Jueves, Noviembre 28, 2024

El extraordinario valor del subsuelo en las ciudades, por Luis Alonso

EL MERCURIO – La mayoría de nuestras ciudades presentan una elevada densidad edificada y, de forma simultánea, un significativo déficit de equipamientos públicos/ciudadanos y áreas libres verdes para uso y disfrute del ciudadano. Compactar la ciudad ha de ser un objetivo crucial de desarrollo para el futuro.
Y el subsuelo de la ciudad es, en este caso, un extraordinario valor a rescatar y potenciar. Una superficie extremadamente amplia; de hecho, más del 50% de la ciudad está ocupada por calles de tránsito de vehículos, áreas peatonales, o espacios desocupados (o, mejor dicho, mal ocupados). Cada uno de nosotros puede, al instante, pensar en algún lugar de este tipo. Territorios de enorme potencial, ubicados en áreas de centralidad y de propiedad pública, en la gran mayoría de los casos, que pueden ser desarrollados a través de concesiones administrativas, con intensa “promiscuidad funcional”, huyendo de la fórmula fácil y devaluante de su simple, y ya casi intuitivo, destino como estacionamientos: el auto no merece una ubicación en solitario en tan excelentes ubicaciones (estoy diciendo no en exclusividad).
Subsuelos de calles y plazas, aptos para equipamientos deportivos, centros culturales, auditorios, bibliotecas, centros de asistencia sanitaria, oficinas administrativas, comercio de cercanía, instalaciones para la infancia, spas urbanos, espacios de coworking para jóvenes, centros de día para adultos mayores, etcétera.
Subsuelos que, con una adecuada y sensible respuesta arquitectónica, pueden ofrecer grandes cualidades espaciales y visuales, con comunicaciones verticales, y amplias “plazas hundidas” para el acceso por inundación de la luz natural.
Es totalmente necesario que las nuevas propuestas urbanas aprovechen este material, ahí tan evidentemente dispuesto. Es conveniente una nueva visión política de cómo dotarlo de auténtico valor añadido de futuro.
Nuevas superficies conquistadas para la ciudad y para el ciudadano. Una riqueza inédita en lo que se refiere al mercado inmobiliario, a la vida económica y a los costes sociales. Una arquitectura soterrada, que tiene unos costos de mantenimiento muy inferiores a los de la arquitectura en altura, por menores consumos energéticos (inferiores saltos térmicos), por reducción de los costos de fachada, por bajo coste del suelo, y en especial por la mezcla de usos y funciones, que mantiene en uso el edificio el mayor número de horas al día, y el mayor número de días año (lo que significa auténtica sostenibilidad).
Un simple análisis de los déficits en cada barrio puede definir esa multiplicidad de usos, y la necesaria sinergia y colaboración entre las iniciativas públicas y las privadas debe dar paso a respuestas dinámicas de futuro y con futuro. Trabajo de análisis y de imaginación de forma simultánea.
Limitar la extensión en anchura de la ciudad es una necesidad, y en este sentido el gran crecimiento en extensión (y en la gran calidad espacial de las nuevas estaciones) que el Metro de Santiago está desarrollando apoya magníficamente la tesis.
Pensemos ahora, también, en el subsuelo multifuncional. Algunos ejemplos recientes ayudan a entender: como la estación de metro Escuela Militar, donde el pequeño comercio ayuda al tránsito por el subsuelo y a la vida peatonal, o el Centro Cultural La Moneda, un significativo y positivo uso multifuncional, y muy bien iluminado. O ejemplos de grandes áreas de la ciudad soterradas, como el caso de Toronto, dada su peculiar climatología.
Una apuesta necesaria para hacer mejores ciudades, más habitables, más humanas y más pensadas para y por el ciudadano y, por supuesto, con una mejor utilización y optimización de los recursos públicos.
Ver Artículo
Fuente: El Mercurio, Miércoles 06 de marzo de 2019

EL MERCURIO – La mayoría de nuestras ciudades presentan una elevada densidad edificada y, de forma simultánea, un significativo déficit de equipamientos públicos/ciudadanos y áreas libres verdes para uso y disfrute del ciudadano. Compactar la ciudad ha de ser un objetivo crucial de desarrollo para el futuro.
Y el subsuelo de la ciudad es, en este caso, un extraordinario valor a rescatar y potenciar. Una superficie extremadamente amplia; de hecho, más del 50% de la ciudad está ocupada por calles de tránsito de vehículos, áreas peatonales, o espacios desocupados (o, mejor dicho, mal ocupados). Cada uno de nosotros puede, al instante, pensar en algún lugar de este tipo. Territorios de enorme potencial, ubicados en áreas de centralidad y de propiedad pública, en la gran mayoría de los casos, que pueden ser desarrollados a través de concesiones administrativas, con intensa “promiscuidad funcional”, huyendo de la fórmula fácil y devaluante de su simple, y ya casi intuitivo, destino como estacionamientos: el auto no merece una ubicación en solitario en tan excelentes ubicaciones (estoy diciendo no en exclusividad).
Subsuelos de calles y plazas, aptos para equipamientos deportivos, centros culturales, auditorios, bibliotecas, centros de asistencia sanitaria, oficinas administrativas, comercio de cercanía, instalaciones para la infancia, spas urbanos, espacios de coworking para jóvenes, centros de día para adultos mayores, etcétera.
Subsuelos que, con una adecuada y sensible respuesta arquitectónica, pueden ofrecer grandes cualidades espaciales y visuales, con comunicaciones verticales, y amplias “plazas hundidas” para el acceso por inundación de la luz natural.
Es totalmente necesario que las nuevas propuestas urbanas aprovechen este material, ahí tan evidentemente dispuesto. Es conveniente una nueva visión política de cómo dotarlo de auténtico valor añadido de futuro.
Nuevas superficies conquistadas para la ciudad y para el ciudadano. Una riqueza inédita en lo que se refiere al mercado inmobiliario, a la vida económica y a los costes sociales. Una arquitectura soterrada, que tiene unos costos de mantenimiento muy inferiores a los de la arquitectura en altura, por menores consumos energéticos (inferiores saltos térmicos), por reducción de los costos de fachada, por bajo coste del suelo, y en especial por la mezcla de usos y funciones, que mantiene en uso el edificio el mayor número de horas al día, y el mayor número de días año (lo que significa auténtica sostenibilidad).
Un simple análisis de los déficits en cada barrio puede definir esa multiplicidad de usos, y la necesaria sinergia y colaboración entre las iniciativas públicas y las privadas debe dar paso a respuestas dinámicas de futuro y con futuro. Trabajo de análisis y de imaginación de forma simultánea.
Limitar la extensión en anchura de la ciudad es una necesidad, y en este sentido el gran crecimiento en extensión (y en la gran calidad espacial de las nuevas estaciones) que el Metro de Santiago está desarrollando apoya magníficamente la tesis.
Pensemos ahora, también, en el subsuelo multifuncional. Algunos ejemplos recientes ayudan a entender: como la estación de metro Escuela Militar, donde el pequeño comercio ayuda al tránsito por el subsuelo y a la vida peatonal, o el Centro Cultural La Moneda, un significativo y positivo uso multifuncional, y muy bien iluminado. O ejemplos de grandes áreas de la ciudad soterradas, como el caso de Toronto, dada su peculiar climatología.
Una apuesta necesaria para hacer mejores ciudades, más habitables, más humanas y más pensadas para y por el ciudadano y, por supuesto, con una mejor utilización y optimización de los recursos públicos.
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Fuente: El Mercurio, Miércoles 06 de marzo de 2019

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