Lunes, Noviembre 25, 2024

Fin del Transantiago, por José Luis Domínguez

EL MERCURIO – “…Todo esto debiera ocurrir a más tardar el año 2026. A esas alturas, afortunadamente, a muy poca gente le va a importar el Transantiago, ese ahora lejano proyecto de planificación centralizada que chocó con la dura realidad que ningún teórico pudo prever…”.

El martes pasado, tras casi nueve años de espera, los capitalinos pudieron conocer la nueva Línea 3. Con 22 kilómetros de extensión, este nuevo trazado une dos extremos de nuestra capital en tan solo 30 minutos e instala a nuestra red subterránea como la más importante de Sudamérica, ya que, con 140 kilómetros, duplica la extensión de la red de São Paulo, que la sigue en importancia.
Claro que la reducción en los tiempos de viaje no es la única ventaja procedente de esta inauguración. En una ciudad que ha tenido un complejo historial de contaminación, contar con un metro que también responde al concepto de electromovilidad es un aporte sustantivo en términos de protección ambiental.
Y si bien estos 140 kilómetrosde de la red de Metro pueden parecer poco si uno los compara con los más de seis mil 600 kilómetros de recorridos que tienen los siete operadores del Transantiago, se espera que con esta pequeña fracción que representa solo el 2% de la red, el Metro mueva más pasajeros que los buses en superficie.
Claro que la respuesta a esta desproporción es simple: rapidez y certeza en la duración del viaje.
En una ciudad que crece y se densifica, las políticas de transporte y movilidad deben apuntar también a mejorar la experiencia de viaje, que está constituida por varios elementos: distancia del lugar de origen al transporte público, información para planificarlo y calidad del refugio o la estación. A esto, hay que sumar otros factores igualmente importantes, como la densidad y comportamiento de los demás pasajeros, la rapidez del desplazamiento y variabilidad del mismo, los costos del viaje y, finalmente, la distancia de la llegada al punto de destino. De todos estos elementos, la rapidez y la variabilidad son gravitantes en la decisión del usuario.
Desplazarnos a través de largas distancias por la ciudad requiere de una disponibilidad enorme de tiempo si se hace en la superficie. En algunos casos, esa extensión de tiempo sobrepasa las tres horas diarias, algo que resulta sencillamente intolerable.
Sin embargo, el Metro, nuestro Metro, mágicamente empequeñece la ciudad al acortar los tiempos de viaje, entregándonos más tiempo para la recreación, la familia o el descanso.
La certeza en los tiempos de viaje tiene que ver con la seguridad y confianza que este modo de transporte nos da. No es lo mismo demorarse 45 minutos con una variabilidad de más o menos 15 minutos, que reducir el viaje a solo 15 minutos, con un error de, a lo más, dos minutos.
Cuando pasamos menos tiempo movilizándonos por la ciudad, nuestras vidas adquieren una sustancial mejora, que redunda en mejores oportunidades laborales, una mayor diversidad para localizar nuestras viviendas y, sobre todo, una posibilidad más cierta de contar con una vida personal más completa. En suma, una mejor calidad de vida.
Todo lo anterior se logra con más kilómetros de metro. Es por este motivo que como Gobierno nos hemos propuesto hacer un incremento sustantivo para desarrollar más líneas y extender toda la red. Así, llegaremos a tener 215 km de metro cuando concluyamos las ya decididas líneas 7, 8 y 9 y las extensiones de las líneas 2, 3 y 4. Esto permitirá que más de la mitad de la población pueda llegar a una estación de metro caminando a una distancia de no más de 700 metros. Y si agregamos la Línea 0, que otorga espacios seguros para nuestras bicicletas en varias estaciones, tendremos a más del 70% de la población con una estación de metro a su alcance.
Este es el fin del Transantiago, ese ahora lejano proyecto de planificación centralizada que chocó con la dura realidad que ningún teórico pudo prever.
Todo esto debiera ocurrir a más tardar el año 2026. A esas alturas, afortunadamente, a muy poca gente le va a importar el Transantiago, un sistema que va a quedar reducido a una red complementaria de esta gran red estructurante llamado Metro de Santiago.
José Luis Domínguez Covarrubias
Subsecretario de Transportes

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Fuente: El Mercurio, lunes 28 de enero de 2019

EL MERCURIO – “…Todo esto debiera ocurrir a más tardar el año 2026. A esas alturas, afortunadamente, a muy poca gente le va a importar el Transantiago, ese ahora lejano proyecto de planificación centralizada que chocó con la dura realidad que ningún teórico pudo prever…”.

El martes pasado, tras casi nueve años de espera, los capitalinos pudieron conocer la nueva Línea 3. Con 22 kilómetros de extensión, este nuevo trazado une dos extremos de nuestra capital en tan solo 30 minutos e instala a nuestra red subterránea como la más importante de Sudamérica, ya que, con 140 kilómetros, duplica la extensión de la red de São Paulo, que la sigue en importancia.
Claro que la reducción en los tiempos de viaje no es la única ventaja procedente de esta inauguración. En una ciudad que ha tenido un complejo historial de contaminación, contar con un metro que también responde al concepto de electromovilidad es un aporte sustantivo en términos de protección ambiental.
Y si bien estos 140 kilómetrosde de la red de Metro pueden parecer poco si uno los compara con los más de seis mil 600 kilómetros de recorridos que tienen los siete operadores del Transantiago, se espera que con esta pequeña fracción que representa solo el 2% de la red, el Metro mueva más pasajeros que los buses en superficie.
Claro que la respuesta a esta desproporción es simple: rapidez y certeza en la duración del viaje.
En una ciudad que crece y se densifica, las políticas de transporte y movilidad deben apuntar también a mejorar la experiencia de viaje, que está constituida por varios elementos: distancia del lugar de origen al transporte público, información para planificarlo y calidad del refugio o la estación. A esto, hay que sumar otros factores igualmente importantes, como la densidad y comportamiento de los demás pasajeros, la rapidez del desplazamiento y variabilidad del mismo, los costos del viaje y, finalmente, la distancia de la llegada al punto de destino. De todos estos elementos, la rapidez y la variabilidad son gravitantes en la decisión del usuario.
Desplazarnos a través de largas distancias por la ciudad requiere de una disponibilidad enorme de tiempo si se hace en la superficie. En algunos casos, esa extensión de tiempo sobrepasa las tres horas diarias, algo que resulta sencillamente intolerable.
Sin embargo, el Metro, nuestro Metro, mágicamente empequeñece la ciudad al acortar los tiempos de viaje, entregándonos más tiempo para la recreación, la familia o el descanso.
La certeza en los tiempos de viaje tiene que ver con la seguridad y confianza que este modo de transporte nos da. No es lo mismo demorarse 45 minutos con una variabilidad de más o menos 15 minutos, que reducir el viaje a solo 15 minutos, con un error de, a lo más, dos minutos.
Cuando pasamos menos tiempo movilizándonos por la ciudad, nuestras vidas adquieren una sustancial mejora, que redunda en mejores oportunidades laborales, una mayor diversidad para localizar nuestras viviendas y, sobre todo, una posibilidad más cierta de contar con una vida personal más completa. En suma, una mejor calidad de vida.
Todo lo anterior se logra con más kilómetros de metro. Es por este motivo que como Gobierno nos hemos propuesto hacer un incremento sustantivo para desarrollar más líneas y extender toda la red. Así, llegaremos a tener 215 km de metro cuando concluyamos las ya decididas líneas 7, 8 y 9 y las extensiones de las líneas 2, 3 y 4. Esto permitirá que más de la mitad de la población pueda llegar a una estación de metro caminando a una distancia de no más de 700 metros. Y si agregamos la Línea 0, que otorga espacios seguros para nuestras bicicletas en varias estaciones, tendremos a más del 70% de la población con una estación de metro a su alcance.
Este es el fin del Transantiago, ese ahora lejano proyecto de planificación centralizada que chocó con la dura realidad que ningún teórico pudo prever.
Todo esto debiera ocurrir a más tardar el año 2026. A esas alturas, afortunadamente, a muy poca gente le va a importar el Transantiago, un sistema que va a quedar reducido a una red complementaria de esta gran red estructurante llamado Metro de Santiago.
José Luis Domínguez Covarrubias
Subsecretario de Transportes

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Fuente: El Mercurio, lunes 28 de enero de 2019

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