y Canadá?
Si tenemos la mayor radiación solar del mundo, ¿no podemos transformarnos en líderes en el almacenamiento de esa energía y en producción sin emisiones?
¿Por qué no sofisticar nuestra industria de alimentos? ¿O potenciar las exportaciones de servicios?
Para lograr esto y más, resulta imperativo dejar de lado los prejuicios ideológicos de nuestra discusión. Quienes sostienen que el llamado a desarrollar nuevos sectores es exclusivamente el Estado, no podrían cometer un mayor error. Y quienes creen que la solución a nuestros desafíos en materia de crecimiento pasa por reducir el papel del Estado y los impuestos, no podrían ser más simplistas. Nadie puede pensar en serio que un Estado que apenas logra administrar (y con evidentes falencias) sus colegios y hospitales, va a convertirse, sin socios privados, en líder mundial en tecnología. Pero tampoco nadie puede creer que las empresas de punta del planeta vendrán a invertir en un país pequeño y alejado, o que nuestros innovadores lograrán hacer crecer sus empresas sin un Estado jugado a fondo por el conocimiento y la productividad.
Las recetas de antaño ya no sirven. Para obtener resultados diferentes, debemos hacer algo diferente: promover activamente la diversificación de nuestra producción y, ante todo, de nuestras exportaciones. Cada día que pasa, este diagnóstico es más ampliamente compartido. Pero con eso no basta. Llegó la hora de pasar a la acción.
Fuente: El Mercurio, Domingo 06 de Octubre de 2019
Llegó la hora de crecer, por Andrés Velasco y Luis Felipe Céspedes
EL MERCURIO – Un emprendedor desea instalar un hotel en una zona de gran potencial turístico. Pero no existe un aeropuerto en dicho lugar ni tampoco un camino que lleve donde el hotel se emplazaría. Paralelamente, el gobierno regional analiza construir nuevas carreteras y un aeropuerto. Pero concluye que no existen poblados u hoteles que esas nuevas carreteras pudieran conectar, desechando finalmente su plan de inversión. El turismo languidece.
La empresa de ventas online más grande del planeta estudia instalar su centro regional de datos en Chile. Para que la inversión sea rentable, debe contar con infraestructura que asegure la conectividad además de un sistema de capacitación acorde con los requerimientos de mano de obra calificada de la empresa. Ayuda, además, tener empresas tecnológicas locales que sean potenciales grandes usuarios del servicio de datos. El país no logra reunir estos requisitos y es descartado.
Estas dos historias son versiones simplificadas de eventos reales. En ellas, ni los empresarios resultan villanos ni los gobernantes ineptos. Todos quieren que el país progrese y tienen ideas para lograrlo. Pero fracasan a la hora de coordinarse. Falla el mercado y falla el Estado. Los nuevos sectores productivos que pudieron haber surgido viven solo en la imaginación de sus desalentados impulsores. El pato lo pagan los trabajadores y la economía.
Los países que han diversificado su producción sortean este tipo de desafíos a través de estrategias de desarrollo productivo en las que el gobierno pone los bienes públicos (infraestructura, regulación, estándares, coordinación); las universidades el conocimiento y la formación de personas, y los empresarios las inversiones necesarias para que surjan nuevos sectores y se desarrollen nuevos productos.
¿Cuál es el problema de nuestra estrategia de desarrollo? Que no tenemos una. Por eso, el país pasó de un crecimiento tendencial del 5% hace poco más de una década, a un 3% hoy. Y por eso, el gran ciclo de crecimiento anunciado por el actual gobierno apenas duró 18 meses. El nuevo recorte a la proyección oficial de crecimiento 2019, reducida a apenas el 2,6%, no debe sorprender.
Las medidas que anunció no hace mucho el Gobierno, en su tercer paquete procrecimiento, son en su mayoría acertadas. Pero resultan absolutamente insuficientes para enfrentar el desafío de una economía que necesita sofisticarse, diversificarse, y generar nuevos sectores que ofrezcan empleos de calidad.
Una economía pequeña y abierta debe generar motores en su sector transable que traccionen al resto de los sectores de la economía. Desde el retorno a la democracia, los tratados de libre comercio y la estabilidad política y macroeconómica permitieron el crecimiento en la inversión minera y en las exportaciones de alimentos. Y cuando comenzábamos a enfrentar menores tasas de crecimiento, un boom en el precio del cobre, bien manejado macroeconómicamente, dio un impulso de ingresos e inversión a la economía que duró cerca de una década.
Pero ahora ese impulso comienza a desaparecer, y el crecimiento estructural decae. ¿Qué podemos hacer? No hay que mirar muy lejos para encontrar alternativas.
Somos un país productor de cobre, pero no hemos logrado transformarnos en uno minero. ¿Dónde están las exportaciones de servicios mineros de alta tecnología que distinguen a países como Australia y Canadá?
Si tenemos la mayor radiación solar del mundo, ¿no podemos transformarnos en líderes en el almacenamiento de esa energía y en producción sin emisiones?
¿Por qué no sofisticar nuestra industria de alimentos? ¿O potenciar las exportaciones de servicios?
Para lograr esto y más, resulta imperativo dejar de lado los prejuicios ideológicos de nuestra discusión. Quienes sostienen que el llamado a desarrollar nuevos sectores es exclusivamente el Estado, no podrían cometer un mayor error. Y quienes creen que la solución a nuestros desafíos en materia de crecimiento pasa por reducir el papel del Estado y los impuestos, no podrían ser más simplistas. Nadie puede pensar en serio que un Estado que apenas logra administrar (y con evidentes falencias) sus colegios y hospitales, va a convertirse, sin socios privados, en líder mundial en tecnología. Pero tampoco nadie puede creer que las empresas de punta del planeta vendrán a invertir en un país pequeño y alejado, o que nuestros innovadores lograrán hacer crecer sus empresas sin un Estado jugado a fondo por el conocimiento y la productividad.
Las recetas de antaño ya no sirven. Para obtener resultados diferentes, debemos hacer algo diferente: promover activamente la diversificación de nuestra producción y, ante todo, de nuestras exportaciones. Cada día que pasa, este diagnóstico es más ampliamente compartido. Pero con eso no basta. Llegó la hora de pasar a la acción.
Fuente: El Mercurio, Domingo 06 de Octubre de 2019